martes, diciembre 28, 2010

césar vallejo. y si después de tantas palabras



Y si después de tantas palabras...

¡Y si después de tantas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!

¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da...!

¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!

Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena...
Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!


Y no me digan nada

Y no me digan nada,
que uno puede matar perfectamente,
ya que, sudando tinta,
uno hace cuanto puede, no me digan..

Volveremos, señores, a vernos con manzanas;
tarde la criatura pasará,
la expresión de Aristóteles armada
de grandes corazones de madera,
la de Heráclito injerta en la de Marx,
la del suave sonando rudamente...
Es lo que bien narraba mi garganta:
uno puede matar perfectamente.

Señores,
caballeros, volveremos a vernos sin paquetes;
hasta entonces exijo, exijiré de mi flaqueza
el acento del día, que,
según veo, estuvo ya esperándome en mi lecho.
Y exijo del sombrero la infausta analogía del recuerdo,
ya que, a veces, asumo con éxito mi inmensidad llorada,
ya que, a veces, me ahogo en la voz de mi vecino
y padezco
contando en maíces los años,
cepillando mi ropa al son de un muerto
o sentado borracho en mi ataúd...


César Vallejo, Santiago de Chuco, 1892- París, 1938
de Poemas Humanos, Editorial Losada, Buenos Aires, 1961
imagen: Weiss, Man, en Jared Weiss Artist Book

viernes, diciembre 24, 2010

jamás en palestina


Diciembre, 24

Hoy cené como si nadie
hubiera nacido jamás en palestina
como si todas las catedrales
los oratorios, las miserias y los
reinos de occidente
me fueran ajenos, y veinte siglos
de testamento y fuerza
no pudieran contra una sola persona
a mi pesar
un plato de carne, ninguna garrapiñada

Entre cohetes lejanos
la comida fue sombría, desolada
quizás una parábola de algo por venir
con más brutalidad
con más contundencia —
la hora en que las amarras
se sueltan del todo, para siempre
y uno se aleja del único puerto
vacío, solo
definitivamente.

Gerardo Gambolini, Buenos Aires, 1955
Inédito
Imagen: s/d

martes, diciembre 21, 2010

23 horas del día con su noche


**

uno por uno
en puntas de pie

¿es el terror?


y lo era
cuando cantabas
solo

que parecido a no vivir
es vivir
de acuerdo a la literatura
de los terrestres mortales

quien inventó la palabra que no se dice
vive por siempre
y nos arrastra con él

es el terror
y es otro
nombre
que olvidé

7. IV. 1987

**

cuando cierra los ojos
-y esto sucede 23 horas del
día con su noche-
es una casa vacía
que por alguna razón
nadie reclama ni desea
ni alquila
ni reivindica pero tampoco
demuele vende ocupa refacciona

trabajosa metáfora edilicia
con la que un novelista encontraría qué hacer
y no un poeta
ni un buen agrimensor

que abriera los ojos
(uno tan) solo
y brotarían como juegos de agua
los aforismos las tonterías
del amor y la técnica del verso

pero fatiga esta adhesión a la muerte
y nadie se demora en su cercanía

22. VII. 1987

Susana Thénon, Buenos Aires, 1935-1991
en La morada imposible, Susana Thénon, Tomo 2, edición a cargo de A. M. Barrenechea y M. Negroni, Editorial Corregidor, Buenos Aires, 2004
imagen: s/d

viernes, diciembre 17, 2010

ya sin secretos





Blues de las cosas viejas

Las cosas viejas, tris, entrañables, sin voz y sin color, tienen secretos... José Asunción Silva

I

¿Quién piensa en los instantes
que quedaron fijados en las fotografías?
Tiempo que fue y deviene.
Morir no es destruirse.
¿Quién piensa en los retratos
de aquellos que partieron
y hoy miran cómo crece la vida de los otros,
cómo sube la muerte?

Morir es transformarse.

Vida que fue memoria vencedora
de tiempos y de olvidos.
Retratos familiares, solos, indiferentes
o de extraña presencia palpitante.
Retratos de los novios, disfuminadas sepias,
fotografía grande de la boda;
ese traje de un día, nupcial evanescente
que se arrumba en un cofre,
igual que en otro cofre ese otro traje
de un día, la mortaja.

