el motivo es el poema 3 (y última)
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In verbis amare verum, non verba. De acuerdo, pero ¿de la fórmula por sentado que operan diferentes verdades compensando por la oposición entre verdad conceptual y verdad poética? ¿pero al servicio de qué se halla lo verbal, sino de la meta, inalcanzable y paradojal, que define a la poesía misma: arribar a verdades que no consiguen reflejarse mediante palabras?
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Desechar el planteo, de que siendo el poema uno en su autor, uno en su lector, uno en su crítico, expone un malentendido inquietante, triunfo de lo espurio. Nada más eficaz que esa variedad de papeles, para confirmar que el poema vive.
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Que poseemos un estilo lo deciden los demás: jurarían identificarlo. Entretanto, nuestra sola propiedad son las dudas. Como para concederles la razón a quienes predican que también un estilo es materia de fe; o sea: las dudas perturban, pero las certezas sin fe duran poco.
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¿Y si durante las etapas de desaliento, vacuidad, torpeza del pensar, lo sano fuera alegrarnos, insistir, caer en la esperanza de que entonces quizás se inicia algo liberador? Aunque la comparación parezca impertinente, recordar cómo entre los taoístas religiosos uno de los Ocho Inmortales es pobre, iletrado, deforme.
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Hasta anotar la primera palabra pensar intensamente en uno mismo. Después, piensa nuestro otro.
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Mal síntoma. Que el poema se deje ver de una ojeada.
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Del poema nunca plasmado, de la postergación diaria del intento, surge el libro, depósito de los poemas que entretanto resolvimos.
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Distanciamiento. Procurarlo de modo que ni proximidad sea contacto, ni el alejamiento separación.
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Del componer. Dos instancias, el comienzo y la obstinación.
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Artesanía. Relieve y contundencia. Impracticables sin muchas de las palabras que reconocemos que sobran. Se tratará de elegir cuáles desaparecerán.
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Lo difícil: probar que apelamos a connotaciones prestigiosas como recurso suplementario para intensificar la sugestión perseguida, no manto que disimule el escaso crédito que nos merece el resto.
addenda: alivio del que trabaja
Alivio del que trabaja
sobre sí,
el instante
en que suspende el habitual
hacer con su persona,
ni apartarse de ella,
cerrarse, desentenderse,
ni oficiando de pastor
conducirla, urgirla, amenazarla
desde salvaje e infantil autoridad,
ni abatirla
al nivel de máscara, aritificioso
obstáculo, pesada capa,
cerco que aisla.
Con tal interrupción, aplacamiento,
se vuelve pasivo, ausente
de todo discriminar, indagar:
'¿Cómo estar cierto
de lo que comparto con ella,
y de lo que me es exclusivo?',
y da por bueno
que el azar, dios, sea quien disponga
sobre el latente vínculo,
y quien justifique, legitime,
en eso a que aspira, una actitud
de acuerdo entre amigos,
ninguno de los dos amo,
ninguno sirviente,
afán de cada cual
por aplicarse a lo que el otro precisa,
¡lo que necesitamos,
y lo que anhela nuestra persona,
pero en sus propios términos,
no en los de conjeturar
lo que supone anhela!
Naturaleza y persona
absorbiéndose al unísono,
similar gravidez, dos ramas
que se mecen rítmicamente,
e inspiradoras
del compartido espacio
por el que se mueven.
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