sábado, julio 13, 2013

fabián casas. oda



Oda

¿Quién consigue expresar sus emociones
en una simple conversación?
¿Qué preguntas hacemos
para que nadie nos responda?

Lo cierto es que el taxista 
equivocó el camino. Y es tarde.

Por eso pienso en el mirador
el banco apoyado contra las rejas
desde donde vi pasar,
infinidad de veces,
al tren del Oeste.

De noche, la luna se refleja
en las vías y las luces de señalización
parecen brasas de cigarrillo.

No viene el tren del Oeste.
No vibran las paredes de la casa
donde vivimos el eterno retorno
de los ciclos del amor:

(Qué estarás haciendo a esta hora,
andina y dulce Rita
de junco y capulí.
Mientras me asfixia el cansancio
y los tranquilizantes flotan 
como flojo cognac
dentro de mí).

El hombre de campo mira pasar el río.
El hombre de ciudad mira pasar el tren.
Ambos reflexionan sobre el pequeño mecanismo
de los acontecimientos.

Pero yo no...
Yo estoy cansado de este mundo nuevo. 

A veces, en la noche,
el ruido metalúrgico
de los talleres literarios 
no me deja dormir.
Para tranquilizarme, me digo:
"Soy mi padre y mi hermano,
nací de pie, al final de la última era nupcial;
contemporáneo del Gran Jugador".

Pero tus preguntas vuelven
una y otra vez.
¿Nuestro amor llegó a ser tan necesario
como el agujero de una olla?
¿No debimos aislarlo
de la paideia berreta
que crece en los gimnasios?

Fue como salir de la pieza apagando la luz.
Mientras en un rincón se acumulaban
los programas y los tickets
de todos los lugares donde fuimos.

Vibra la tierra. Pasa el tren del Oeste.
Y lo que vemos brillar a lo lejos
es la bisagra de acero
que nos separa de los jóvenes
para siempre.


Fabián Casas, Buenos Aires, 1965
de Oda, 2003
en Una antología de la poesía argentina, selección y prólogo de Jorge Fondebrider, Lom, Santiago de Chile, 2008

imagen de Salvatore Alessi, en Bloody Loud

1 comentario:

EG dijo...

i n m e n s o


un abrazo Silvia