martes, julio 12, 2011

thom gunn. puerta de la muerte



Puerta de la Muerte

Por supuesto que los muertos nos superan
—¡Cómo crecen sus ejércitos!
Mi madre ahora arcaica como Minos,
ella, quien murió hace cuarenta años.

Después de sus procesamientos, los muertos
se sientan en grupos y miran la tv,
por la que deben estar interesados,
pues en ella nos ven a usted y a mí.

Estos cuatro, que jamás se conocieron
murieron en un mes, juntos, sentados
uno al lado del otro, frente a la misma pantalla
sin una guía televisiva.

Los brazos relajados rodeando los hombros,
aunque no sienten nada, quienes
cuando elegantemente ignoran el dolor
abandonan también los sentimientos.

Así que miran amigo y pariente
y vida allí, tal como la piensan
—en blanco y negro, repetitiva
como las comedias de situación.

Con placer y lágrimas al comienzo
dan la bienvenida a cada programa en las estaciones de la muerte,
pero al final pierden el interés,
su aburrimiento torna en impaciencia.

“¿Él me extraña? Debe estar bromeando
—esta semana se acuesta con un policía”.
“Ella ahora solo lee Little Gidding”.
“Se están poniendo viejos. Quisiera que pararan”.

El hábito de la compañía
falla —rompen el contacto:
alejando lentamente brazo y cadera,
hasta que separados, en el sofá

coquetean con la amnesia, desvían la mirada
como si no estuvieran ya en otra parte,
pero cuando la nieve desdibuja la imagen,
de espaldas, la miran posesivos.

La nieve sopla hacia ellos, hasta que su asiento
lleno de copos se convierte
en un banco nevado, en un paisaje nevado y allí
se encuentran a sí mismos con todos los muertos,

cuando la luz inmóvil de la corteza de la nieve les revela
a Minos dando vueltas y a mi madre.
Aunque ninguno de los reclutas los conoce,
ni se reconocen entre sí,

han sido magníficamente entrenados
en la disciplina perfecta
de un presentador arcaico, y apartados
del recuerdo brevemente acuartelado.

Thom Gun, Gravesend, 1929 – San Francisco, 2004
en Worlds, seven modern poets, editado por Geoffrey Summerfield, Penguin Education, Middlesex, Inglaterra, 1979
versión © Silvia Camerotto
 imagen: Thom Gunn en Poetry society org.

Death's Door
Of course the dead outnumber us
– How their recruiting armies grow!
My mother archaic now as Minos,
She who died forty years ago.
After their processing, the dead
Sit down in groups and watch TV,
In which they must be interested,
For on it they see you and me.
These four, who though they never met
Died in one month, sit side by side
Together in front of the same set
And all without a TV Guide.
Arms round each other's shoulders loosely,
Although they can feel nothing, who
When they unlearned their pain so sprucely
Let go of all sensation too.
Thus they watch friend and relative
And life here as they think it is
– In black and white, repetitive
As situation comedies.
With both delight and tears at first
They greet each programme on death's stations,
But in the end lose interest,
Their boredom turning to impatience.
"He misses me? He must be kidding
–This week he's sleeping with a cop."
"All she reads now is Little Gidding."
"They're getting old. I wish they'd stop."
The habit of companionship
Lapses – they break themselves of touch:
Edging apart at arm and hip,
Till separated on the couch
They woo amnesia, look away
As if they were not yet elsewhere,
But when snow blurs the picture they,
Turned, give it a belonging stare.
Snow blows out toward them, till their seat
Filling with flakes becomes instead
Snow-bank, snow-landscape, and in that
They find themselves with all the dead,
Where passive light from snow-crust shows them
Both Minos circling and my mother.
Yet none of the recruits now knows them,
Nor do they recognize each other,
They have been so superbly trained
Into the perfect discipline
Of an archaic host, and weaned
From memory briefly barracked in.

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