Perdido en la traducción
Para Richard Howard
Diese Tage, die leer dir scheinen
und wertlos für das All,
haben Wurzeln zwischen den Steinen
und trinken dort überall.*
En la biblioteca, una mesa de juego
espera preparada el rompecabezas que nunca llega.
La luz del día brilla o desde la lámpara desciende
sobre el tenso oasis de fieltro verde.
La vida sigue, llena de insatisfacción,
espejismo surgido del goteo de la arena del tiempo
o cae poco a poco en el lugar correcto:
lección de alemán, picnic, columpio, caminata
con el collie que ‘hacía de todo menos hablar’—
amargas frutas caídas del huerto detrás de nosotros.
Un verano sin padres es el rompecabezas,
o debería serlo. Pero el chico, día tras día,
escribe en su diario Ningún rompecabezas.
Al menos, está enamorado. Su Mademoiselle francesa,
una viuda en la vida real, después de Verdun,
es robusta, simple, pelirroja, devota.
Reza por él, mientras él hace de cura en Alsacia,
cose trajes para sus marionetas,
lo ayuda a mantenerse detrás de la escena
cuya chica-ganso iluminada de costado, hablando con su voz,
hace de Ginebra como también de la prostituta Jean.
o sino, a la hora de dormir, ella le cuenta, en la cama, abrazada a él
sus íntimas esperanzas francesas, sus miedos alemanes,
su —¿pero qué más hay para contar?
Habiendo conocido el dolor y la adversidad, Mademoiselle
no sabe mucho más. Sus lenguas. Su hogar.
Café a mediodía. Correo. El reloj que también esperaba
clavado en su corazón, pobre oro, cede sus manecillas—
¡Ningún rompecabezas! Exhalando amargura
sus dulzuras provocan estallidos en la boca de él, traducida:
“Paciencia, chéri. Geduld, mein Schatz”
(Así, leyendo Valéry la otra tarde
y recordando, al parecer, la versión de “Palma” de Rilke*,
ese paradigma iluminado por el sol mediante el cual el árbol
punza una dulce fuente de autoridad,
la hora regresó. Patience dans l’azur*.
Geduld im… Himmelblau? Mademoiselle.)
Caído del cielo, según lo prometido, de una tienda
de alquiler de rompecabezas de Nueva York, llega
uno superior, que contiene mil piezas recortadas a mano,
con aroma a sándalo. Muchas adoptan
formas antes conocidas —repertorio del artesano
agradable en su limitación— de otros rompecabezas:
bruja montada en una escoba, avestruz, reloj de arena,
incluso (por cierto no sólo en retrospectiva)
una palmera minúscula ramificándose ingenuamente.
Estas se pueden dejar de lado, convertidas en historias,
mientras Mademoiselle extiende el resto boca arriba
emocionada como una niña; o pueden cuestionarse,
como caras desarticuladas en medio de la multitud,
cada una con su pedacito de evidencia de colores brillantes
demostrando que la Ley debe ensamblar.
¿Avestruz azul cielo? Historia verosímil.
Capa malva de la bruja, ¿desmontados dedos blancos
encajan? Detenedla. La trama se espesa
cuando dos piezas de pronto se unen.
Mademoiselle traza las fronteras— (No muy rápido.
Un crespúsculo londinense, el último diciembre.
Charla silenciada en la biblioteca
este hombre maduro vuelve a entrar, vestido de gris.
Un médium. Todos, excepto él vieron
el panel deslizarse, el hueco explorado,
un objeto exhibido, a la vez único
y común, colocado en un simple cofre
esmaltado, que el sujeto ahora examina
con los ojos cerrados, diciendo, en efecto:
“Incluso cuando las voces me llegan imprecisas
un sonido seco de sierra las ahoga,
algunas máquinas chillonas — ¿un aserradero?
Cuesta arriba en el bosque de abetos
los árboles se elevan, tensos por el shock,
lamentándose y crujiendo mientras caen al suelo.
Pero aquí hay un fragmento de locura escondido
de un complejo patrón solo en apariencia.
Lo que muestra en apariencia es superficial
comparado con a ese laminado a largo plazo
de riesgo y artesanía, el karma que hizo
que tuviera importancia, en primer lugar.
