Mi anciano hijo
Mi hijo es viejo y tiene eso raro
de sentarse en un banco de la plaza
y estarse solitario hasta el amanecer.
No es por insomnio, me dijo,
sino en cómo hacer para dejar de pensar
y entrar directamente en el saber.
Algunos dirán que es estúpido
eso de dejar que el tiempo transcurra lúcido
por fuera del pensamiento propio;
pero allá él, mi hijo es así.
Tiene un impulso que lo alienta a correr
detrás de lo difícil,
pero como le falta agilidad en los pies
se siente en un banco de la plaza.
Para colmo aspira a ser alquimista
y quiere fabricar oro con la mente.
Tampoco entiende por qué se le corren los mocos
sin estar refriado y le brotan lágrimas
sin estar triste.
Le aconsejo m´hijito acuestesé,
descanse ´n la cama, ya todo está hecho;
pero él no me escucha,
va a la plaza y se amanece.
***
Hubo
¿Hubo? Hubo
pero nadie ha visto nada.
Sin testigos hallables,
sin que nadie señale algún vestigio, hubo.
Sin que
siquiera yo tenga conciencia plena,
la caricia era, venía o paloma
que se extravío en el aire o pañuelo
perdido.
Quiere decir que un poco, algo de suerte tuve
desde que venía a asentarse en mí
aunque cayó en nunca.
Ayudo a mi memoria para que me comprenda
ese algo y edifique
esta sutilísima historia de amor.
Porque el tiempo me arruga y estruja
con necesarios olvidos,
pero no me aquella quita,
la que venía a mí
y cuando yo la mano a recibirla ¡oh!,
vino la
soledad muy comedida
y efusivamente me presentó sus saludos.
Jorge Leónidas Escudero, San Juan, 1920
En Poesía
Completa, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2011
imagen de Jaime Castro, El Alquimista, en Terminartors
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