viernes, junio 22, 2018

wallace stevens. lo sublime norteamericano



Lo sublime norteamericano

¿Cómo se para uno
a contemplar lo sublime,
a enfrentar a los chistosos,
que toman el pelo,
y los pares enchapados?

Cuando el general Jackson
posó para su estatua
supo lo que se siente.
¿Debe el hombre andar descalzo,
inmutable y en blanco?

Pero ¿cómo sentirse?
Uno crece acostumbrado al clima;
el paisaje y todo eso;
y lo sublime baja
al espíritu mismo,

espíritu y espacio,
el espíritu vacío
en un espacio desocupado.
¿Qué vino hay que beber?
¿Qué pan hay que comer?

Wallace Stevens, Reading, 1879-Hartford, 1955
En Collected Poetry and Prose, Ed. Frank Kermode and Joan Richardson, New York, Library of America, 1997
Versión ©Silvia Camerotto


The American Sublime

How does one stand
To behold the sublime,
To confront the mockers,
The mickey mockers
And plated pairs?

When General Jackson
Posed for his statue
He knew how one feels.
Shall a man go barefoot
Blinking and blank?

But how does one feel?
One grows used to the weather,
The landscape and that;
And the sublime comes down
To the spirit itself,

The spirit and space,
The empty spirit
In vacant space.
What wine does one drink?
What bread does one eat?


domingo, junio 10, 2018

juan josé saer. jorge aulicino



[ Juan José Saer]

El día será oscuro hasta el último día,
y los montes y los jardines y la roca y las escolleras
serán siempre falsas, siempre serán coartadas.
El tiempo será oscuro hasta el último día,
y para conocerlo basta un día,
la gata sentada al modo de los gatos, sobre sus cuatro patas,
entre papeles y tazas de café
acecha una inteligencia lejana,
como si la esperara. Pero el viento entre las plantas
atrae su vista hacia la ventana.
El día es una máquina cuyo óxido no lava el aceite
y la máquina escribirá,
hará trajes, destilará petróleo,
extraerá estaño y sílice:
todo, debajo de la virtualidad,
es máquina, los apuntes son sobre la máquina
cuyos fallos están previstos;
la máquina tal vez incluso mueve la sangre
de bosques y montañas.
Y si no es así, de nada vale cantar los bosques
porque no tienen ni promueven ni desean
ni los acercan palabras
ni trazos de pintura sobre la tela,
ni la máquina de una partitura.
No tienen intermediarios
y muchas veces no sabemos si traen el éxtasis o la imbecilidad
y caen, de todos modos, bajo la máquina.
No podés creer en la costa de California
ni en las cabañas ni en la Selva Negra
ni en la verdad de una ruta en la meseta patagónica:
todo es obra, querido, de la máquina.
Y la máquina también morirá porque el día será oscuro hasta el final.

Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
en Mar de ChukotkaEdiciones op.cit, Buenos Aires, nov. 2017