Sentirse herido
Por un momento captamos
el espíritu de las cosas
tal como ocurrieron en el
pasado. Y llegamos
a conocerlas
verdaderamente bien. Telarañas navegaron
sobre la costa. Audaz, la niña las juntó
de entre las nubes, todas
ellas misteriosas
y gomosas. Más tarde se
elevaron en un velo
por arriba del sueño de
cemento de los taxis y la vida.
Así era más o menos como
se espera
que terminen las cosas, y
se rearmen
otra vez. Lo que no
podíamos ver resultaba
encantador. Julio pasó
muy rápido.
El mayor problema,
incluso mayor
a los círculos deshechos
cerca de la mitad
y al final, era la vela
en el sótano,
murmurando inclemente contra
el clima,
los tejados. Imagina una
película que se parece
a la vida de uno, la
misma duración, la misma clase.
Ahora imagina que estás
allí, actuando un papel secundario,
un papel que en realidad
es más importante que el de los protagonistas.
¿Cómo juzgarlo cuando ha
transcurrido
más de la mitad? Como una
tundra hecha con crayones
colmada de multitudes de
todos lados como un mandala
no existe ningún lugar a
donde la pequeña niña pueda ir.
Juega con nosotros, en
nuestro desfile; uno se avergüenza
por haber estado ausente
tanto tiempo y por haber dejado que
las cosas llegaron al
estado actual. Demasiado tarde, la cabeza
del jabalí sobre la
chimenea brilla solitaria
enojo arquetípico por el
modo en que el tiempo transcurrió.
Es demasiado tarde para
los húsares y la figura inclinada
en el fondo: cuando era
joven
creía que él era un mago,
o quizás un olvidado
charlatán de alguna capital
remota. Ahora no estoy tan seguro.
John Ashbery, Rochester, 1927
A worldly country, New poems, Harper Collins Publishers, New York, 2007
versión © Silvia Camerotto
A worldly country, New poems, Harper Collins Publishers, New York, 2007
versión © Silvia Camerotto
imagen de Francesca Woodman©, House #3, Providence, Rhode Island, 1975-1976, en Uno de los nuestros
To be affronted
For a
while we caught the spirit of things
as
they had drifted in the past. And we got
to
know them really well. Cobwebs sailed
above
the shore. Undaunted, the girl picked
them
out of clouds, all being mysterious
and
rubbery. Later a shroud lifted
them
above the cement dream of taxis and life.
This
was more or less expected
way
of things running out, and back
together
again. What we couldn’t see was
delightful.
July passed very quickly.
More
than the matter with it, more even
than
circles coming undone near the middle
and
the end, was the candle that stood in the vault,
muttering
inclement things to the weather,
the
gables. Imagine a movie that is the same
as
someone’s life, same length, same ratings.
Now
imagine you are in it, playing the second lead,
a
part actually more important than the principals’.
How
do you judge when it’s more than
half
over? As pastel tundra
crowds
in from all sides like a mandala
there
is nowhere for the very little girl to go.
She
plays with us, in our pageant; one is ashamed
at
having been away this long and let whatever
get
to the state it’s in now. Too late, the boar’s
head
on the mantel glows in solitary
archetypal
annoyance at the way time has just passed.
It’s
too late for the hussars and the bent figure
in
the background: When I was young I
thought
he was a wizard, or perhaps a forgotten
charlatan
from a far-off capital. Now I’m not so sure.
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