Amor constante,
más allá de la muerte
Cerrar
podrá mis ojos la postrera
sombra
que me llevare el blanco día,
y
podrá desatar esta alma mía
hora
a su afán ansioso lisonjera;
mas
no, de esotra parte, en la ribera,
dejará
la memoria, en donde ardía:
nadar
sabe mi llama la agua fría,
y
perder el respeto a ley severa.
Alma
a quien todo un dios prisión ha sido,
venas
que humor a tanto fuego han dado,
medulas
que han gloriosamente ardido,
su
cuerpo dejará, no su cuidado;
serán
ceniza, mas tendrá sentido;
polvo
serán, mas polvo enamorado.
Francisco de Quevedo, Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, 1645
En
Obra poética, tomo I, Edición de José Manuel Blecua Teijeiro, Castalia, Madrid, 1969-1971
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