No logro despegar mis ojos
de los ángeles de bronce
que sostienen a Brandenburgo,
de los caballos ciegos galopando
hacia una nada y desbocados.
Osos ventean la presa
por donde camino 
y me pregunto 
si ya crecen  amapolas 
en los campos de la aldea.
Yo, que no quiero las voces
de los hombres,
aquí abundan graznando
de feroces ejércitos
su sangre y sus piojos.
Del tigre y el lobo,
la estepa y la taiga
están mirándome 
nevadas en tus ojos. 
De los míos parten
cordilleras y salares
y rosas de cuarzo
en noches con estrellas
obstinadas del desierto. 
No podemos sostener 
el peso del miedo a solas, 
cuando la soledad es un escombro
con llagas enquistadas.
Poema XV
Desde el limonero iluminado
Tiresias pide gestos 
para morir su propia muerte.
Desnuda despedida blanca
en quejido de azahares
llorándose 
bajo el guante de la luna,
mientras la tierra, 
esa eternidad  terca y ávida,
espera,
siempre enlutada espera.
Pero el viejo Tiresias avanza
con la indiferencia entre los dientes,
solo y seco en su agonía,
regresando espanto a los oráculos 
que no supieron en qué absoluto
los cielos fueron devorados.
Celia Clara Fischer, Buenos Aires, 1943
De: Imágenes del Silencio.  En preparación
imagen de Ervand Kotchar © , Home couche, circa 1930
imagen de Ervand Kotchar © , Home couche, circa 1930

 
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