Madera laminada. Pieza de un rompecabezas”. Aplauso
reconocida por abertura de tapas
sobre la cosa misma. Un repentino pavor:
pero de regresar. Todo esto instalado años antes.)
Mademoiselle traza las fronteras. Piezas de borde recto
se alinean con la tierra o el cielo
en dos y tres, ingenuos cosmogonistas
cuyas opiniones chocan. Mientras tanto, los nómades del interior
se agrupan donde el tótem
de vibrante amarillo huevo,
o de piel de cualquier animal emergente,
actúan en el desordenado grupo como un toque de trompeta
para formar una unidad más sof ‘isticada.
Para la hora de cenar, dos nubes de madera desiguales
se han formado. En una, un jeque con barba
y espada de brillante empuñadura (que aún no está terminado)
se presenta en una piel de tigre. ¡Una pieza
se cierra, y colmillos rechinan!
En la segunda nube —ellos miran de una nube a otra
marcados por una indescifrable sensación—
la mayor parte de una mujer de ojos oscuros velada en malva
es ayudada a bajar de su su camello (arrodillado)
por un pequeño y torpe esclavo o paje
(Su hijo, piensa Mademoiselle erróneamente)
cuyos pies no han encontrado. Pero hallazgos afortunados
minutos antes de ir a la cama
anclan ambas partes en las fronteras de la escena.
Y, al hacerlo, las orientan
frente a frente en el abismo verde.
Las promesas amarillas, oh dicha,
llegadas a tiempo a la suntuosa tienda.
Comenzó el rompecabezas, escribo en el espacio diario.
Después, mientras se baña, espío la página
de Mademoiselle para el cura “...cette innocente mère,
ce pauvre enfant, deviendront-ils?”
Su texto azul tiene arabescos como las piezas
del rompecabezas del que ella le contará.
(¡Aterrador desinterés infantil!
“Tu as l'accent allemande” dijo Dominique.
Por supuesto. Mademoiselle era francesa solo por matrimonio.
Hija de madre inglesa, remota
descendiente del gran explorador Speke,
y padre prusiano. Nadie lo sabía. Lo escuché
más tarde, de su sobrino, un intérprete
de la ONU. Su pragmático relato
tocaba fibras viejas. Mi pobre Mademoiselle,
con 1939 a punto de sacudir
este mundo hasta los cimientos
donde “cada uno era el enemigo, cada uno el amigo”,
conservó su paz, aunque firmada con sangre,
como un secreto vergonzoso hasta el final.)
"Schlaf wohl, chéri.” Su beso. Su pulgar
cruzando mi ceja en sentido contrario de los sueños por venir.
¿Este mundo que cambia como la arena, sus imprevistas
alianzas y su rutina exaltada,
cuyo Potentado no tenía un séquito?
¡Mirad! Ese mundo se ensambla en el verde que se encoje.
Piel de bronce de cañón o pálida, todas plumas y cicatrices,
los avatares más nobles del vasallaje—
el mismo portador de café en su chaleco
de piel es una Alteza morena, cerca de la nuestra.
Tabaco aliviando el aburrimiento, y jarabes helados, sed,
de viejas esposas adivinidas en la penumbra, que saben que los peores
sudan más que esa ficción viril de los Nuevos:
“Insh'Allah, él se cansará” “¡o la matará primero!”
(Difícilmente sea un tema apropiado para el hogar,
trabajo de —querido Richard, te dejaré rastrear
su nombre en archivos y periódicos eruditos—
un león menor presente en Gérôme.)
Mientras, insensibles como Tebas —cuyas Puertas ahora terminadas
se cierran a sus espaldas—, unos y otros, huríes y efrites
reclaman el Paje. Él se pregunta a quién servir,
y cuáles son sus deberes y dónde sus pies.
Y si encontráramos, como algunos lo hicieron antes,
esa pieza de distancia profunda en donde se oculta
tu ápice diminuto endulzado por el sol,
¡Triángulo eterno, gran pirámide!
Entonces solo queda el cielo, cien
fragmentos azules en revolución, sin pista
sobre dónde se abrirá un nicho. Menuda tarea,
armar el cielo, aún así, lo hacemos.
