domingo, diciembre 30, 2012

weldon kees. para mi hija



Para mi hija

Mirando en los ojos de mi hija leo
bajo la inocencia de la carne joven
ocultos, indicios de muerte a los que ella no presta atención.
Los vientos más  fríos han tocado este cabello, y marañas
de algas enredaron estas manos diminutas;
El lento veneno de la noche, paciente e imperceptible,
afectó su sangre. He visto años sedientos
que podrían ser suyos y parecen: infectos, resistiendo
a la muerte en batalla cierta, las piernas delgadas enfermizas.
O, alimentada por el odio, ella se deleita con la punzada
de la agonía de los otros; quizás la cruel
esposa  de un sifilítico o de un tonto.
Estas especulaciones se agrian bajo el sol.
No tengo hija. No deseo ninguna.

Weldon Kees, Beatrice, 1914- San Francisco, 1955
En The Collected Poems of Weldon Kees, University of Nebraska Press, 2003
Version  ©Silvia Camerotto
Imagen de Begemott©, Lies, en Uno de los nuestros

For My Daughter

Looking into my daughter’s eyes I read   
Beneath the innocence of morning flesh   
Concealed, hintings of death she does not heed.
Coldest of winds have blown this hair, and mesh
Of seaweed snarled these miniatures of hands;
The night’s slow poison, tolerant and bland,
Has moved her blood. Parched years that I have seen   
That may be hers appear: foul, lingering   
Death in certain war, the slim legs green.   
Or, fed on hate, she relishes the sting   
Of others’ agony; perhaps the cruel   
Bride of a syphilitic or a fool.   
These speculations sour in the sun.   
I have no daughter. I desire none.

sábado, diciembre 29, 2012

josé lezama lima. pensamientos en la habana





Pensamientos en la Habana

Porque habito un susurro como un velamen,
una tierra donde el hielo es una reminiscencia,
el fuego no puede izar un pájaro
y quemarlo en una conversación de estilo calmo.
Aunque ese estilo no me dicte un sollozo
y un brinco tenue me deje vivir malhumorado,
no he de reconocer la inútil marcha
de una máscara flotando donde yo no pueda,
donde yo no pueda transportar el picapedrero o el picaporte
a los museos donde se empapelan asesinatos
mientras los visitadores señalan la ardilla
que con el rabo se ajusta las medias.
Si un estilo anterior sacude el árbol,
decide el sollozo de dos cabellos y exclama:
my soul is not in an ashtray.

Cualquier recuerdo que sea transportado,
recibido como una galantina de los obesos embajadores de antaño,
no nos hará vivir como la silla rota
de la existencia solitaria que anota la marea
y estornuda en otoño.
Y el tamaño de una carcajada,
rota por decir que sus recuerdos están recordados,
y sus estilos los fragmentos de una serpiente
que queremos soldar
sin preocuparnos de la intensidad de sus ojos.
Si alguien nos recuerda que nuestros estilos
están ya recordados;
que por nuestras narices no escogita un aire sutil,
sino que el Eolo de las fuentes elaboradas
por las que decidieron que el ser
habitase en el hombre,
sin que ninguno de nosotros
dejase caer la saliva de una decisión bailable,
aunque presumimos como las demás hombres
que nuestras narices lanzan un aire sutil.
Como sueñan humillarnos,
repitiendo día y noche con el ritmo de la tortuga
que oculta el tiempo en su espaldar:
ustedes no decidieron que el ser habitase en el hombre;
vuestro Dios es la luna
contemplando como una balaustrada
al ser entrando en el hombre.
Como quieren humillarnos, le decimos
the chief of the tribe descended the staircase.

Ellos tienen unas vitrinas y usan unos zapatos.
En esas vitrinas alternan el maniquí con el quebrantahuesos disecado,
y todo lo que ha pasado por la frente del hastío
del búfalo solitario.
Si no miramos la vitrinas charlan
de nuestra insuficiente desnudez que no vale una estatuilla de Nápoles.
Si la atravesamos y no rompemos los cristales,
no subrayan con gracia que nuestro hastío puede quebrar el fuego
y nos hablan del modelo viviente y de la parábola del quebrantahuesos.
Ellos que cargan con sus maniquíes a todos los puertos
y que hunden en sus baúles un chirriar
de vultúridos disecados.
Ellos no quieren saber que trepamos por las raíces húmedas del helecho
-donde hay dos hombres frente a una mesa; a la derecha, la jarra
y el pan acariciado-,
y que aunque mastiquemos su estilo,
we don't choose our shoes in a show-window.

El caballo relincha cuando hay un bulto
que se interpone como un buey de peluche,
que impide que el río le pegue en el costado
y se bese con las espuelas regaladas
por una sonrosada adúltera neoyorquina.
El caballo no relincha de noche;
los cristales que exhala por su nariz,
una escarcha tibia, de papel;
la digestión de las espuelas
después de recorrer sus músculos encristalados
por un sudor de sartén.
El buey de peluche y el caballo
oyen el violín, pero el fruto no cae
reventado en su lomo frotado
con un almíbar que no es nunca el alquitrán.
El caballo resbala por el musgo donde hay una mesa que exhibe las espuelas,
pero la oreja erizada de la bestia no descifra.