Figuras de los próceres que fueron
y ahora son sólo nombres de calles desteñidas,
perdidas, desvaídas
en la ciudad inexorable.
Figuras de posturas o tamaños distintos.
Fotos tomadas a su hora,
o ausente el ser querido,
manos fieles las deshojan de un álbum
para exponer, como si fuera viva,
su muerte inapelable.

II

Amo las cosas viejas que habitan el silencio
como antiguos fantasmas en vastos caserones
de hierba abandonada y de rejas caídas,
solos, vacíos, sin después.
Calles, plazas, mansiones con historia
o con la historia simple, sencilla, prodigiosa
de lo que fue humano acontecer.
Palomares que un gallo de veleta corona,
molinos que ahora yacen en amargas arenas,
restos de enormes quintas,
la sola puerta derramada y muerta,
reverberos inútiles, patios que nadie cruza,
algún aljibe ahora seco y mudo,
donde estuvo la casa familiar y fragante.
Parques, losas, portales, balaustradas
descascaradas y llovidas.
Cofres ya sin secretos, violines sin cintura,
lápida que los yuyos invadieron,
con la mmitad de un nombre; Calesitas
que se mueren de a poco en los baldíos.
Encajes de Bruselas o de Brujas la Muerta
yacentes en el último cajón que oliera a espliego
de la vetusta cómoda que no reclama nadie.
Espejo cuya luna devoró tantas horas,
tanta hoja de almanaque arrancada a la vida,
el primer baile, el velatorio... Espejo
que trasciende ya dulces, ya tristes sugestiones,
como esos objetos que de tanto mirarlos
ya no importan
y sin embargo en ellos, como soñara Rodenbach,
a su modo perduran reflejados los antiguos semblantes:
"Los ausentes queridos sobreviven en ellos".
Sombrillas, abanicos de otros días,
arrumbados en sórdidos desvanes,
saudosos de otros soles, otras lluvias
otros suspiros de clavel del aire...
Ventanas de otras épocas, todavía asomadas
a horizontes ingenuos de inefables postales.
Un insistente clima de nostalgia y recuerdo.
Un sentido, una música, una plural fragancia.
Maniquíes desnudos,
medallas de perfiles ya borrados,
retratos y paisajes que detienen el tiempo,
cosas viejas, dejadas, escondidas, colgadas,
como si fueran su fotografía.

Y como sobre el arpa de Bécquer, polvorienta,
pero inmortal
o como sobre el féretro sin cruz
de José Asunción Silva, el colombiano
(que se hizo trazar con un lápiz azul
un círculo en el pecho,
para que el tiro no fallara...)
la sombra de una sombra.
La sombra de "una sola sombra larga".

Raúl González Tuñón, Buenos Aires, 1905-1974
de A la sombra de los barrios amados, Editorial Lautaro, Buenos Aires, 1957
imagen s/d

martes, diciembre 14, 2010

ella encontró el objeto que buscaba


A ver

A ver, a ver, a ver, repetía antes de morirse
como si algo le tapara la visión del otro camino
ése que ella ya tenía delante de las narices
pero que la dirección de su cuerpo aún se negaba a tomar.
A ver, a ver, a ver, siguió insistiendo hasta el cansancio
mientras los que rodeábamos su cama queríamos ver también
si es que realmente algo visible,
un ángel o cualquier otra aparición,
metida de lleno en la asepsia de ese cuarto
podía darnos la clave médica de que algo estaba por pasar.
Después de que murió me sentí culpable
de haberla confrontado con sus fantasmas
a ver qué, mamá, a ver qué, a ver qué.
Y aunque nada había para ver, eso es seguro,
ella encontró, parece, el objeto que buscaba
porque de un minuto para otro se quedó muda
mientras yo con la pregunta en la boca
me fui rumiando las razones de todos los asuntos del mundo
que en la cadencia insoportable de su repetición
no tienen, no tienen y no tienen
ninguna respuesta.

Tamara Kamenszain, Buenos Aires, 1947
en El eco de mi madre, Bajo la luna, Buenos Aires, 2010
imagen:

viernes, diciembre 10, 2010

alfonsina storni. lo inacabable



Lo inacabable

No tienes tú la culpa si en tus manos
mi amor se deshojó como una rosa:
vendrá la primavera y habrá flores...
el tronco seco dará nuevas hojas.

