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Se acabaron los buenos trapecistas
caer tal vez fue gracia
Ungaretti
Me acerqué al calor para enfriarme
al amor para partir
quería escapar
y pido perdón
respetuosamente
pido perdón y saludo con un infinito
silencio
con la gorra en la mano
sin lágrimas
sin ningún tipo de excusas
Quería escapar y para eso alquile un barco
con todas las luces encendidas
pero fue inútil empuñar el timón
y gritar órdenes: el barco
tenía el casco comido por las algas
estaba desfondado
Bueno, me quedé. Caros míos:
viajar por las metáforas
no es más que una prueba de destreza
tanto más aplaudible cuando se hace sin red
El trapecista puede reventarse
contra el piso
y el público horrorizado
jamás olvidará la escena
Algunos dirán: murió en su ley
(cosa enteramente cierta)
Si el trapecista alcanza la vejez
a los cincuenta años posiblemente
se dedique a la bebida
y muera de una pieza
a la luz de fotos amarillas
en otoño o verano
(o en invierno o primavera)
y habrá muerto en su ley de todas formas
Al menos por una décima de segundo
de toda su vida
los buenos trapecistas se sintieron
reyes de este mundo "pero también del otro"
Pero se acabaron los buenos trapecistas
Quedan pocos maestros del trapecio:
la enorme mayoría trabaja con red
La enorme mayoría logra pese a todo
piruetas fascinantes
que el público aplaude a rabiar
Ahora que dejé el barco
(con el trapecio nunca me metí)
yo también aplaudo los buenos espectáculos
Ahora que vuelvo (y no vencido
sino apenas un poco más cansado)
a calentarme las manos aquí abajo
***
Homenaje a Fernando Pessoa
Habría que dejar de cantar
No es difícil dejar de cantar:
se trata de sacarse los ojos
y hundirlos en el barro
Habría que enterrar los ojos
y dejar de cantar
Pero se me caen los párpados
Tengo sueño
Esta noche no estoy con ganas
La verdad, no estoy con ganas
Jorge Ricardo, Buenos Aires, 1950
de Vuelo Bajo, Ediciones El Escarbajo de Oro, Buenos Aires, 1974
imagen de María Teresa Cáceres
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