La calma con música traspiés
y ebrios caballos de circo enrevesados,
donde la aguja muerde porque no hay un leopardo
y la crecida del acordeón
elabora una malla de tafetán gastado.
Aunque el hombre no salte, suenan
bultos divididos en cada estación indivisible,
porque el violín salta como un ojo.
Las inmóviles jarras remueven un eco cartilaginoso:
el vientre azul del pastor
se muestra en una bandeja de ostiones.
En ese eco del hueso y de la carne, brotan unos bufidos
cubiertos por un disfraz de telaraña,
para el deleite al que se le abre una boca,
como la flauta de bambú elaborada
por los garzones pedigüeños.
Piden una cóncava oscuridad
donde dormir, rajando insensibles
el estilo del vientre de su madre.
Pero mientras afilan un suspiro de telaraña
dentro de una jarra de mano en mano,
el rasguño en la tiorba no descifra.

Indicaba unas molduras
que mi carne prefiere a las almendras.
Unas molduras ricas y agujereadas
por la mano que las envuelve
y le riega los insectos que la han de acompañar.
Y esa espera, esperada en la madera
por su absorción que no detiene al jinete,
mientras no unas máscaras, los hachazos
que no llegan a las molduras,
que no esperan como un hacha, o una máscara,
sino como el hombre que espera en una casa de hojas.
Pero al trazar las grietas de la moldura
y al perejil y al canario haciendo gloria,
l'etranger nous demande le garçon maudit.

El mismo almizclero conocía la entrada,
el hilo de tres secretos
se continuaba hasta llegar a la terraza
sin ver el incendio del palacio grotesco.
¿Una puerta se derrumba porque el ebrio
sin las botas puestas le abandona su sueño?
Un sudor fangoso caía de los fustes
y las columnas se deshacían en un suspiro
que rodaba sus piedras hasta el arroyo.
Las azoteas y las barcazas
resguardan el líquido calmo y el aire escogido;
las azoteas amigas de los trompos
y las barcazas que anclan en un monte truncado,
ruedan confundidas por una galantería disecada que sorprende
a la hilandería y al reverso del ojo enmascarados tiritando juntos.

Pensar que unos ballesteros
disparan a una urna cineraria
y que de la urna saltan
unos pálidos cantando,
porque nuestros recuerdos están ya recordados
y rumiamos con una dignidad muy atolondrada
unas molduras salidas de la siesta picoteada del cazador.
Para saber si la canción es nuestra o de la noche,
quieren darnos un hacha elaborada en las fuentes de Eolo.
Quieren que saltemos de esa urna
y quieren también vernos desnudos.
Quieren que esa muerte que nos han regalado
sea la fuente de nuestro nacimiento,
y que nuestro oscuro tejer y deshacerse
esté recordado por el hilo de la pretendida.
Sabemos que el canario y el perejil hacen gloria
y que la primera flauta se hizo de una rama robada.

Nos recorremos
y ya detenidos señalamos la urna y a las palomas
grabadas en el aire escogido.
Nos recorremos
y la nueva sorpresa nos da los amigos
y el nacimiento de una dialéctica:
mientras dos diedros giran mordisqueándose,
el agua paseando por los canales de los huesos
lleva nuestro cuerpo hacia el flujo calmoso
de la tierra que no está navegada,
donde un alga despierta digiere incansablemente a un pájaro dormido.
Nos da los amigos que una luz redescubre
y la plaza donde conversan sin ser despertados.
De aquella urna maliciosamente donada,
saltaban parejas, contrastes y la fiebre
injertada en los cuerpos de imán
del paje loco sutilizando el suplicio lamido.
Mi vergüenza, los cuernos de imán untados de luna fría,
pero el desprecio paría una cifra
y ya sin conciencia columpiaba una rama.
Pero después de ofrecer sus respetos,
cuando bicéfalos, mañosos correctos
golpean con martillos algosos el androide tenorino,
el jefe de la tribu descendió la escalinata.

Los abalorios que nos han regalado
han fortalecido nuestra propia miseria,
pero como nos sabemos desnudos
el ser se posará en nuestros pasos cruzados.
Y mientras nos pintarrajeaban
para que saltásemos de la urna cineraria,
sabíamos que como siempre el viento rizaba las aguas
y unos pasos seguían con fruición nuestra propia miseria.
Los pasos huían con las primeras preguntas del sueño.
Pero el perro mordido por luz y por sombra,
por rabo y cabeza;
de luz tenebrosa que no logra grabarlo
y de sombra apestosa; la luz no lo afina
ni lo nutre la sombra; y así muerde
la luz y el fruto, la madera y la sombra,
la mansión y el hijo, rompiendo el zumbido
cuando los pasos se alejan y él toca en el pórtico.
Pobre río bobo que no encuentra salida,
ni las puertas y hojas hinchando su música.
Escogió, doble contra sencillo, los terrones malditos,
pero yo no escojo mis zapatos en una vitrina.

Al perderse el contorno en la hoja
el gusano revisaba oliscón su vieja morada;
al morder las aguas llegadas al río definido,
el colibrí tocaba las viejas molduras.
El violín de hielo amortajado en la reminiscencia.
El pájaro mosca destrenza una música y ata una música.
Nuestros bosques no obligan el hombre a perderse,
el bosque es para nosotros una serafina en la reminiscencia.
Cada hombre desnudo que viene por el río,
en la corriente o el huevo hialino,
nada en el aire si suspende el aliento
y extiende indefinidamente las piernas.
La boca de la carne de nuestras maderas
quema las gotas rizadas.
El aire escogido es como un hacha
para la carne de nuestras maderas,
y el colibrí las traspasa.
Mi espalda se irrita surcada por las orugas
que mastican un mimbre trocado en pez centurión,
pero yo continúo trabajando la madera,
como una uña despierta,
como una serafina que ata y destrenza en la reminiscencia.
El bosque soplado
desprende el colibrí del instante
y las viejas molduras.
Nuestra madera es un buey de peluche;
el estado ciudad es hoy el estado y un bosque pequeño.
El huésped sopla el caballo y las lluvias también.
El caballo pasa su belfo y su cola por la serafina del bosque;
el hombre desnudo entona su propia miseria,
el pájaro mosca lo mancha y traspasa.
Mi alma no está en un cenicero.

