Lo que hacen los vivos
Johnny, hace días que la pileta de la cocina está
tapada, es probable que se haya caído algún cubierto.
Y el desagüe no quiere funcionar, y huele mal, y
los platos sucios se han amontonado
esperando al plomero que aún no llega. Esta es la
cotidianidad de la que hablábamos.
Es invierno otra vez: el cielo es de un azul
profundo y terco, y la luz del sol se filtra
por las ventanas del living porque la calefacción
está muy alta aquí y no puedo apagarla.
Llevo semanas, cargando o dejando caer la bolsa de
mercadería en la calle, porque la bolsa se rompe.
Estuve pensando que esto es lo que hacen los vivos.
Y ayer, a las corridas entre esas
baldosas flojas de la vereda de Cambridge, derramé
mi café en el puño y mi manga,
volví a pensar en eso, y otra vez, más tarde,
mientras compraba un cepillo para el pelo. Es así.
Estacionar. Cerrar el auto de un portazo en medio
del frío. Eso que tú llamabas deseo.
Eso que al final abandonaste. Queríamos que llegara
la primavera y que pasara el invierno. Queríamos que quién sea llamara o no
llamara, una carta, un beso– queríamos más y más y después más todavía.
Pero hay momentos, al caminar, cuando me veo a mi
misma en el vidrio de la ventana,
digamos, la ventana de la esquina del videoclub, y
me siento atrapada por un cariño tan profundo
por mi propio cabello al viento, mi cara agrietada,
y el saco desabotonado que me quedo sin palabras:
estoy viva. Te recuerdo.
Marie
Howe, Rochester, 1950
De What the living do, W.W. Norton, 1998
Versión
© Silvia Camerotto
imagen
de Fabián Pérez© – El Paseo, en Uno
de los nuestros
What the living do
Johnny, the kitchen sink has been clogged for
days, some utensil probably fell down there.
And the Drano won't work but smells
dangerous, and the crusty dishes have piled up
waiting for the plumber I still haven't
called. This is the everyday we spoke of.
It's winter again: the sky's a deep,
headstrong blue, and the sunlight pours through
the open living-room windows because the
heat's on too high in here and I can't turn it off.
For weeks now, driving, or dropping a bag of
groceries in the street, the bag breaking,
I've been thinking: This is what the living
do. And yesterday, hurrying along those
wobbly bricks in the Cambridge sidewalk,
spilling my coffee down my wrist and sleeve,
I thought it again, and again later, when
buying a hairbrush: This is it.
Parking. Slamming the car door shut in the
cold. What you called that yearning.
What you finally gave up. We want the spring
to come and the winter to pass. We want
whoever to call or not call, a letter, a
kiss--we want more and more and then more of it.
But there are moments, walking, when I catch
a glimpse of myself in the window glass,
say, the window of the corner video store,
and I'm gripped by a cherishing so deep
for my own blowing hair, chapped face, and
unbuttoned coat that I'm speechless:
I am living. I remember you.
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