***
Esa vieja a lo lejos apenas puede
colgar en la soga un repasador,
antes lo retorció pero ya no como
antes,
cuando la fuerza era ciega y
eran sábanas, toallones, el mameluco
de su hombre, los infinitos
calcetines, no, ahora ya no,
apenas da en el blanco con ese broche
y lo aprieta, se agarra de la soga,
suspira.
De pronto mueve su cabeza,
ve que la estoy mirando, la saludo
como si la conociera. Sonríe y
va hasta la maceta del malvón, me la
ofrece
entre los cables, el aire que nos
separa.
Irene Gruss, Buenos Aires, 1950
inédito
imagen s/d
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