miércoles, junio 12, 2019

mercedes álvarez. dormías y otros poemas

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***
Cuando yo ordeno
lo que se ordena no es mi mente
mi mente queda suspendida entre una escoba y un peine
entre una silla y una media
preguntándose algo.
Hubo una vez niñas que trabajaron esclavas
diez horas de martirio frente a la cocina
diez horas de martirio lavando platos
diez horas bordando.
Tengo la posibilidad de ordenar sin amo
me hablaron de esto
y al alma le aplico
otra restricción más forzada.

***
Dormías
en el lado izquierdo intentando
acompasar tu corazón y el peso muerto
de tu cuerpo sobre la cama.
Dormías tensionando músculo y párpado
labio y voz
y una mano entreabierta sobre la almohada:
única concesión al abandono.
Te miraba
como te miré siempre desde el primer día
labio sobre labio, ojo sobre ojos,
¿quién eras en verdad?
¿quién era yo, mirando?
Ningún alma puede
agotar el momento presente
ningún espejo borra
la fuente insaciable de otra imagen.
¿Tu mano dejó de responder,
como cuando la taza se desliza
y derrama el café?
No te preocupes por eso.
El moho sale sobre el panb
la humedad tensa
su trazo sobre la pared.
No te preocupes por eso.

Mercedes Álvarez, Tandil, 1979
de El deterioro, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2019
imagen de Kelly Reemtsen

lunes, junio 10, 2019

jorge aulicino. ni el capitalismo ni el liberalismo

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...

Ni el capitalismo ni el liberalismo nos cambiaron
la vida, la apertura a las importaciones no incluyó
la guillotina, la Casa de las Indias envejeció junto con
nosotros y hemos sido monárquicos hasta cansarnos.
Rezamos, como corresponde, al gauchito, y toda
epifanía habida sobre el río la enterramos,
dada su anunciada peligrosidad. Somos una raza
de analfabetos que camina predicando que esa
tecnología que se oxida en la costa y al lado de las
carreteras nos va a hacer indiferentes y de plásitco,
cómodos, parturientos, egoístas como los ingleses,
y de este modo la pasamos bomba mientras agonizan
todos los viejos propósitos, los diarios vuelan de nuestras
manos, la calidad del crepúsculo aumenta. La calidad
de los asadores. La calidad de nuestra clase media,
la calidad de nuestras confesiones, el amor a los
pájaros, los espacios, la incontaminación del suelo.

Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
de El río y otros poemas, Barnacle, Buenos Aires, mayo 2019

martes, junio 04, 2019

andrew motion. preparando el fuego




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Preparando el fuego

He bajado temprano
buscando algo qué hacer

cuando veo a mi padre de rodillas
frente al hogar en la sala de estar
barriendo las cenizas
de alrededor y debajo del morillo
con un suave cepillo marrón
que usa para eso en especial.

¿Habrá estado aquí toda la noche
esperando atraparme con las manos en la masa?
Por lo que sé
no he hecho nada malo.

Lo sigo pensando
cuando me llama
sin darse vuelta;

debe haberme visto
con los ojos de atrás de la cabeza.

‘¿Qué ocurre hijo querido?
¿No pudiste dormir?’

Su voz es más amable de lo esperado,
como si supiera
que compartimos una tristeza
que aún no siento.

Patino hacia él con mis medias grises
sobre la madera lustrada del estar,

negociando con las carpetas
con sus diseños de casi-dragones.

Sigue sin darse vuelta.

Ahora se dedica
a arreglar un manojo de leña
sobre diario arrugado en la leñera,

aplastando pequeños de trozos de carbón
con cuidado entre las ramas
como si decorara una torta.

Luego enciende un fósforo
y lo tira como viene,

antes de extender una hoja nueva de diario
sobre toda la boca del hogar
para que las llamas se enciendan.

Por qué esta hoja nueva
no prende también
no lo sé.

Las llamas están muy cerca.

Puedo verlas
y las oigo enfurecerse
con la viñeta de ayer del presidente Kennedy

y el presidente Khrushchev
corriéndose uno al otro en sus motonetas
ambos gritando
¡Seguro que él para primero!

Pero no hace falta preocuparse.
Todo
es tal como mi padre quiere que sea,
y a su debido tiempo,
cuando el fuego arde agradable,
sacude el diario para acomodarlo,

lo dobla bajo su brazo,

y toma la pala
con los restos de la noche anterior.

¿Ha vuelto a hablarme?
No lo creo. No
lo sé.
Pensaba en que prolijo es.
Me preguntaba:
¿seré así? ¿Cómo me arreglaré?

Después elige un leño
de la leñera de mimbre
para equilibrar las brasas,
y admira su habilidad.

Cuando llegue el momento de seguirlo,
deslizarse, deslizarse por el piso lustrado,
él hace de guía hasta los basureros.

Un aliento a ceniza
se derrama sin parar sobre su hombro
desde la fuente que lleva delante
como un hombre cargando un don
en una pintura de un hombre cargando un don.


Andrew Motion, Londres, 1952
De Coming in to Land: Selected Poems, 1975-2015, HarperCollins Publishers, 2017
Versión ©Silvia Camerotto


Laying the Fire

I am downstairs early
looking for something to do

when I find my father on his knees
at the fireplace in the sitting-room
sweeping ash
from around and beneath the grate
with the soft brown hand-brush
he keeps especially for this.

Has he been here all night
waiting to catch me out?
So far as I can tell
I have done nothing wrong.

I think so again
when he calls my name
without turning round;

he must have seen me
with the eyes in the back of his head.

‘What’s the matter old boy?
Couldn’t sleep?’

His voice is kinder than I expect,
as though he knows
we have in common a sadness
I do not feel yet.

I skate towards him in my grey socks
over the polished boards of the sitting-room,

negotiating the rugs
with their patterns of almost-dragons.

He still does not turn round.

He is concentrating now
on arranging a stack of kindling
on crumpled newspaper in the fire basket,

pressing small lumps of coal
carefully between the sticks
as though he is decorating a cake.

Then he spurts a match,
and chucks it on any old how,

before spreading a fresh sheet of newspaper
over the whole mouth of the fireplace
to make the flames take hold.

Why this fresh sheet
does not also catch alight
I cannot think.

The flames are very close.

I can see them
and hear them raging
through yesterday’s cartoon of President Kennedy

and President Khrushchev
racing towards each other in their motorcars
both shouting
I’m sure he’s going to stop first!

But there’s no need to worry.
Everything
is just as my father wants it to be,
and in due time,
when the fire is burning nicely,
he whisks the newspaper clear,

folds it under his arm,

and picks up the dustpan
with the debris of the night before.

Has he just spoken to me again?
I do not think so. I
do not know.
I was thinking how neat he is.
I was asking myself:
will I be like this? How will I manage?

After that he chooses a log
from the wicker wood-basket
to balance on the coals,
and admires his handiwork.

When the time comes to follow him,
glide, glide over the polished floor,
he leads the way to the dustbins.

A breath of ash
pours continuously over his shoulder
from the pan he carries before him
like a man bearing a gift
in a picture of a man bearing a gift.