José Lezama Lima, La Habana, 1910-1976
de Pensamientos en la Habana
imagen de Tommy Ingberg©, Puppet, en Uno de los nuestros

viernes, diciembre 28, 2012

césar vallejo. poema para ser leído y cantado




Poema para ser leído y cantado

Sé que hay una persona
que me busca en su mano, día y noche,
encontrándome, a cada minuto, en su calzado.
¿Ignora que la noche está enterrada
con espuelas detrás de la cocina?

Sé que hay una persona compuesta de mis partes,
a la que integro cuando va mi talle
cabalgando en su exacta piedrecilla.
¿Ignora que a su cofre
no volverá moneda que salió con su retrato?

Sé el día,
pero el sol se me ha escapado;
sé el acto universal que hizo en su cama
con ajeno valor y esa agua tibia, cuya
superficial frecuencia es una mina.
¿Tan pequeña es, acaso, esa persona,
que hasta sus propios pies así la pisan?

Un gato es el lindero entre ella y yo,
al lado mismo de su tasa de agua.
La veo en las esquinas, se abre y cierra
su veste, antes palmera interrogante...
¿Qué podrá hacer sino cambiar de llanto?

Pero me busca y busca. ¡Es una historia!



César Vallejo, Santiago de Chuco, 1892- París, 1938
imagen de Martin Stranka©, It was my sunset, en Uno de los nuestros





jueves, diciembre 27, 2012

christina rossetti. recuerda



Recuerda

Recuérdame cuando me haya ido
lejos, hacia la tierra silenciosa;
cuando no alcances ya mi mano
o cuando dudando al irme, desee permanecer.
Recuérdame cuando ya no más día a día
puedas contarme el futuro que soñaste para nosotros:
solo recuérdame; tú sabes
que entonces será tarde para consejos u oraciones.
Mas si me olvidas por un tiempo
y me recuerdas luego, no sientas pena:
porque si tinieblas y corrupción dejan
una huella de lo que pensé alguna vez,
mejor será que olvides y sonrías
antes que evocarme y padecer.

Christina Georgina Rossetti, Londres 1830-1894
versión © Silvia Camerotto
imagen de Thomas Devaux©, Entre les Mains, en Uno de los nuestros

Remember


Remember me when I am gone away,  
Gone far away into the silent land;  
When you can no more hold me by the hand,  
Nor I half turn to go, yet turning stay.  
Remember me when no more day by day
You tell me of our future that you plann'd:  
Only remember me; you understand  
It will be late to counsel then or pray.  
Yet if you should forget me for a while  
And afterwards remember, do not grieve:
For if the darkness and corruption leave  
A vestige of the thoughts that once I had,  
Better by far you should forget and smile  
Than that you should remember and be sad.

miércoles, diciembre 26, 2012

silvina ocampo. la vida infinita



La vida infinita

A veces me pregunto, al escuchar
como un recuerdo ya, el zorzal cantar

en los fondos más dóciles del sueño,
qué persigue la vida en su diseño

y en qué nos tornaremos cuando nada
nos distinga del aire y de la oleada

del mar que baña orillas de la tierra
donde nacemos y algo nos destierra.

Cuando llegue Átropos, supersticiosa,
con su cara de negra mariposa,

¿tendremos el anillo de oro mágico
que nos protegerá del hado trágico?

¿O tendremos las alas, el caballo,
que traspasará el vidrio como un rayo?

¿O perderemos todo en un momento
con el secreto y breve adiestramiento

que nos dan ya las cosas indistintas?
No escribiremos con las mismas tintas.

No pasará Alejandro Nevsky sólo
con música, armadura y protocolo

en los cinematógrafos oscuros.
No existirán los largos, largos muros

en el remoto imperio de la China;
ni en el Tibet los monjes, su doctrina.

No existirán las sombras ni los piélagos.
ni las montañas ni los archipiélagos,

ni esos bustos dorados, ni esos nombres
ni esa voz que venera el pueblo, de hombres.

No habrá tigres ni monstruos de cemento,
ni la proclamación del monumento.

No habrá teatros y gentes y mercados,
agapantos, lugares retirados,

donde canta el calor con sus chicharras
o la lluvia en los techos de pizarras.

No sabremos que existe Egipto, el Nilo,
ni leeremos las páginas de Esquilo.

No veremos en ciertos ojos almas
que besan a la nuestra en nuestras palmas.

En el itinerario de los días,
a veces víctimas de brujerías,

no omitiremos lo que más amamos
para incluir luego lo que detestamos.

No existirá el lustral Mediterráneo,
ni las plantas, ni el sol contemporáneo.

No habrá calles con nombres previsibles,
ni metales ni piedras más sensibles.

No estará el mismo río sobre el barro,
las quemas de basuras ni ese carro,

con perros que en las noches del suburbio.
se pierden junto a un niño cruel y rubio.

No habrá reinas de Egipto, ni monedas
que conservan sus caras, ni habrá sedas.

Si hoy existimos, para no morirnos
mañana lograremos no eximirnos

del universo al inventar un mundo
para vivir de nuevo. Vagabundo

como nosotros nuestro pensamiento
recordará quizás un alimento,

un dolor, un estigma, una pasión,
un rostro pálido, la comunión,

y por ejemplo dentro de algún verso
de San Juan de la Cruz un ciervo, un cierzo,

para otra vez incluirnos en la historia.
¿Será como una jaula la memoria?

El Sésamo Ábrete de recordar,
de nuevo nos pondrá en nuestro lugar

o en lugares distintos como ciegos
que no se reconocen, como en juegos.

Silvina Ocampo, Buenos Aires, 1906-1993
imagen de Andrey Bobir©, Create past, en Uno de los nuestros

martes, diciembre 25, 2012

césar vallejo. me viene,hay días, una gana ubérrima



Me viene, hay días, una gana ubérrima 

Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,
de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,
y me viene de lejos un querer
demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza,
al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito,
a la que llora por el que lloraba,
al rey del vino, al esclavo del agua,
al que ocultóse en su ira,
al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma.
Y quiero, por lo tanto, acomodarle
al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado;
su luz, al grande; su grandeza, al chico.
Quiero planchar directamente
un pañuelo al que no puede llorar
y, cuando estoy triste o me duele la dicha,
remendar a los niños y a los genios.

Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo
y me urge estar sentado
a la diestra del zurdo, y responder al mundo,
tratando de serle útil en
lo que puedo, y también quiero muchísimo
lavarle al cojo el pie,
y ayudarle a dormir al tuerto próximo.

¡Ah querer, éste, el mío, éste, el mundial,
interhumano y parroquial, proyecto!
Me viene a pelo
desde el cimiento, desde la ingle pública,
y, viniendo de lejos, da ganas de besarle
la bufanda al cantor,
y al que sufre, besarle en su sartén,
al sordo, en su rumor craneano, impávido;
al que me da lo que olvidé en mi seno,
en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros.

Quiero, para terminar,
cuando estoy al borde célebre de la violencia
o lleno de pecho el corazón, querría
ayudar a reír al que sonríe,
ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,
cuidar a los enfermos enfadándolos,
comprarle al vendedor,
ayudar a matar al matador ?cosa terrible?
y quisiera yo ser bueno conmigo
en todo.

César Vallejo, Santiago de Chuco, 1892 - París, 1938
imagen de Alberto Pancorbo© – Laberintos del alma I, en Uno de los nuestros

lunes, diciembre 24, 2012

olga orozco. por mucho que nos duela



Por mucho que nos duela

a Josefina Susana Fragueiro


¿Y ahora dónde estás,
expulsada de todos los paraísos de este mundo,
sin haber encontrado tu lugar ni en el bosque de la cigarra ni en la torre de la hormiga,
y ni siquiera en un páramo de soledad que se amoldara como un hecho resignado a tu cuerpo,
como una almohada de renunciamiento a tu cabeza?
Ya habrás cruzado lúcida, con tus ojos de lámpara votiva,
ese punto de fuga del que hablabas,
donde empieza a invertirse la distancia y a ensancharse la tierra de la promisión.
Ahora, cuando podrías enseñarme todos los subterfugios del camino,
simularás sin duda no saberlos para exaltar las orgullosas tentativas de mis pies
y erigirme un sitial de reina en mis errores,
igual que de este lado.
¡Hemos andado juntas tantos años palpando las costuras que nos unieron a este trama!
Tú cortaste los nudos y soltaste de un golpe todas las puntadas,
con ese mismo exceso con que repartías tu pan y te precipitabas en el abismo y en la hoguera
-sí, el desmedido amor, la pasión desmedida,
la desmedida inercia frente al rito vampiro de la fatalidad-.
Te arrancaste tu bolsa de intemperies, tu ropaje de huesos,
el puñado de grises piedrecitas adheridas al último pliegue del destino,
la mordaza de arena,
huiste por las vertiginosas galerías sin otro sol que tu alma
ni más abrigo que dos o tres nombres apretujados contra tu desnudez
igual que relicarios.
¿Y no podremos ya entreabrir otra vez los bordes de las sombras
como los de una brecha por donde vida y muerte intercambian piadosas sus rehenes
en forma de fantasmas?
¿Alguna vez podríamos tomarnos de la mano,
cuando estemos muy solas,
cuando el pavor recubra con pelambre de tigre todas las ventanas?
Mi mano, al encuentro de la tuya, no recibe respuesta,
como si resbalara por la desnuda y ciega superficie de un espejo que borra.
Mis ojos sólo registran el ardor de una inmersión sin fin en el vacío inexorable.
Mis palabras son como vidrios transparentes trizados contra el muro.
¿Puede ser que no vengas, tú, que siempre acudías antes de ser llamada,
tú, que te adelantabas como un atajo a la necesidad
y que volabas como un pájaro blanco atraído por el sahumerio de un deseo?
¿Puede ser, mensajera de los desayunos, vigía en la epidemia y la tormenta?
Quizás te hayas confundido otra vez el lugar y las horas
y antes como viajera perdida nuevamente entre dunas errantes y encrucijadas circulares,
con ese aire confuso de los que no se sienten esperados,
de los que van hacia ninguna parte.
Acaso te detengas en esos sitios como catedrales en los que resonó tu voz de Piaf,
ese grito subiendo en borbotones desde el amor herido hasta la desagarrada garganta el perdón:
o en esas habitaciones miserables que aspiraban tu vida en un negro bostezo
y te arrojaban al azar y al desorden como a dos ventisqueros;
o junto a esas mesas en las que bebías tu alcohol a grandes llamaradas,
no para ver el mundo a través de una fiesta, sino para quemarle la piel al infortunio;
o en ese altillo donde me dejaste un árbol de alucinada Navidad
como un ángel posado para siempre sobre cualquier rincón inhóspito del año;
o allá mucho más lejos, en casas que hoy son nubes,
donde podías extraer la dicha de un perfume, una cabeza de una piedra,
cuando aún no tenías esa doble visión de los que perfeccionan el fracaso como un huecograbado,
cuando aún no asfixiabas con rejas los retratos,
cuando te arrebujabas en el porvenir bajo el manto de Donatello y Miguel Ángel,
y aún era temprano.
¿Y estarás ajustando más las cuentas,
borroneando tu torturada biografía con tachaduras que son un signo menos?
¿O te retienen por un ala desde arriba,
mientras pugnas por desasirte con esos tormentosos aleteos,
con esa fuerza de bestezuela exasperada con que te resistías a las jaulas de cualquier ordenanza,
acumulando sólo lastimaduras y castigos, con extraña paciencia?
¿O aún no has logrado entrar y no puedes adelantarte a la salida?
No puedo suponer que estás sentada en tu silla de Van Gogh haciendo otra durísima antesala,
repasando los agujeros de tu historia en busca de las llaves,
como si no estuvieran estampadas con fuego en tus dos manos,
como si fueran necesarias;
o que esperas entre celestes agapantos soñando que te despiertas en el alba harapienta,
de cara a la pared,
donde había una puerta que acaban de tapiar y una cortina que se desvanece,
y giras la cabeza y no aciertas a distinguir tus pobres pertenencias,
la exigua certidumbre que te amparaba cada día.
No puedo soportar que veles suspendida de un reflejo, acorralada en lo imposible.
Soy yo quien anda a tientas sin hallar la consigna,
o quien fragua visiones con el humo que exhalan sus propias pesadillas.
¡Tanto velo ilusorio para cubrir los huecos de tu ausencia!
No, no te esfuerces más por hacerte visible probándote los vendajes de la niebla,
no trates de secarme cada lágrima con un soplo de invierno,
no intentes susurrar con el chisporroteo de los leños las viejas melodías.
Tú y yo no precisamos más evidencia que la sed
para saber que en algún lado gorgotean las aguas subterráneas.
¡Hemos andado juntas tantos años bajo estas pavorosas ruedas fulgurantes esperando un milagro!
Ahora donde quiera que estés está el milagro:
ésa es “la tierra de ninguna parte, tu verdadera patria”.
Allá está la flor de oro, la corona de luz,
el corazón secreto de la joya que late con tu corazón y alumbra las tinieblas.
No mires hacia atrás.
Asciende, asciende hasta perdernos de vista como a las migraciones de este último otoño,
como a los huesos que se disgregan en la playa.
Y olvídanos junto a la loza rota, los calendarios muertos, los zapatos;
olvídanos tiernamente, con esa fervorosa obstinación que tú sabes,
pero olvídanos, por mucho que te cueste,
por mucho que nos duela todavía.

Olga Orozco, Toay, La  Pampa, 1920- Buenos Aires, 1999
de La noche a la deriva, FCE, México, 1983
imagen de Juan Medina, Enticing, en Uno de los nuestros

domingo, diciembre 23, 2012

pedro serrano. peregrinaje


Peregrinaje

Ya no estamos esos cuatro que viajamos
en busca de la claridad y la salvación.
La vida apegándose a sus muros de cal, a su paso.
Mi padre no tenía aun mi edad, mi madre era muy joven.
Como una burbuja de esperanza íbamos
en peregrinación hacia el norte.
Houston, Nueva York, Montreal, trenes, aviones,
hoteles metafísicos con vacas alzadas en la entrada,
albercas en los pies de la cama,
cuerpos negros brillantes y sedosos,
y todo novedad.
Ana Luisa en su jirafa con ruedas, pequeñita,
persiguiendo un mundo que ya no alcanzaría
y en el que me conduce.
Íbamos cruzado el cañón hacia el Empire,
arreando un sol por los desfiladeros de Nueva York,
hasta caer dormidos entre cabezales oscuros.
Y en el envés mis padres,
relucientes en la vida adulta,
hacia el amanecer juntos de nuevo.
Agua de infancia.
Todo el itinerario en mi regazo.
Como el tren a Montreal,
en un último vagón por bosques aprehendidos,
abrazados,
viendo cómo se iba el paisaje
desde la barandilla
y venía siempre.

Pedro Serrano, Montreal, 1957
de Trapiches, colección viernes poesía n° 94, Universidad Nacional de Colombia, 2012
imagen de Paul Klee, Dream city

martes, diciembre 18, 2012

tiffany atkinson. filología



Filología

Primero escribes de cómo el calor
se parece a otro cuerpo sobre tu espalda:
vas perdiendo años cada día por los minerales.
Te enseñan a tomar Coca Cola con sal
para la transpiración.
                        Algunas cosas parecen estar cerca de casa —
siempre hay alguien a la pesca de algo nuevo
que decir sobre la luna, y todos crían pollos,
pero no puedes conseguir manteca, y no importa si tienes papel europeo
y el lenguaje es un campo minado.
                                    Dieciséis sustantivos
para sostener las formas que la explosión hace del espacio ciudadano:
todos provenientes de los nombres de artistas antiguos. Un Instituto
que gestiona la retórica del dolor. Sus eruditos
están eximidos del servicio, pero (Dios mío)
son estrechos. Para llegar al piso superior debes subir
con bestial dolor, a través de los monótonos, nivelados
directivos mediocres del trauma,
hasta el panóptico de vidrio triple donde los complots de
profesores universitarios apuntan a un sufrimiento tan delicado que
se lo puede silbar con  labios cerrados. Para oir este lenguaje
hay que acercarse tanto a un hombre que puede besarte
o cortar tu cuello.
                        No encuentras ninguna palabra para costa,
porque todo lo que hueles es sal al anochecer. Y
perdiste tu DNI en una escaramuza en los archivos
y por lo tanto deberás caminar hacia el interior. La carta
que entregaron durante diecinueve días dice, con subrayado,
cuánto [intraducible] extrañas a las malditas gaviotas,
pavoneándose alrededor sin papeles. Y tormentas de estorninos,
sobre el embarcadero en la segura, segura Aberystwyth.

Tiffany Atkinson, Berlin, s/d
De Catula et Al, Bloodaxe Books, Northumberland, 2011
Version  © Silvia Camerotto
imagen de Gilles Tran© -Le coup de vent, en Uno de los nuestros
  
Philology

First, you write how heat
is like another body on your back:
you’re losing years each day by way of minerals.
They teach you to drink Coke with salt in
for the sweating.
                        Certain things seem close to home—
there’s always someone on the hunt for something new
to say about the moon, and everyone keeps chickens,
but you can’t get butter, never mind  a European paper,
and the language is a minefield.
                                                Sixteen nouns
to hold the shapes explosion makes of civic space:
all derived from ancient artists’ names. An Institute
which manages the rhetoric of pain. Its scholars
are exempt from service but (dear god)
they’re thin. To reach its top floor you must climb
from brute hurt, through the drab, split-
leveled middle-management of trauma,
to the triple-glazed panopticon where dons
plot points of suffering so fine they’re whistled
through closed lips. To hear that language
is to lean so closely in a man might kiss
or cut your throat.
                        You find no word for coast,
for all that you smell salt at nightfall. And
you’ve lost your ID in a skirmish at the archives
so you’ll have to trek inland. The letter
handed round for nineteen days says, underlined,
how [untranslatable] you miss the bloody seagulls,
strutting round sans papiers. And starling-storms,
above the pier in safe, safe Aberystwyth. 

lunes, diciembre 17, 2012

cecilia meireles. estirpe




**
Estirpe

Los mendigos mayores no dicen nada, no hacen nada.
Saben que es inútil y exhaustivo. Se dejan estar. Se dejan estar.
Déjanse estar al sol o a la lluvia, con el mismo aire de entero valor,
lejos del cuerpo que dejan en cualquier lugar.
Entretiénense en extender la vida por el pensamiento.
Si alguien habla, su voz huye como un pájaro que cae.
Y es de tal modo imprevista, innecesaria y sorprendente
que para oírla bien tal vez giman algún ay.
¡Oh, no gemían, no!... Los mendigos mayores son todos estoicos.
Pondrán su miseria junto a los jardines del mundo feliz
pero no quieren que, desde el otro lado, sepan de la extraña suerte
que los recorre como un río un país.
Los mendigos mayores viven fuera de la vida: se excluyeron.
Abren sueños y silencios y desnudos espacios a su alrededor.
Tienen su reino vacío, de altas estrellas que no cobijan.
Su mirar jamás mira y su boca no llama ni ríe.
Y su cuerpo no sufre ni goza. Y su mano no toma ni pide.
Y su corazón es una cosa que, si existiera, súbito olvidaría.
¡Ah!, los mendigos mayores son un pueblo que se va convirtiendo en piedra.
Ese pueblo, que es el mío. 



**
Retrato

 No tenía este rostro que tengo
tan calmo, tan triste, tan magro,
ni estos ojos tan vacíos,
ni el labio amargo.
No tenía estas manos sin fuerza,
tan paradas, tan frías, tan muertas.
no tenía este corazón
que ni se muestra.  
Y no entiendo esta mudanza,
tan simple, tan cierta, tan fácil.
¿En qué espejo se perdïó
mi rostro grácil?  


Cecília Meireles, Río de Janeiro, 1901-1964
traductor s/d
imagen de Vlada Mirkovic© – The Keeper of the Silence, en Uno de los nuestros


Estirpe

Os mendigos maiores não dizem mais, nem fazem nada.
Sabem que é inútil e exaustivo. Deixam-se estar. Deixam-se estar.
Deixam-se estar ao sol e à chuva, com o mesmo ar de completa coragem,
longe do corpo que fica em qualquer lugar.
Entretêm-se a estender a vida pelo pensamento.
Se alguém falar, sua voz foge como um pássaro que cai.
E é de tal modo imprevista, desnecessária e surpreendente
que, para a ouvirem bem, talvez gemessem algum ai.
Oh! não gemiam, não... Os mendigos maiores são todos estóicos.
Puseram sua miséria junto aos jardins do mundo feliz
mas não querem que, do outro lado, tenham notícia da estranha sorte
que anda por eles como um rio num país.
Os mendigos maiores vivem fora da vida: fizeram-se excluídos.
Abriram sonos e silencios e espaços nus, em redor de si.
Tem seu reino vazio, de altas estrelas que não cobiçam.
Seu olhar não olha mais, e sua boca não chama nem ri.
E seu corpo não sofre nem goza. E sua mão não toma nem pede.
E seu coração é uma coisa que, se existiu, já esqueceu.
Ah! os mendigos são um povo que se vai convertendo em pedra
Esse povo é que é o meu. 

Retrato

Eu não tinha este rosto de hoje,
assim calmo, assim triste, assim magro,
nem estes olhos tão vazios,
nem o lábio amargo.
Eu não tinha estas mãos sem força,
tao paradas e frias e mortas;
eu não tinha este coração
que nem se mostra.
Eu não dei por esta mudança,
tão simples, tão certa, tão fácil:
Em que espelho ficou perdida

a minha face?




viernes, diciembre 14, 2012

dante alighieri. infierno. canto duodécimo



Infierno, Canto duodécimo

[Séptimo círculo. Custodio: el Minotauro. Primera estiba: los violentas contra el prójimo o sus cosas. Custodios: los centauros. Sangre hirviente. Alejandro, Dionisio de Siracusa, Azolino da Romano, Opizzo d'Este, Guido di Montfort, Atila, Pirro, Sexto (hijo de Pompeyo), Rinieri da Corneto, Rinieri dei Pazzi. Pasadas las tres del Sábado Santo]

Era el lugar donde a descender la riba
fuimos, alpestre, y para quien lo habita, incluso,
tal que toda mirada le sería esquiva.

Como en aquella ruina que en el lado
de acá del Trento el Adigio golpea,
o por terremoto o por sostén falto,

desde la cima del monte, del que baja
al llano, está la roca tan hundida
que paso alguno daría a quien subiera,

tal de ese barranco era el descenso;
y arriba, en la punta de la rota laca
el oprobio de Creta estaba echado: *

aquel concebido en la falsa vaca;
y cuando nos vio, se mordió a sí mismo,
como quien dentro de sí la ira mata.

Mi sabio al verlo le gritó: "¿Acaso
crees que éste es el conductor de Atenas,
que allá en el mundo la muerte te llevó?

"Apártate, bestia, que éste no llega
amaestrado por tu hermana,
sino para contemplar tu pena."

Como el toro que se suelta en aquella
que ha recibido ya el golpe mortal,
y huir no sabe, mas salta aquí y allá,

vi yo al Minotauro hacer como tal;
y aquél prudente gritó: "Ve hacia el paso:
mientras enfurece, mejor es que corras."

Así tomamos el camino del descargo
de aquellas piedras, que a veces se movían
bajo mis pies por el nuevo peso.

Yo iba pensando; y me dijo él: "Piensas
tal vez en esta ruina que es guardada
por la ira bestial que he vencido ahora.

"Quiero que sepas que la otra vuelta
que descendí allá, al bajo infierno,
esta roca no estaba aún partida;

"ciertamente antes, si bien discierno,
que viniese aquel que la gran presa
le quitó a Dite del más alto cerco, **

"por toda parte, la honda sima fétida
tembló tanto que pensé que el universo
sentía amor, por el que hay quien piensa

"que a veces el mundo se convierte en caos;
y en ese punto, esta vieja roca
fue tumbada aquí y en otros sitios.

"Pero fija los ojos en el valle, que llega
la ribera de sangre en la que se quema
el que por violencia al otro daña."

¡Oh ciega codicia y cólera insensata,
que tanto nos empujas en la vida corta,
y tan mal nos hundes en la eterna!

Vi,  torcida en arco, una amplia fosa,
de modo que todo el llano abraza,
según lo que había dicho ya mi escolta;

y entre el pie de la cuesta y ella, en fila,
corrían centauros armados de saetas,
como solían en el mundo al ir de caza.

Viéndonos bajar, cada uno se detuvo,
y de la hilera tres se separaron
con arcos y dardos antes elegidos;

y uno gritó de lejos: "¿A qué martirio
vienen ustedes que bajan la cuesta?
Díganlo desde allí, o si no disparo."

Mi maestro dijo: "La respuesta
daremos a Quirón, cuando esté próximo:
mal fue tu voluntad siempre dispuesta."

Después me tocó y dijo: "Ese es Neso,
que murió por la bella Deyanira
y de sí hizo venganza por sí mismo.

"Y ese del medio, quien el pecho se mira,
es el gran Quirón, tutor de Aquiles;
aquel otro es Folo, que fue pleno de ira.

"En torno al foso andan miles y miles,
flechando toda alma que de la sangre salga
más que lo que la culpa les permite."

Nos acercamos a esas veloces fieras.
Quirón tomó una flecha y con el cabo
hizo la barba atrás sobre las mandíbulas.

Cuando hubo descubierto la gran boca,
dijo a sus compañeros: "¿Están viendo
que el de atrás mueve lo que toca?

"Así no suele hacer el pie de un muerto."
Y mi buen duca, que estaba ya ante su pecho,
donde las dos naturalezas son consortes,

respondió: "Bien vivo está, y a él tan solo
mostrarle me encomendaron el valle oscuro:
necesidad lo induce, no deleite.

"Alguien que dejó de cantar aleluya
me encomendó este oficio nuevo:
no es ladrón, ni yo ánima mala.

"Mas por esa virtud por la que muevo
mis pasos por tan salvaje estrada,
dame uno tuyo, que nos lleve pronto

"y que nos muestre por dónde se vadea
y que lleve a éste sobre el lomo,
que no es alma que por los aires vaya."

Quirón se volvió a la mano diestra
y dijo a Neso: "Vuélvete y guía,
y que pasen, si topan otra hilera."

Nos movimos con la fiel escolta
junto a la orilla de bullir bermejo,
donde los hervidos hacían gritería.

Vi gente hundida hasta el entrecejo;
y el gran Centauro dijo: "Son tiranos
que se dieron en sangre y en tener del robo.

"Aquí lloran los despiadados daños;
aquí está Alejandro, y Dionisio fiero, ***
que a Sicilia le dio dolorosos años.

"Y aquella frente de tan negro pelo
es Azolino; y aquel otro, rubio,
es Opizzo del Este, al que por cierto

"aniquiló su hijastro allá en el mundo."
Entonces me volví al poeta, y dijo:
"Este sea ahora primero, yo segundo."

