Tras muchas averiguaciones, después de controlar,
fatigar, mapas, hicimos nuestro viaje: sólo
recuerdo el brillo de los rieles y el polvo fino que
envolvía nuestros rostros. Por el inmenso pasillo:
las plantas secas, los tallos oxidándose, la cocina
intacta (un punto vacío que se ha hundido en el tiempo)
y al fondo el correr de unas azules aguas: es el cielo.
Y el balanceo de unas hojas. Mientras,
más pesados, espectros estallantes, resplandecían
las partículas más claras -los limones- y se cifraba el paisaje
en un código secreto. Lejos, sobre la loma, se veía
la ventanilla de un auto; el lugar del regreso era
el lugar de la muerte. Preparamos la comida; los limones
realizaban una extraña colisión de contrastes con los
restos de la casa. Parte de las paredes y el amarillo tallado
de las frutas había empezado a fundirse. La mañana quedó
aislada. Ramas secas. Paredes húmedas. Proyecciones
deformes. Con un cuchillo oxidado se abre sobre el plato,
hondo, el limón. Corrosivo. Perecerá también cuando todo
esto no sea más que nuestro alimento y nuestro escombro.
José Villa, Martín Coronado, 1966
de Cornucopia, Ediciones Deldiego, Buenos Aires, 2001
imagen de Fernando Rivero, en Pinturas de Fernando Rivero
1 comentario:
Extraordinario. Un fundido cinematográfico que corroe las formas hasta la nada, el vacío o las huellas del vacío, escombros.
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