lunes, noviembre 15, 2010
no te apenes más de la cuenta
Mi vida es una línea recta
nueve menos cuarto en el reloj de la Torre de los Ingleses.
El día, chato como el anterior,
se vislumbra. Más adelante,
tuerzo otra vez la mirada hacia las grutas en cuadriculas.
Un blasón con tres letras:
esperpentos cuelgan cabeza abajo frente a las ruinas:
bajo las arcadas de un ex Banco duermen cartoneros.
Ya me bajo en la parada El Pasado.
Mi madre recorre la enciclopedia
y me señala las madonas de Leonardo.
Entonces,
yo intentaba doblegar el trazo en escorzos de cabezas
y atisbar el volumen, atisbar lo profundo.
Me señala el triángulo eterno
y en el fondo, los árboles esfumados.
Copio cabezas desde todos los ángulos.
Dibujo palabras
de alguien que viajó a lo largo y ancho del mundo,
ir hasta el fondo,
sobre una raya pegada al papel.
De perros cabizbajos a otro tema
triste en el umbral,
tristísimo como los otros perros de una traílla del paseo matinal…
A la noche, la luz filtrada de origen desconocido
traza dos o tres líneas sobre la pared, al costado de la puerta,
antípoda de mi cabeza exhaustivamente reconocida
por el mosquito que la orbita.
Lo callado, en particular lo callado, siega el sueño.
Conversan mujeres en el piso de arriba.
Qué sucedió.
“El amor fugaz estalla los circuitos”.
Perceptibles unas palabras, este mosquito
desanima al curioso con impecable eficacia:
el sostenido zumbido y algunas dosis
de remordimiento.
Se dice de lo precario
se dice de lo precario:
de poca estabilidad y duración. En otras palabras,
el final en cualquier segundo anónimo,
el espasmo de una hélice.
Fragilidad, pánico en el 152, atiborrados y transparentes contornos
transmutados en amenazas urdidas en algún tugurio de la mente
que proyecta, a intermitencias,
una estampida de tubos fluorescentes.
Voces enmudecidas, inclinadas al borde de la nada.
Y por fin, el apacible bip de una línea zizagueante.
No te apenes más de la cuenta.
Pulso un botón mientras pienso en la precariedad del Sujeto,
y el agua arremolinada arrastrará el amarillo como ayer.
Pedro Donangelo, Buenos Aires, 1949
en Fin de episodio
imagen: Kandinsky
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1 comentario:
¡Me gustan, me gustan! Gracias, Irene
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