Poco más allá, puso ojo el Centauro
sobre una gente que hasta la garganta
parecía asomarse en el hervidero.

Nos mostró una sombra a un lado sola,
diciendo: "Ese hendió en el seno de Dios
el corazón que sobre el Támesis gotea." ****

Después vi gente que fuera del río
tenia la cabeza y aun todo el pecho;
y bastantes de aquellos reconocí yo.

Así, de más en más iba bajando
aquella sangre, que cocía aún los pies,
y ese fue del foso nuestro paso.

"Tal como en esta parte ves
el hervidero que desciende",
dijo el Centauro, "quiero que creas

"que de esta otra en más aprieta
su fondo, hasta que el sitio obtiene
donde la tiranía conviene que gima.

"La divina justicia allí pune
a Atila, flagelo de la tierra,
y a Pirro y Sexto; in eterno exprime

"las lagrimas, que el hervor libera,
a Rinier da Corneto, a Rinier Pazzo, ****
que hicieron en los caminos tanta guerra."
Luego se volvió, y atravesó aquel vado.

Dante Alighieri (Florencia, 1265-Rávena, 1321), La divina commedia
Versión de Jorge Aulicino
más en Otra Iglesia es imposible
imagen de Gustave Doré, 1890,

Notas

*El Minotauro fue engendrado por un toro con el que gozó Pasifae, mujer del rey de Creta, que llegó oculta en una vaca de madera. Ariadna, hija también de Pasifae, es la hermana a quien alude el canto: ayudó a Teseo, líder de Atenas, a matar al Minotauro

** Las almas de los justos que Cristo le arrancó a Dite (Satanás) del Limbo, el círculo más alto del Infierno; antes de su llegada, tembló el Infierno

*** No Alejandro de Macedonia, sino Alejandro de Feres, tirano de Tesalia entre 371 y 357 aC., según algunos comentaristas. Sin embargo, son muchos los que observan, siguiendo a Boccaccio, que, debido a la mención de sólo el nombre, Alejandro tiene que ser el de Macedonia. La cuestión de que Dante pudiese colocar a Alejandro el Magno entre los violentos contra el prójimo está fuera de la discusión, pues lo fue contra su amigo Clito en un rapto de ira (no cuentan los muertos en combate, en el infierno); pero no se explica que lo haya incluido entre los tiranos, hambrientos de sangre y de rapiña.

*** Guido de Monfort, quien asesinó en 1271 a Enrique de Cornualles en la iglesia de Viterbo. El corazón de Enrique fue llevado a Londres en una copa y colocado en una alta columna sobre el Támesis

**** Se trata de famosos salteadores de caminos toscanos, colocados, igual que Alejandro, "ove la tirannia convien che gema".

miércoles, diciembre 12, 2012

diego formía. andan cayéndose



***
andan cayéndose
los días
por todos los costados

y la gravedad tira al centro
y el centro es vacío
para llenarse entonces uno
otro
nunca saben bien adónde está
qué es
lo que está haciendo:

crol
en medio del Atlántico.

El invierno se deshace justo
en el momento en que lo nada
todavía recuerda (uno) su mirada en las aguas
de la época

(otro) nada la inmensa llaga
con el grito más agudo
de los brazos más cansados
con la visión de plenitud apesadumbrada
que da la muerte.


***
con todos los jugadores

la inteligencia ha perdido la mística
es de tontos contraponer la duda al misterio
lo tangible a lo ilusorio:
vivir por descarte es el mayor contrasentido

si al final
el único ilustrado es el jardinero
que asiste erecto como pene o pezón
para que nazcan cielos de las flores siempre

y no perpetuar velorios
de jardines fenecidos.

***
todo nunca alcanza
en partes nada para seguir
jugando

vendo autopartes
pavadas burocráticas
comestibles
mastico unas rabias
practico otras paciencias

y mi estanque solo se destierra
y es el silencio y no la harina la que aumenta
y cierro los ojos y me despeja la noche
para hacer una puerta de mi cama.


Diego Formía, La Palestina, 1970
en Crol en el invierno líquido, Cartografías, Río Cuarto, 2006
imagen de Tommy Ingberg, Storm, en  Uno de los nuestros




martes, diciembre 11, 2012

jorge aulicino. moción de orden


Moción de orden

Muchos de los que nos precedieron
en el uso de la palabra
no tenían ganas de hacerlo
estaban dormidos
miraban a través nuestro
y se iban con tristeza.
Por eso hago una moción de orden:
que todo el que pida la palabra
sea previamente sometido a vejámenes
y pruebas de eficacia.

de Poeta antiguo, 1980

La poesía tiene una felicidad que le es propia

Sobre el pentagrama Haendel
señaló el momento en que comenzó a quedarse ciego
y el manuscrito yace ahora en su casa natal donde
el visitante es invitado a sentarse y escuchar el furioso advenimiento del Mesías
o lo que es igual todo es sacudido por la música
hasta los clavecines y los pisos donde Haendel jugueteó de niño
mientras la inscripción marginal señala que hay que cerrar los ojos
y pensar en la música del caos, algo
que ignoran los astronautas o que conozco
por repetidas incursiones a la realidad
pero que para Haendel fue quedarse ciego
tentar el borde de la cama, probar el vacío de cada paso
con el orinal en la mano por esos pasillos de Dios

de La caída de los cuerpos, 1983

Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1950
en Jorge Aulicino, Estación Finlandia, Poemas reunidos 1974-2011, Bajo la luna, Buenos Aires, 2012
imagen de Paul Klee , en musicapando