Las lágrimas vertidas se harán perlas
de un collar nuevo: romperá la sombra
un sol precioso que dará a las venas
la savia fresca, loca y bullidora.

Tú seguirás tu ruta; yo la mía
y ambos, libertos, como mariposas
perderemos el polen de las alas
y hallaremos más polen en la flora.

Las palabras se secan como ríos
y los besos se secan como rosas,
pero por cada muerte siete vidas
buscan los labios demandando aurora

.......................................................

Mas... ¿lo que fue? ¡Jamás se recupera!
¡Y toda primavera que se esboza
es un cadáver más que adquiere vida
y es un capullo más que se deshoja!

de La inquietud del rosal, 1916

La verdad

Mi alma tiene todos los matices,
ya lo dije: es verdad.
De feroz rebeldía pasa dulce
a la dulce humildad.

Dura como el acero se disuelve
en la llama fugaz.
Y es que en medio de todos sus tumultos

sólo hay esta verdad:
mi corazón que tras distintos velos
sangrando está.

1920, poesía no publicada en libro

Ruego a Prometeo

Agrándame tu roca, Prometeo
entrégala al dentado de la muela
que tritura los astros de la noche
y hazme rodar en ella, encadenada.

Vuelve a encender las furias vengadoras
de Zeus y dame látigo de rayos
contra la boca rota, mas guardando
su ramo de verdad entre los dientes.

Cubre el rostro de Zeus con las gorgonas;
a sus perros azuza y los hocicos
eriza en sus sombríos hipogeos:

He aquí a mi cuerpo como un joven potro
piafante y con la espuma reventada
salpicando las barbas del Olimpo.

de Mascarilla y trébol, 1938


Alfonsina Storni, Sala Capriasca 1892- Mar del Plata 1938.
De Alfonsina Storni, Poesía, Ensayo, Periodismo, Teatro, Tomo I, ‘Ocre. 1925’, Losada, Buenos Aires, 1999
imagen: s/d

martes, diciembre 07, 2010

jorge aulicino. selección libro del engaño y el desengaño





26


vuelve a morir en América Dino, el Moro,

que murió de dolor lejos de casa.

Pasolini


La sombra en el reflejo es la que habla
en la Comedia
como han hablado las sombras
de la Caverna.
Como si detrás la verdad,
como si detrás,
como las sombras del exilio,
como las sombras que perdieron el contacto.
Como las sombras que no saben
de los hilos francos y tenues,
de la luz,
de imperios y montañas,
del azul mar,
del azul de Prusia,
del azul meditativo,
de otras hachas,
de otros reinos,
de lo nuestro:
antenati.


27

Que los pintores de posguerra se inclinaran más bien
a la distorsión
no nos dio el suficiente indicio.
De algún modo, se carpía,
se volvía
a sembrar la tierra arada por cañones y metralla.
Pero si pintaban areneras, calles o interiores,
los pintores,
no pintaban el interior danzante de una pera,
ni las mágicas partículas
del orbe.
Todo estaba por irse,
o estaba
por partirse,
o estaba
por llegar,
dramáticamente.
Los sesenta llegaban con siambretta.
Pero los ínclitos pintores
pintaban los colores
desvinculados de la forma.
La heredad
era vigilada por la torre
ennegrecida
de un pensamiento
que no pesaba más.
El fuego era de gas.
El siglo fue doméstico
y abierto,
se gozaba la ciudad
y los pensadores
eran cómicos de historieta.
El siglo de oro,
nuestro siglo de oro, popular.

Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
del Libro del engaño y el desengaño, inéditos
imagen: s/d

domingo, diciembre 05, 2010

el yeso cae



Aniversario

Unas pocas flores, viejo.
La misma versatilidad
con que la nada nos corrige:
cansancio en el cansancio.
Y también la oración.
El sueño del Paraíso filtra imágenes
para lo inútil de tu muerte.
Pero estos códigos de luz son cardos
que enmascaran deseos y los libran
a sus mandatos de materia.
El yeso cae: una humedad continua
y centenaria rodea a la familia.
Hay un vitral con una virgen rota.
Y siento ahora lo que ya no sos:
una enorme mirada,
un saludo encarnado sólo para mí,
a través de mí, en la orilla
de unas palabras que recuerdan.


José Emilio Tallarico, Buenos Aires, 1950
en Ese espacio de tiembla, Ediciones Proa, Buenos Aires, 1993
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