―Lo que me gusta de usted ―me ha dicho mirándome lentamente―, lo que me gusta de usted, sin que sepa por qué, son mis recuerdos...
Al extremo de todas las calles, en la desierta plaza, la veía surgir, enorme e insensible. Esas calles eran estrechas y sucias, como los callejones que rodean las iglesias de pueblo. Había, aquí y allá, la muestra de un prostíbulo, un farol encarnado... Meaulnes sentía írsele el dolor, en aquel barrio asqueroso, vicioso, guarecido, como en tiempos antiguos, bajo los arbotantes de la catedral. Experimentaba un temor de labriego, una repulsión por aquella iglesia cuidadana, en cuyos escondrijos se hallan esculpidos todos los vicios, una iglesia que se levanta entre los barrios bajos y que no cuenta con remedios para las más puras cuitas del amor.
de El gran Meaulnes,"Capítulo XVI: El Secreto (fin)", Alain Fournier, Libros del mirasol, Buenos Aires, 1965.
2 comentarios:
Ah, qué hermosura. Gracias, Irene
sí, lo es. gracias, a usted.
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