Infancia
Alina me contó que el día de su nacimiento
tres peregrinos llegaron hasta el taller mecánico
de su padre; trayendo oro, incienso y mirra,
tres viajeros deslumbrados por la luz
de los neones agasajaron su venida.
Entonces su padre, un hombre violento
y desconfiado, los sacó a balazos.
Miraba a la mamá de Alina con desconfianza,
como si sospechara una escasa participación
en la llegada de la enviada.
Luego, las palizas se sucedieron
hasta la adolescencia
y escapó de su casa
y de la escuela,
y cuando nos conocimos
seguimos escapando
porque el problema de vivir huyendo
tres peregrinos llegaron hasta el taller mecánico
de su padre; trayendo oro, incienso y mirra,
tres viajeros deslumbrados por la luz
de los neones agasajaron su venida.
Entonces su padre, un hombre violento
y desconfiado, los sacó a balazos.
Miraba a la mamá de Alina con desconfianza,
como si sospechara una escasa participación
en la llegada de la enviada.
Luego, las palizas se sucedieron
hasta la adolescencia
y escapó de su casa
y de la escuela,
y cuando nos conocimos
seguimos escapando
porque el problema de vivir huyendo
es que no existe un
lugar lo suficientemente lejos.
Los
lamentos
La zona es ese lugar
al que nunca llegamos
pero volvemos sin
embargo cada noche.
«O
Mamo nie płacz nie—Niebios Przeczysta Królowo
Ty
zawsze wspieraj mnie», *
irradia el pueblo
abandonado,
los hospitales
vacíos,
las paredes
descascaradas,
los retratos
imantados,
cada pasado adherido
a los lugares
donde aún rota la
tierra gira,
como quien patina
sobre hielo
bajo árboles
desnudos.
Javier Galarza,
Buenos Aires, 1968
de Für Alina,
Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2018
*«Oh mamá, no
llores – Inmaculada Reina Celestial, socórreme siempre», Sinfonía No. 3 de
Henrik Górecki, también conocida como Sinfonía de los lamentos. El
compositor oyó hablar de esta inscripción garabateada en la pared de una
prisión de la Gestapo, a los pies de los Montes Tatras, al sur de Polonia,
escrita por una joven de dieciocho años.
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