Está armado. Aquí debajo de la mesa, desde el principio,
estaban los pies faltantes. Está armado.
La cola del perro golpeando. Mademoiselle bosquejando
trajes para un futuro drama de harén
para el protagónico de la chica ganso. El vencejo desmantelándose
antes de tiempo. Levantado por dos esquinas,
el rompecabezas estaba unido —y no.
Invencible, una población
separada de sus anexos, cayó con estrépito.
El poder se deshizo mientras la bruja
reptaba sin dificultad vestida de virtud.
El azul resistió un tiempo, pero se desmoronó, también.
La ciudad había caído hacía rato y la tienda de campaña,
una muselina holandesa divisoria,*
había sido barrida. Perduró el verde
en el que los adultos jugaban. Un atardecer verde.
Las primeras luciérnagas. Último resplandor del verde
de occidente en los ojos falsos de (coincidencia)
nuestro tigre sarnoso, a salvo en su hogar desnudo.
Antes de que el rompecabezas fuera empaquetado y reenviado
a la tienda de rompecabezas en los años 60,
algo me dice una pieza se las ingenió
para quedarse en el bolsillo del chico. ¿Cómo lo sé?
Lo sé porque muchos a rompecabezas posteriores
le faltaban piezas —los agudos de Maggie Teyte*
desaparecidos al final de la guerra, el fin de la moda de los collies.
Una casa derribada; y ¿no había ocultado,
Madmemoiselle, su triste pizca de verdad también?
He pasado los últimos días, además,
saqueando Atenas para esa traducción de “Palme”.
Ni la Casa de Goethe ni la Biblioteca Nacional
parecen poder desenterrarlo. Aún así, no puedo
estar solo imaginándolo. Lo he visto. Saber
cuánto de la madurez del sol original,
felicidad de Rilke, (que amaba las palabras francesas: verger, mûr, parfumer),
lo hizo renunciar para poder procesar su sentido subyacente.
Saber, con anterioridad, en su propia lengua
qué dolores, qué verdades monolíticas
ensombrecen, estrofa a estrofa, la simetría
del pavimento lleno de baches de la rima. Saber que el plan base
emigró, sublime y estéril, hacia donde el cálido romance
piedra por piedra se desvaneció, enfriado; los sustantivos aflautados
se estiraron, más solitarios que la vida
en letras capitales talladas como hojas en el resplandor crepuscular.
El mochuelo de la diéresis pía y ulula
arriba de la vocal abierta. Y después de la lluvia
una profunda reverberación se puebla de estrellas.
¿Está perdida, enterrada? ¿Otra pieza faltante?
Pero nada está perdido. O bien: todo es traducción
y cada parte de nosotros se pierde en ella
(o se encuentra — yo vago por la ruina de S
de vez en cuando, preguntándome por la paz)
y en esa pérdida un árbol modesto,
color del contexto, crujiendo imperceptible
con su ángel, convierte los residuos
en sombra y fibra, leche y memoria.
James Merrill, New York, 1926- Arizona, 1995
Versión © Silvia Camerotto
Imagen: s/d
Notas:
*La cita pertenece a una traducción del poeta Paul Valéry sobre el poema “Palme” realizada por Rainer Maria Rilke.
*Muzot, principios de octubre de 1924
*de Hubert Reeves, astrofísico canadiense
*Mousseline sauce: salsa holandesa. El autor utiliza un juego de palabras. Nd T.
*Margaret Tate, Wolverhampton (Staffordshire),1888 - Londres, 1976, cantante de ópera (soprano) inglesa.
Lost in translation
For Richard Howard
Diese Tage, die leer dir scheinen
und wertlos für das All,
haben Wurzeln zwischen den Steinen
und trinken dort überall.
A card table in the library stands readyTo receive the puzzle which keeps never coming.
Daylight shines in or lamplight down
Upon the tense oasis of green felt.
Full of unfulfillment, life goes on,
Mirage arisen from time's trickling sands
Or fallen piecemeal into place:
German lesson, picnic, see-saw, walk
With the collie who "did everything but talk"—
Sour windfalls of the orchard back of us.
