Permiso
Un huevo es, después de todo, algo hermoso
mucho antes de ser una metáfora de los peligros de
este mundo,
entonces,
cómo puede esto disuadirlos
del sexo y aún del amor, es un misterio, y sin
embargo
ellos se pavonean por los pasillos todo el día con
sus pequeñas cargas
a las que envuelven en chales y remeras, y guardan,
de a pares, en canastos y latas. Un huevo roto,
les dicen, quiere decir un hijo roto, aunque
en la vida real, el cuerpo es más resistente
de lo que nos imaginamos. Entonces, esta
es la carga del futuro, y quién
de ellos está verdaderamente preparado para
soportarla.
Imaginen, les digo, cómo será
el interior de un huevo, y ellos se imaginan
habitaciones herméticamente cerradas
que protegen del clima —afuera, la lluvia
y el viento tan lejos
adentro, su conversación. Seguramente, dice alguien,
un
huevo roto es más adecuado ya que el futuro es mayormente
vacío
y pérdida, y yo
quiero contarles que mi madre
una vez me llevó hasta el granero y levantó
del coágulo amarillo debajo de las lámparas de calor
un polluello al que puso en la palma de mi mano
para que yo descubriese, cuando más importaba,
que un huevo pesa más que la diminuta
ave que sale de él. Si esto los ayuda,
no lo sé, pero sé que una carga
nunca necesita ser tan pesada como creemos en un
principio.
Pero a ellos les importa muy poco el pasado, y como
el futuro es, sobre todo, vacío y pérdida, …..
caminamos
hasta el borde arbolado del campo de juegos
donde anidan las grajillas, donde ellos dejan en el
suelo
—y así olvidan— sus canastos y sus latas, buscando
en su lugar huevos vacíos, caídos del nido
y esparcidos como baldes diminutos dados vuelta
entre la bolsa de pastor y la algarroba.
Comienza a llover. En la casa cruzando el campo
alguien está encendiendo luces contra la tormenta.
Latas y canastos yacen abandonados
en el pasto y las grajillas graznan pérdida
pérdida,
desde la alta, verde oscuridad de las hayas;
y allí,
debajo de ellas, una chica
y un chico esperan adentro con el ruido de la lluvia
cayendo:
ella ha notado que las pequeñas moscas se amontonan
debajo de los árboles durante una tormenta, porque
está mirando
hacia arriba y señalando el verde
tren de aterrizaje de las hojas; y ese chico, que ha
esperado
más de lo que puede recordar, se incorpora
detrás de ella para levantar y luego apoyar sus
labios contra
la punta de su larga, oscura trenza. Y fue Proust,
¿no es así?, quien nos imploró recordar
que un beso es lo único le da permiso al corazón
para acompañar al cuerpo hacia delante. Son gestos
como ése los que ganan la atención de los dioses.
Aún así podría no salvarlos:
piensen cómo ambos, el optimista y el pesimista por
igual
besan sin dudar, por cábala, antes de ascender el
primer peldaño
de la escalera que los acercará al cielo.
Jude Nutter, nacida en North Yorkshire, Inglaterra, residente en los Estados Unidos desde 1980
de The Curator of silence, University of Notre Dame Press, 2006
Versión ©Silvia Camerotto
imagen: Jared Seff en Jared Seff Art
Permission
An egg, after all, is a beautiful thing long
before it’s a metaphor for the perils of this world,
so how this is meant to dissuade
them from sex, or even love, is a mystery, and yet
they sashay through the halls all day with their small burdens,
which they wrap in scarves and T-shirts, and pack,
in pairs, inside baskets and tins. A broken egg,
they are told, means a broken child, even though,
in real life, the body is more durable
than we dare think. So this
is the burden of the future, and who
among them is truly equipped to bear it.
Imagine, I say, what it might be like
inside an egg, and they picture rooms shut tight
against the weather —outside, rain
and wind with such distance
inside their talking. Surely, someone argues,
a broken egg’s more fitting since the future is mostly
emptiness and loss, and I
want to tell them how my mother
once took me out to the barn and lifted,
from the golden curdle beneath the heat lamps,
a single chick, which she placed in my palm
so I might discover, when it mattered most,
that an egg weighs more than the small
bird breaking from it. If this would help them,
I can’t say, but I know a burden
need never be as heavy as we first believe.
But they care so little for the past, and because
the future is, mostly, emptiness and loss, we hike
to the wooded border of the playing field
where the jackdaws nest, where they place down
and so forget their baskets and tins, searching
instead for the empty eggs, tipped from the nest
and scattered like tiny, overturned buckets
among the shepherd’s purse and the vetch.
It begins to rain. In the building across the field
someone is flicking lights on against the storm.
Tins and baskets lie abandoned
in the grass and the jackdaws are calling loss, loss,
from the high, green darkness of the beeches;
and there, beneath them, a girl
and a boy stand waiting inside the noise of the falling rain:
she has noticed how the small flies gather
beneath the trees in a storm because she is looking
upward and pointing toward the green
undercarriage of leaves; and this boy, who has waited
longer than even he can remember, moves
up behind her to lift, and then place his lips against,
the tip of her long, dark braid. And it was Proust,
wasn’t it, who implored us to remember
that a kiss is the one thing that gives the heart leave
to accompany the body forward. It’s gestures
like this that win the attention of the gods.
But still it might not save them:
think of how the hopeful and the hopeless alike
no doubt kiss, for luck, before ascending, the first rung
of the ladder that will take them closer to heaven.
3 comentarios:
¡Qué fuerte! Gracias, S.
Extraordinario, Silvia. Con finale felice y la clásica escalera que me recordó al inmortal tema de Led Zepellin. Gracias.
muy bueno, gracias!!
Rox
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