trabajar cansa
Atravesar una calle para escapar de casa
lo hace sólo un muchacho, pero este hombre que pasea
todo el día por las calles, ya no es un muchacho
y no escapa de casa.
Hay en el verano
tardes en que hasta las plazas están vacías, tendidas
bajo el sol que está por caer, y este hombre, que llega
por una avenida de inútiles plantas, se detiene.
¿Vale la pena estar solo, para estar siempre más solo?
Dando vueltas, las plazas y las calles
están vacías. Hay que detener a una mujer
y hablarla y decidirla a vivir juntos.
De otro modo, uno habla solo. Es por eso que a veces
hay un ebrio nocturno que comienza diálogos
y narra los proyectos de toda su vida.
No es ciertamente esperando en la plaza desierta
que se encuentra a alguien, pero que pasea las calles
se detiene cada tanto. Si fuesen de a dos,
aun andando por la calle, la casa estaría
donde está esa mujer y valdría la pena.
De noche la plaza vuelve a estar desierta
y este hombre, que pasa, no ve ya las casas
entre las luces inútiles, no alza más los ojos:
solo siente el empedrado, que han hecho otros hombres
con las manos duras, como las suyas.
No es justo quedarse en la plaza desierta.
Seguro que andará por la calle esa mujer
que, rogándola, eche mano a la casa.
De Trabajar cansa/Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Editorial Lautaro, Buenos Aires, 1961.
Traducción y notas de Rodolfo Alonso.
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