A summer without parents is the puzzle,
Or should be. But the boy, day after day,
Writes in his Line-a-Day No puzzle.
He's in love, at least. His French Mademoiselle,
In real life a widow since Verdun,
Is stout, plain, carrot-haired, devout.
She prays for him, as does a curé in Alsace,
Sews costumes for his marionettes,
Helps him to keep behind the scene
Whose sidelit goosegirl, speaking with his voice,
Plays Guinevere as well as Gunmoll Jean.
Or else at bedtime in his tight embrace
Tells him her own French hopes, her German fears,
Her—but what more is there to tell?
Having known grief and hardship, Mademoiselle
Knows little more. Her languages. Her place.
Noon coffee. Mail. The watch that also waited
Pinned to her heart, poor gold, throws up its hands—
No puzzle! Steaming bitterness
Her sugars draw pops back into his mouth, translated:
"Patience, chéri. Geduld, mein Schatz."
(Thus, reading Valéry the other evening
And seeming to recall a Rilke version of "Palme,"
That sunlit paradigm whereby the tree
Taps a sweet wellspring of authority,
The hour came back. Patience dans l'azur.
Geduld im. . . Himmelblau? Mademoiselle.)
Out of the blue, as promised, of a New York
Puzzle-rental shop the puzzle comes—
A superior one, containing a thousand hand-sawn,
Sandal-scented pieces. Many take
Shapes known already—the craftsman's repertoire
Nice in its limitation—from other puzzles:
Witch on broomstick, ostrich, hourglass,
Even (surely not just in retrospect)
An inchling, innocently branching palm.
These can be put aside, made stories of
While Mademoiselle spreads out the rest face-up,
Herself excited as a child; or questioned
Like incoherent faces in a crowd,
Each with its scrap of highly colored
Evidence the Law must piece together.
Sky-blue ostrich? Likely story.
Mauve of the witch's cloak white, severed fingers
Pluck? Detain her. The plot thickens
As all at once two pieces interlock.
Mademoiselle does borders— (Not so fast.
A London dusk, December last.
Chatter silenced in the library
This grown man reenters, wearing grey.
A medium. All except him have seen
Panel slid back, recess explored,
An object at once unique and common
Displayed, planted in a plain tole
Casket the subject now considers
Through shut eyes, saying in effect:
"Even as voices reach me vaguely
A dry saw-shriek drowns them out,
Some loud machinery— a lumber mill?
Far uphill in the fir forest
Trees tower, tense with shock,
Groaning and cracking as they crash groundward.
But hidden here is a freak fragment
Of a pattern complex in appearance only.
What it seems to show is superficial
Next to that long-term lamination
Of hazard and craft, the karma that has
Made it matter in the first place.
Plywood. Piece of a puzzle." Applause
Acknowledged by an opening of lids
Upon the thing itself. A sudden dread—
But to go back. All this lay years ahead.)
Mademoiselle does borders. Straight-edge pieces
Align themselves with earth or sky
In twos and threes, naive cosmogonists
Whose views clash. Nomad inlanders meanwhile
Begin to cluster where the totem
Of a certain vibrant egg-yolk yellow
Or pelt of what emerging animal
Acts on the straggler like a trumpet call
To form a more soph"isticated unit.
By suppertime two ragged wooden clouds
Have formed. In one, a Sheik with beard
And flashing sword hilt (he is all but finished)
Steps forward on a tiger skin. A piece
Snaps shut, and fangs gnash out at us!
In the second cloud—they gaze from cloud to cloud
With marked if undecipherable feeling—
Most of a dark-eyed woman veiled in mauve
Is being helped down from her camel (kneeling)
By a small backward-looking slave or page-boy
(Her son, thinks Mademoiselle mistakenly)
Whose feet have not been found. But lucky finds
In the last minutes before bed
Anchor both factions to the scene's limits
And, by so doing, orient
Them eye to eye across the green abyss.
The yellow promises, oh bliss,
To be in time a sumptuous tent.
Puzzle begun I write in the day's space.
Then, while she bathes, peek at Mademoiselle's
Page to the curé: ". . . cette innocente mère,
Ce pauvre enfant, que deviendront-ils?"
