***
Domínguez, sí
¡Claro que estuve! Estuve hasta el final.
Yo desarmé los techos y la máquina, pieza
a pieza, y la subimos al camión. Fue raro,
como desguasar treinta años de una vida.
Había tanto sol que no dejaba de llover.
El resto, ya lo sabe. Nos dejaron en esas oficinas
del centro, donde cobrábamos a veces.
Con los brazos cruzados nos pusimos en fila.
Era como esperar algo cuando no había qué.
No le digo, el hijo de puta de Domínguez
lloraba como un chico. Domínguez, sí.
Esto está hecho, muchacha
Esto está hecho, muchacha. Ahora hay que volver.
Juntemos las tripitas, los pedazos de eso
y cortemos desierto de un tirón...
Ya sé, ya sé, yo lo había visto antes y creamé
se me torcía la entraña. Porque también tuve un
futuro, que es pasado, hasta que el amigo se fue.
Oiga el viento, oiga, es un largo alarido.
No queda nada, usted me entiende, habla el idioma.
No gima, por favor...
Ni aquí ni allí, no sé dónde más ir. Por eso...
monte, muchacha, monte ese caballo
y véngase conmigo.
Javier Adúriz, Buenos Aires, 1948-2011
en Poesía completa Javier Adúriz, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2014
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