Lo luminoso que se ve de noche
En
las épocas míticas salía sola de noche:
salía
al patiecito y pisando la maceta
trepaba
hasta la medianera y me sentaba
a
interrogar los cielos desde lo mas profundo
del corazón
de Villa Crespo. Porque si antes
las
estrellas señalaban el camino en el mar
tal
vez ahora esta galaxia de neones,
resplandores
de hielo, ventanucos de baño,
rayos
móviles provenientes de ferias,
la
cautivante sincronización
de
las luces de pasillos de edificios
pudiera
sugerirnos variar unos centímetros
el
recorrido, a ver donde llegamos.
Un helicóptero
en un cielo negro
es
su luz blanca y su sonido jadeante.
No
por urbana la luna es menos poderosa.
Últimamente
veo desde mi balcón
algo
como una grúa inmensa,
una
viga infernal que, paralela al cielo,
se
encaja entre edificios altos
como
dispuesta a rearmar el panorama,
delimitada
por dos luces fatuas:
punto
rojo en un extremo, y en el otro
la
extrañeza hecha luz: un rectángulo verde
fluorescente,
imposible de entender: de día
parece
una pantalla que proyecta
en
continuado y para nadie, y de noche
refulge
en el centro de su hueco
evocando
desplazamientos mudos
que
hablan de lo difícil que es fijar impresiones.
Refulge
desde allí como un dios verde
de Philip Dick,
con resabios de Lem.
Laura Wittner, Buenos
Aires,1967
en Los Fuegos de Orc, Selección y Prólogo
Marcelo Díaz y Patricio Foglia, 2015
imagen en PixGood
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