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miércoles, mayo 20, 2015

tom maver. hablarte mientras dormís



***

Hablarte mientras dormís
es lo más parecido que conozco
a escribir un poema.

Sujetada a tu respiración, amagás
con irte, con quedarte.

Es como si no estuvieras del todo
y esa suerte de intermitencia
me va guiando en lo que digo.

Paso la mano por tu cuerpo
y se hunde en el puente
que atraviesa de ayer a hoy
y te pierdo y te sigo en el pasaje.

¿Qué se oye, qué dirección 
toma ese largo devaneo?

Las frases te acarician el cuerpo,
te tapan y sin querer te olvidan
en su afán de acomodar
el rasgueo de tu respiración
al tono oscuro de mi voz.

¿Qué le hace a uno alargar más
y más la declaración, hasta casi sabotearle
lo poco que tiene que decir
para quedarse revoloteando
alrededor del silencio como
de un fuego que mantiene despierto
al enamorado de las palabras?

¿Qué duración, qué soledad
atraviesa el insomne
con la sospecha de que, quizá, no esté solo
en la inmensa noche?

Es posible que más tarde 
llegue de algún lugar
inexistente para mí
y sin terminar de abrir los ojos
estire la mano, diga alguna cosa
y yo, del lado del día, 
en medio de la nada, la oiga mansamente.

Tom Maver, Buenos Aires, 1985
de Yo, la incesante nieve, Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2009
imagen de Gus Hughes en Emergent Art



lunes, septiembre 15, 2014

tom maver. sobre el arte de tejer



Sobre el arte de tejer

No recuerdo cuándo empecé a tejer.
En algún momento de los banquetes o de las siestas
sin darme cuenta dejé de esperar
y me dediqué a otra actividad,
también sin porvenir.

Así es que ahora tejo historias increíbles
que cada noche destejo
y cada día recomienzo
con esa inocencia imperturbable
del que mira los templos, las guerras,
los sacrificios y los día como lo que son.

Troya, las hazañas de mi marido,
las naves, la victoria, los dioses, el regreso,
¿quién sabe cuántas cosas más pasaron
en estas historias
que me cuento y que al día siguiente
ya no existen más?

Porque, díganme, ¿qué se puede pretender
de lo que, quizá, venga con el tiempo?

Por eso, amigos, no se engañen.
Esto que parece una obstinada espera
es, en verdad, una desgarrada
fidelidad a lo pasajero:
cuando el tiempo me envuelva
con este sudario interminable,
sentirá en sus manos el filo
de mi vida
deshecha por las noches
y vueltas  a empezar por las mañanas.

Tom Maver, Buenos Aires, 1985
de Yo, la incesante nieve, Huesos de Jibia, 2009
imagen de John Flaxman, El encuentro de Ulises y Penélope

lunes, noviembre 11, 2013

tom maver. en caminos despejados y otros poemas


****
La soledad siguiendo, Garcilaso de la Vega


En caminos despejados me atraso sin remedio
y llego a mi casa siempre después de mí
como a un lugar donde no queda nadie. 

Tropiezo con cosas que ya no están,
por todas partes choco con la distancia que se abre
entre nosotros, con armarios que quedaron cerrados.
Los ecos de las charlas que todavía recuerdo
son sobre viajes que se llevan a los que hablan
y peparativos que hace uno solo.

Apenas te fuiste, borré cada huella tuya
para no ver adonde iría la siguiente.
Fuí, uno por uno, deshaciendo todos tus abandonos
hasta desorientarme y no tener cómo seguirte.

Pero ahora resulta que cuando piso
donde alguna vez borré los rastros de tu partida
vuelvo a tropezar con algo que quedó de vos
y que se sigue yendo de donde ya no estás.


****


Beautiful, beautiful, beautiful,
beautiful boy
, John Lennon

A veces me da por pensar
que mi padre se está volviendo
cada vez más chico
para que yo lo conozca por completo.


¿Por qué será que los hijos
desconocemos la infancia de nuestros padres?
¿Acaso por exigirles esa paternidad
no los dejamos de algún modo huérfanos?

Ahora es como si él estuviera en busca
de una edad exacta
en que envejecer y hacerse chico
vayan de la mano.

Lo veo como si creciera frente a mis ojos
para llegar a tiempo de ser mi padre
dejando cosas atrás, historias que los hijos
apenas llegamos a conocer, demasiado ajenas,
y que no podemos averiguar sin
que nuestros pensamientos se vuelvan borrosos.

Después de una vida de haber aprendido
el arte de perder hasta lo más preciado

sin que parezca algo terrible,
me pidió que hiciera lo mismo,
pues su labor como padre, aseguraba,
consistía en que yo, eventualmente,
prescindiera de él.

Sé que el tiempo no pasó
por su vida sin transformarse
en algo contradictorio
con dos direcciones opuestas
y a la vez reconciliadas en su corazón
de padre y de hombre
que también está solo

yendo hacia los extremos de la edad
hasta volverse tan grande o
tan chico su amor, que no se lo ve,
acaso por la sencillez de su entrega,
que sólo se conforma en dar
y en darse. 


Tom Maver, Buenos Aires, 1985
imagen de Martin Stranka, en Uno de los nuestros