Pavana para una infanta difunta
Pequeña centinela,
caes una vez más por la
ranura de la noche
sin más armas que los
ojos abiertos y el terror
contra los invasores
insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era
su nombre y se multiplicaban a medida que tú destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra
las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos
se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza
la frontera y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no
encuentra su lugar.
Insomnios como túneles
para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches
perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de
reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con
hocico de cerdo.
¿Quién habló de
conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de
sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín:
en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor
azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor
vampira,
Más alevosa que la
trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza
sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas
igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por
la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Exigías pequeños
castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas
desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
Amaestrabas animalitos
peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la
mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes
como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del
estrangulador.
¡Ah los estragos de la
poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües
sorbiendo los venenos en la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los
frascos.
Se astillaron las luces
y los lápices.
Se desgarró el papel
con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.
Todas las puertas son
para salir.
Ya todo es al revés de
los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de
visiones
y el mismo insoportable
desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando
por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu
propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un
insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te amedrenta el mar
que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio
te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo hay
un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.
Olga Orozco, Toay, La
Pampa, 1920-1999
de Con esta
boca, en este mundo, 1994, en Olga
Orozco, Obra Completa, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2012
No hay comentarios.:
Publicar un comentario