Her azure script is curlicued like pieces
Of the puzzle she will be telling him about.
(Fearful incuriosity of childhood!
"Tu as l'accent allemande" said Dominique.
Indeed. Mademoiselle was only French by marriage.
Child of an English mother, a remote
Descendant of the great explorer Speke,
And Prussian father. No one knew. I heard it
Long afterwards from her nephew, a UN
Interpreter. His matter-of-fact account
Touched old strings. My poor Mademoiselle,
With 1939 about to shake
This world where "each was the enemy, each the friend"
To its foundations, kept, though signed in blood,
Her peace a shameful secret to the end.)
"Schlaf wohl, chéri." Her kiss. Her thumb
Crossing my brow against the dreams to come.
This World that shifts like sand, its unforeseen
Consolidations and elate routine,
Whose Potentate had lacked a retinue?
Lo! it assembles on the shrinking Green.
Gunmetal-skinned or pale, all plumes and scars,
Of Vassalage the noblest avatars—
The very coffee-bearer in his vair
Vest is a swart Highness, next to ours.
Kef easing Boredom, and iced syrups, thirst,
In guessed-at glooms old wives who know the worst
Outsweat that virile fiction of the New:
"Insh'Allah, he will tire—" "—or kill her first!"
(Hardly a proper subject for the Home,
Work of—dear Richard, I shall let you comb
Archives and learned journals for his name—
A minor lion attending on Gérôme.)
While, thick as Thebes whose presently complete
Gates close behind them, Houri and Afreet
Both claim the Page. He wonders whom to serve,
And what his duties are, and where his feet.
And if we'll find, as some before us did,
That piece of Distance deep in which lies hid
Your tiny apex sugary with sun,
Eternal Triangle, Great Pyramid!
Then Sky alone is left, a hundred blue
Fragments in revolution, with no clue
To where a Niche will open. Quite a task,
Putting together Heaven, yet we do.
It's done. Here under the table all along
Were those missing feet. It's done.
The dog's tail thumping. Mademoiselle sketching
Costumes for a coming harem drama
To star the goosegirl. All too soon the swift
Dismantling. Lifted by two corners,
The puzzle hung together—and did not.
Irresistibly a populace
Unstitched of its attachments, rattled down.
Power went to pieces as the witch
Slithered easily from Virtue's gown.
The blue held out for time, but crumbled, too.
The city had long fallen, and the tent,
A separating sauce mousseline,
Been swept away. Remained the green
On which the grown-ups gambled. A green dusk.
First lightning bugs. Last glow of west
Green in the false eyes of (coincidence)
Our mangy tiger safe on his bared hearth.
Before the puzzle was boxed and readdressed
To the puzzle shop in the mid-Sixties,
Something tells me that one piece contrived
To stay in the boy's pocket. How do I know?
I know because so many later puzzles
Had missing pieces—Maggie Teyte's high notes
Gone at the war's end, end of the vogue for collies.
A house torn down; and hadn't Mademoiselle
Kept back her pitiful bit of truth as well?
I've spent the last days, furthermore,
Ransacking Athens for that translation of "Palme."
Neither the Goethehaus nor the National Library
Seems able to unearth it. Yet I can't
Just be imagining. I've seen it. Know
How much of the sun-ripe original
Felicity Rilke made himself forego
(Who loved French words—verger, mûr, parfumer)
In order to render its underlying sense.
Know already in that tongue of his
What Pains, what monolithic Truths
Shadow stanza to stanza's symmetrical
Rhyme-rutted pavement. Know that ground plan left
Sublime and barren, where the warm Romance
Stone by stone faded, cooled; the fluted nouns
Made taller, lonelier than life
By leaf-carved capitals in the afterglow.
The owlet umlaut peeps and hoots
Above the open vowel. And after rain
A deep reverberation fills with stars.
Lost, is it, buried? One more missing piece?
But nothing's lost. Or else: all is translation
And every bit of us is lost in it
(Or found—I wander through the ruin of S
Now and then, wondering at the peacefulness)
And in that loss a self-effacing tree,
Color of context, imperceptibly
Rustling with its angel, turns the waste
To shade and fiber, milk and memory.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario