lunes, marzo 05, 2012

john ashbery. sentirse herido




Sentirse herido

Por un momento captamos el espíritu de las cosas
tal como ocurrieron en el pasado. Y llegamos
a conocerlas verdaderamente bien. Telarañas navegaron
sobre la costa. Audaz, la niña las juntó
de entre las nubes, todas ellas misteriosas
y gomosas. Más tarde se elevaron en un velo
por arriba del sueño de cemento de los taxis y la vida.
Así era más o menos como se espera
que terminen las cosas, y se rearmen
otra vez. Lo que no podíamos ver resultaba
encantador. Julio pasó muy rápido.

El mayor problema, incluso mayor
a los círculos deshechos cerca de la mitad
y al final, era la vela en el sótano,
murmurando inclemente contra el clima,
los tejados. Imagina una película que se parece
a la vida de uno, la misma duración, la misma clase.
Ahora imagina que estás allí, actuando un papel secundario,
un papel que en realidad es más importante que el de los protagonistas.
¿Cómo juzgarlo cuando ha transcurrido
más de la mitad? Como una tundra hecha con crayones
colmada de multitudes de todos lados como un mandala
no existe ningún lugar a donde la pequeña niña pueda ir. 
Juega con nosotros, en nuestro desfile; uno se avergüenza
por haber estado ausente tanto tiempo y por haber dejado que
las cosas llegaron al estado actual. Demasiado tarde, la cabeza
del jabalí sobre la chimenea brilla solitaria
enojo arquetípico por el modo en que el tiempo transcurrió.
Es demasiado tarde para los húsares y la figura inclinada
en el fondo: cuando era joven
creía que él era un mago, o quizás un olvidado
charlatán de alguna capital remota. Ahora no estoy tan seguro.


John Ashbery, Rochester, 1927
A worldly country, New poems, Harper Collins Publishers, New York, 2007
versión © Silvia Camerotto
imagen de Francesca Woodman©,  House #3, Providence, Rhode Island, 1975-1976, en Uno de los nuestros

To be affronted

For a while we caught the spirit of things
as they had drifted in the past. And we got
to know them really well. Cobwebs sailed
above the shore. Undaunted, the girl picked
them out of clouds, all being mysterious
and rubbery. Later a shroud lifted
them above the cement dream of taxis and life.
This was more or less expected
way of things running out, and back
together again. What we couldn’t see was
delightful. July passed very quickly.

More than the matter with it, more even
than circles coming undone near the middle
and the end, was the candle that stood in the vault,
muttering inclement things to the weather,
the gables. Imagine a movie that is the same
as someone’s life, same length, same ratings.
Now imagine you are in it, playing the second lead,
a part actually more important than the principals’.
How do you judge when it’s more than
half over? As pastel tundra
crowds in from all sides like a mandala
there is nowhere for the very little girl to go.
She plays with us, in our pageant; one is ashamed
at having been away this long and let whatever
get to the state it’s in now. Too late, the boar’s
head on the mantel glows in solitary
archetypal annoyance at the way time has just passed.
It’s too late for the hussars and the bent figure
in the background: When I was young I
thought he was a wizard, or perhaps a forgotten
charlatan from a far-off capital. Now I’m not so sure.




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