La vacuidad del domingo a la noche
La vacuidad de los sillones, de las bibliotecas
destinados a simular otra vida, de meditación y
lectura,
se hace ahora profunda, hasta confundirse con la
oscuridad.
Sobre todo esa lámpara, junto al escritorio,
brilla gracias
al abismo; en el abismo es un rastro de
presencia humana
tanto más íntimo que si todo allí trasegara una
íntima música.
Marea la intimidad de este hombre poseído por el
poder
y sentado ahora, vestido con ropa deportiva,
tras su escritorio.
El asunto que lo ocupa está muerto, la gente ha
muerto, él mismo
murió para sí mismo. Sabe que no posee en rigor
nada
salvo esa inabarcable sed de poder que el poder
alimenta.
Lo sabe porque es domingo, es de noche y está
por apagar
esa lámpara. Sabe que no apagará con ella los
días sucesivos,
el lunes, los aeropuertos, las citas, la
fornicación, sus lápices,
la voluptuosidad de las oficinas vidriadas, las
órdenes breves,
el sobretodo liso, dócil, el armado de un
negocio en un ascensor:
todo lo que lo llena de vacío, lo que deleita y
extiende
esa sed de poder que el poder alimenta. Algo,
visible
pero a lo que no puede dar un nombre, le dice
que la verdad,
el domingo a la noche, es de las cosas muertas,
del dossier
que tiene sobre el escritorio de su casa cuyo
contenido
no le importa: la carnadura de verdad que tiene,
porque
ha muerto, es lo que le importa. Mientras su
mujer se acuesta,
en otro sitio de la casa, él está a solas con un
latido
de civilización rendido. Está con algo que no es
él
y lo contiene. Está con algo que no quiere ser.
Porque
ese otro, el del deleite matinal, semanal,
consuetudinario,
si no es él, lo representa. El silencio y las
bibliotecas
destinadas a no ser, a representar, de hecho
miméticas,
pues no son antiguas bibliotecas ni los sillones
nacieron
de un antiguo estilo, sino de su imitación,
ahora viven
el papel que debían sólo fingir –evidentemente
actuar-
y lo hacen demorase: la lámpara, el claroscuro,
el silencio,
incluidos. No siente ninguna angustia. Mañana
matará
y será enteramente. Mañana, en los despachos,
con la sed.
Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
Inédito
De "No verás aún el fabuloso desierto"
imagen de Geoff Cook
destinados a simular otra vida, de meditación y lectura,
se hace ahora profunda, hasta confundirse con la oscuridad.
Sobre todo esa lámpara, junto al escritorio, brilla gracias
al abismo; en el abismo es un rastro de presencia humana
tanto más íntimo que si todo allí trasegara una íntima música.
Marea la intimidad de este hombre poseído por el poder
y sentado ahora, vestido con ropa deportiva, tras su escritorio.
El asunto que lo ocupa está muerto, la gente ha muerto, él mismo
murió para sí mismo. Sabe que no posee en rigor nada
salvo esa inabarcable sed de poder que el poder alimenta.
Lo sabe porque es domingo, es de noche y está por apagar
esa lámpara. Sabe que no apagará con ella los días sucesivos,
el lunes, los aeropuertos, las citas, la fornicación, sus lápices,
la voluptuosidad de las oficinas vidriadas, las órdenes breves,
el sobretodo liso, dócil, el armado de un negocio en un ascensor:
todo lo que lo llena de vacío, lo que deleita y extiende
esa sed de poder que el poder alimenta. Algo, visible
pero a lo que no puede dar un nombre, le dice que la verdad,
el domingo a la noche, es de las cosas muertas, del dossier
que tiene sobre el escritorio de su casa cuyo contenido
no le importa: la carnadura de verdad que tiene, porque
ha muerto, es lo que le importa. Mientras su mujer se acuesta,
en otro sitio de la casa, él está a solas con un latido
de civilización rendido. Está con algo que no es él
y lo contiene. Está con algo que no quiere ser. Porque
ese otro, el del deleite matinal, semanal, consuetudinario,
si no es él, lo representa. El silencio y las bibliotecas
destinadas a no ser, a representar, de hecho miméticas,
pues no son antiguas bibliotecas ni los sillones nacieron
de un antiguo estilo, sino de su imitación, ahora viven
el papel que debían sólo fingir –evidentemente actuar-
y lo hacen demorase: la lámpara, el claroscuro, el silencio,
incluidos. No siente ninguna angustia. Mañana matará
y será enteramente. Mañana, en los despachos, con la sed.
Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
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