Ciudades
Podemos creer- haciendo un esfuerzo
por consolar nuestros corazones:
que todo esto no es pérdida,
que no fue puesto aquí para ofender
calle tras calle,
todas siguiendo el mismo modelo,
sin elegancia que destaque
una casa entre cientos
amontonadas en un jardín.
Amontonadas – podemos creerlo,
sin completa desazón,
en irónico juego-
pero el hacedor de estas ciudades se desdibujaba
frente a la belleza del templo
y el espacio que antecede al templo,
arcada sobre perfecta arcada,
pilares y corredores que conducían
a patios y porches extraños
donde la luz del sol pisoteaba
las sombras del jacinto
oscureciéndolas contra la vereda.
Porque el hacedor de ciudades se desdibujaba
ante el esplendor de los palacios,
paralizado mientras las flores de incienso
de los árboles de incienso
caían sobre el piso de mármol,
lo pensó de otro modo, fabricándolas-
iguales, calle tras calle.
Porque, ay,
había amontonado de tal manera la ciudad
que los hombre no podían comprender la belleza,
la belleza los tapaba,
los atravesaba, los rodeaba,
sin siquiera una grieta vaciada de miel,
excepcional, inabarcable.
Entonces construyó una nueva ciudad,
Entonces construyó una nueva ciudad,
ah, ¿podremos creerlo?, sin ironías
sino para un nuevo esplendor
construyó nueva gente
que se elevara tras un lento crecimiento
hacia una belleza hasta ahora sin igual-
y creó nuevas células,
horribles primero, horribles ahora-
esparció larvas sobre ellas,
no miel, sino furiosa vida.
Y estas oscuras células,
amontonadas calle tras calle,
almas vivas, todavía horribles-
desfiguradas o deformadas,
sin rastro de la belleza que
alguna vez los hombres poseyeron con tanta
liviandad.
¿Podemos pensar que unas pocas viejas células
sobrevivieron –nosotros sobrevivimos-
gotas de miel,
viejo polvo de polen extraviado,
amortiguado en nuestras alas rotas,
y nos quedaron para recordar las viejas calles?
¿Es nuestra tarea menos dulce
que las larvas que aun duermen en sus células?
O que reptan para atacar nuestra frágil fortaleza:
eres inútil. Estamos vivos,
esperamos grandes acontecimientos.
Nos esparcimos a través de esta tierra.
Protegemos nuestra sólida raza.
Eres inútil.
Tu célula ocupa el lugar
de nuestra joven fuerza futura.
Aunque estén dormidas o despierten para atormentar
y deseen desplazar nuestras viejas células-
raro y fino oro-
que engorda sus larvas-
¿es nuestra tarea menos dulce?
Aunque vaguemos por ahí,
sin encontrar la miel de las flores en este
desperdicio,
¿es nuestra tarea menos dulce-
para nosotros que recordamos el viejo esplendor,
esperando la nueva belleza de las ciudades?
La ciudad está poblada
de espíritus, no fantasmas, oh, amor mío:
Aunque se interpusieron entre nosotros
y usurparon el beso de mi boca
su aliento fue tu don,
su belleza, tu vida.
H.D (Hilda Doolittle), Bethlehem, Pennsylvania,
1886 – Zurich, 1961
Versión © Silvia Camerotto
imagen de Lisa Borgiani y Masssimo en Italian Cultural Institute in London
Cities
Can we believe -- by an effort
comfort our hearts:
it is not waste all this,
not placed here in disgust,
street after street,
each patterned alike,
no grace to lighten
a single house of the hundred
crowded into one garden-space.
comfort our hearts:
it is not waste all this,
not placed here in disgust,
street after street,
each patterned alike,
no grace to lighten
a single house of the hundred
crowded into one garden-space.
Crowded -- can we believe,
not in utter disgust,
in ironical play --
but the maker of cities grew faint
with the beauty of temple
and space before temple,
arch upon perfect arch,
of pillars and corridors that led out
to strange court-yards and porches
where sun-light stamped
hyacinth-shadows
black on the pavement.
That the maker of cities grew faint
with the splendour of palaces,
paused while the incense-flowers
from the incense-trees
dropped on the marble-walk,
thought anew, fashioned this --
street after street alike.
For alas,
he had crowded the city so full
that men could not grasp beauty,
beauty was over them,
through them, about them,
no crevice unpacked with the honey,
rare, measureless.
So he built a new city,
ah can we believe, not ironically
but for new splendour
constructed new people
to lift through slow growth
to a beauty unrivalled yet --
and created new cells,
hideous first, hideous now --
spread larve across them,
not honey but seething life.
ah can we believe, not ironically
but for new splendour
constructed new people
to lift through slow growth
to a beauty unrivalled yet --
and created new cells,
hideous first, hideous now --
spread larve across them,
not honey but seething life.
And in these dark cells,
packed street after street,
souls live, hideous yet --
O disfigured, defaced,
with no trace of the beauty
men once held so light.
Can we think a few old cells
were left -- we are left --
grains of honey,
old dust of stray pollen
dull on our torn wings,
we are left to recall the old streets?
Is our task the less sweet
that the larve still sleep in their cells?
Or crawl out to attack our frail strength:
You are useless. We live.
We await great events.
We are spread through this earth.
We protect our strong race.
You are useless.
Your cell takes the place
of our young future strength.
Though they sleep or wake to torment
and wish to displace our old cells --
thin rare gold --
that their larve grow fat --
is our task the less sweet?
Though we wander about,
find no honey of flowers in this waste,
is our task the less sweet --
who recall the old splendour,
await the new beauty of cities?
The city is peopled
with spirits, not ghosts, O my love:
Though they crowded between
and usurped the kiss of my mouth
their breath was your gift,
their beauty, your life.
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