III.
Lo olvidan,
porque el amor no es una quieta felonía
hecha para deleitar la suficiencia.
Y nadie sabe qué misteriosa costumbre de huérfano,
qué sentenciado linaje de mentira,
impulsa a cada cual a buscar su énfasis.
Basta ser avizor y buen jinete del ocio
para verlos subidos a los hombros semejantes,
arder en mudos círculos
calculando sistemas de vida con egoísmo tan fino
que por cada cosa pisoteada —la ausencia, la pasión de las manos—
se desangran de respeto,
mientras los convierten en una frecuentada vegetación de ejemplos vacíos,
oráculos del cuerpo y nada más.
Y si todos piden justificación,
si la verdad es blanca por hábito,
si la bondad es apenas una sombra muy nombrada,
piensa cómo duermen, duermen solamente,
esas increíbles, rutinarias lombrices
que se llaman a sí mismas dedos de la tierra, oídos de la tierra,
y son incapaces de recordar el camino hecho.
Piensa que nacieron humanas,
y que alguna vez merecieron la sombra algodonosa de un parque,
el sagrado temor por ciertos olores,
y aun el amor:
sin detenerse, porfiado y ciego como un péndulo,
o sea la forma más pobre de la soledad.
Lo olvidan,
porque el amor no es una quieta felonía
hecha para deleitar la suficiencia.
Y nadie sabe qué misteriosa costumbre de huérfano,
qué sentenciado linaje de mentira,
impulsa a cada cual a buscar su énfasis.
Basta ser avizor y buen jinete del ocio
para verlos subidos a los hombros semejantes,
arder en mudos círculos
calculando sistemas de vida con egoísmo tan fino
que por cada cosa pisoteada —la ausencia, la pasión de las manos—
se desangran de respeto,
mientras los convierten en una frecuentada vegetación de ejemplos vacíos,
oráculos del cuerpo y nada más.
Y si todos piden justificación,
si la verdad es blanca por hábito,
si la bondad es apenas una sombra muy nombrada,
piensa cómo duermen, duermen solamente,
esas increíbles, rutinarias lombrices
que se llaman a sí mismas dedos de la tierra, oídos de la tierra,
y son incapaces de recordar el camino hecho.
Piensa que nacieron humanas,
y que alguna vez merecieron la sombra algodonosa de un parque,
el sagrado temor por ciertos olores,
y aun el amor:
sin detenerse, porfiado y ciego como un péndulo,
o sea la forma más pobre de la soledad.
Lo olvidan,
porque el amor no es fácil, ni pronta demencia,
ni oficio,
y toda fe tiene sus despropósitos.
Pero son valientes, son valientes sin saberlo
esos bellos y feos espectros
en su prolija abdicación del ánimo.
porque el amor no es fácil, ni pronta demencia,
ni oficio,
y toda fe tiene sus despropósitos.
Pero son valientes, son valientes sin saberlo
esos bellos y feos espectros
en su prolija abdicación del ánimo.
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