Choricos
Los
antiguos cantos
Van
con tristeza hacia la muerte.
Fríos
labios que ya no cantan, y coronas marchitas,
ojos
pesarosos, y pechos y alas caídas—
símbolos
de cantos antiguos
que
tristemente descienden
hasta
las blancas olas,
por
nadie observadas
excepto
las frágiles aves marinas
y las ágiles y pálidas chicas,
hijas
de Ōkeanós.
Y
los cantos van
desde el prado
que
se extiende sobre las olas como una hoja
en
las flores del jacinto;
y pasan sobre las aguas,
los
múltiples vientos y la débil luna,
y
llegan,
silenciosos
volando a través del delicado atardecer cimerio,
hasta
las calmas planicies
que ella guarda para que nosotros suframos,
que ella labró para que suframos en nuestro sueño
en
los días de plata del despertar de la tierra—
Proserpina,
hija de Zeus.
Y
nos alejamos de los pechos ciprianos,
y
nos alejamos de ti,
Apolo
Febo,
y
nos alejamos de la música del pasado
y
de las colinas que amamos y de los prados,
y
nos alejamos del día abrasador,
y
de los labios demasiado dulces;
para
tocar
en
silencio los campos con rojos zapatos,
en
manto púrpura
secando
las flores en súbita llama,
Muerte,
tú
nos has descubierto.
Y
de dolor las antiguas canciones
atraviesa
los azules salones de golondrinas
en
las oscuras corrientes de Perséfone,
sólo
esto queda:
que
vayamos hacia ti,
Muerte,
que
vayamos hacia ti, cantando
una
última canción.
Oh,
Muerte,
tú
eres un viento sanador
que
sopla sobre blancas flores
temblor
de rocío;
tú
eres un viento que fluye
sobre
las oscuras leguas de solitario mar;
tú
eres el atardecer y la fragancia;
tú
eres los labios del amor que sonríe con tristeza;
tú
eres la pálida paz de uno
saciado
de viejos deseos;
tú
eres el silencio de la belleza,
y
ya no buscamos la mañana
ni
anhelamos el sol,
desde
que con tus blancas manos,
Muerte,
nos
coronaste con las pálidas guirnaldas,
las
deslucidas y escuálidas amapolas
que
recoges delicadamente
en
tu jardín a solas.
Y
en silencio,
y
aproximándote con pesados pies,
y
la cabeza inclinada y ojos apagados,
nos
arrodillamos ante ti:
y
tú, inclinándote hacia nosotros,
descuidadamente
pones sobre nosotros
flores
con tus manos frías y delgadas
y,
sonriendo como una mujer casta
que
sabe del amor en su corazón,
tú
sellas nuestros ojos
y
la quietud incomparable
suavemente
cae sobre nosotros.
Richard
Aldington, Portsmouth, Inglaterra, 1892- Lere, Francia, 1962
Version
©Silvia Camerotto
imagen de Steve Richard© – Angelus Series, en Uno de los Nuestros
Choricos
The ancient songs
Pass deathward mournfully.
Cold lips that sing no more, and withered wreaths,
Regretful eyes, and drooping breasts and wings—
Symbols of ancient songs
Mournfully passing
Down to the great white surges,
Watched of none
Save the frail sea-birds
And the lithe pale girls,
Daughters of Okeanus.
And the songs pass
From the green land
Which lies upon the waves as a leaf
On the flowers of hyacinth ;
And they pass from the waters,
The manifold winds and the dim moon,
And they come,
Silently winging through soft Kimmerian dusk,
To the quiet level lands
That she keeps for us ail,
That she wrought for us ail for sleep
In the silver days of the earth's dawning—
Proserpina, daughter of Zeus.
And we turn from the Kyprian's breasts,
And we turn from thee,
Phoibos Apollon,
And we turn from the music of old
And the hills that we loved and the meads,
And we turn from the fiery day,
And the lips that were over sweet;
For silently
Brushing the fields with red-shod feet,
With purple robe
Searing the flowers as with a sudden flame,
Death,
Thou hast come upon us.
And of ail the ancient songs
Passing to the swallow-blue halls
By the dark streams of Persephone,
This only remains :
That we turn to thee,
Death,
That we turn to thee, singing
One last song.
O Death,
Thou art an healing wind
That blowest over white flowers
A-tremble with dew;
Thou art a wind flowing
Over dark leagues of lonely sea;
Thou art the dusk and the fragrance;
Thou art the lips of love mournfully smiling;
Thou art the pale peace of one
Satiate with old desires;
Thou art the silence of beauty,
And we look no more for the morning
We yearn no more for the sun,
Since with thy white hands,
Death,
Thou crownest us with the pallid chaplets,
The slim colourless poppies
Which in thy garden alone
Softly thou gatherest.
And silently,
And with slow feet approaching,
And with bowed head and unlit eyes,
We kneel before thee:
And thou, leaning towards us,
Caressingly layest upon us
Flowers from thy thin cold hands,
And, smiling as a chaste woman
Knowing love in her heart,
Thou sealest our eyes
And the inimitable quiétude
Comes gently
upon us.
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