II
Zagala, así Dios te guarde,
que me digas si me quieres,
que aunque no pienso olvidarte,
impórtame no perderme.
A tus ojos me subiste,
en ellos vi cómo llueven
cuando quieren perlas vivas
y rayos cuando aborrecen.
Si fue verdad, tú lo sabes;
mis desconfianzas temen
que, como hay gustos que engañan,
habrá lágrimas que mienten.
Los hechizos de tu llanto
divinamente me prenden,
pues mis ojos de los tuyos
veneno de perlas beben.
Tus lágrimas me aseguran.
Tus regalos me entretienen,
tus favores me confían
y tus celos me enloquecen.
Mas en medio destas cosas,
por cualquiera enojo leve,
si quieres, ¿cómo es posible
que te vayas y me dejes?
Tres días ha que te fuiste
a los prados y a las fuentes,
dejando las de mis ojos,
adonde pudieras verte.
¿En qué mejores cristales
quien ama mirarse puede,
si espejos del alma vivos
fueron las lágrimas siempre?
O me quieres o me olvidas;
si me olvidas, ¿cómo vuelves?;
y si me quieres, zagala,
¿cómo gustas de mi muerte?
Por hablar con las serranas
acaso y sin detenerme,
¡ay Dios, qué duras venganzas
de culpas que no te ofenden!
Traen del baile a tu choza
mil almas tus ojos verdes
y no los riño celoso,
Dios sabe si culpa tienen,
y tú me matas a mí,
que si he pensado ofenderte
antes que mire otros ojos
los míos llorando cieguen.
Zagala del alma mía,
vuelve por tu vida a verme;
mas ninguna obligación
te traiga si me aborreces,
que yo me sabré morir
desesperado y ausente
porque me debas matarme,
porque no te canse el verme.
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