Historia de veinte años
¿Te acuerdas de las señoritas antiguas, con sus largas polleras,
sus grandes moños y sus finas caderas?
¿Has visto las fotografías de los balnearios color sepia,
los divertissement de las ferias y el agua lenta,
el agua perfumada,
el agua azul
de los azules valses de Viena?
Entonces los Reyes eran primos hermanos
y con primos hermanos se casaban las princesas.
Entonces Alfonso XIII tenía veinte años.
Entonces estallaban los primeros motines y se cortaban muchas cabezas.
Entonces ya se caía del caballo el Príncipe de Gales
y aun se elogiaban las manos de Eleonora Duse.
Fíjate cómo se amontona la historia,
cómo muere y renace todo
cómo los que creíamos vivos han desaparecido,
cómo los que creíamos muertos están presentes.
Las historias de Jack el Destripador,
la cursilería de los sombreros con flores,
las primeras pantallas japonesas,
los globos cautivos y las novelas por entregas,
los angelitos de los cielorrasos
y las czardas de los restaurant a la moda,
¿dónde, dónde han ido a parar?
Tus muñecas, tu retrato de novia -parecías menos joven-,
aquella madurez tuya prematura, y hoy deslumbrante,
¿dónde, dónde ha ido a parar?
Fíjate en los tiempos que nos toca vivir.
No se sabe cuándo pararemos, no tenemos destino fijo,
somos seres en borrador,
inconclusos,
desparramados.
La fotografía de cada año nuestro
significa un acontecimiento tras otro.
1914. 1915. 1916. 1917. 1918.
Cae sobre el mundo la bomba tremenda de la guerra.
Millones de cruces de madera aparecen en los campos.
Fusilan a una enfermera de Bélgica.
Dicen que Guillermo se divierte con sus más feroces soldados.
Poincaré ha estado en Rusia
y los condes de Viena han estado en Berlín.
Lloyd George se mete en negocios siniestros.
Condecoran a Basil Zaharoff con la Orden del Baño.
Nos llegan a nosotros, niños, las emanaciones de los gases.
Y hasta nuestras costas vienen los submarinos.
Ocultan por dos meses la muerte de Francisco José.
A los quince días lo sacan al balcón del Palacio.
La gente de Viena lo ve, en lo alto, agitando los brazos.
Pero está muerto y relleno de estopa como una marioneta.
¡Francisco José ha muerto! ¡Que muera Francisco José!
El hombre de la bicicleta,
el hombre del pan bajo el brazo,
el dulce amigo de los niños
va camino de Petrogrado.
Es Lenin, es nuestra esperanza
-la insurrección de campesinos, obreros, marineros y soldados-
un gran resplandor viene de Rusia
y en el Volga cantan los insurrectos.
Exterminan a la familia Imperia...
Acordaos cuando tirasteis sobre el cura Gapón y la multitud que pedía pan.
El armisticio abre la tumba del Soldado Desconocido.
Los hipócritas ancianos de Francia lagrimean frente a la lámpara votiva.
Ese canalla de Briand, dice "L'Action Française".
Ese bandido de Clemenceau, dice "L'Humanité".
El evangelista Wilson a quien han presentado bellas prostitutas
se vuelve a la Unión con su carga de lapiceras.
Un nuevo cereal se descubre en el mundo:
son los millones de muertos que han florecido blancas cruces de madera.
Los social-demócratas traicionan el proletariado.
Carlos Liebneck -el hombre que amaba las flores-,
Rosa Luxemburgo -la hembra que amada los pájaros-,
están caídos en el arroyo con los cráneos destrozados.
Han pasado cuatro años desde que mataron a Jean Jaurés
mientras tomaba su taza de café-creme frente a la vidriera del Croissant.
Los nobles alemanes, austríacos, rusos, hacen el camarero y el ladrón,
el sirviente y el maquereaux, el cabaretier y el bailarín.
Es algo espectral, algo terrible,
cuando un servil los reconoce y los saluda
o cuando se visten con trajes y perfumes baratos.
Cómo están de cambiados con sus blusas apolilladas
y sus largos guante.
Algunos se han hecho tatuar.
Algunas se entregan en los recovecos
y Francisco José lleno de estoa
¡estuvo asomada a la ventana del Palacio!
1919. 1920. 1921. 1922. 1923. 1924. 1925.
Un temblor histérico corre por la espina dorsal del mundo.
Una falsa prosperidad se instala en las ciudades y en los campos.
Prospera la cadena con Ford, Citroën, Coty y Fiat.
¡Atención al cinematógrafo, al arte nuevo!
Pero los burgueses lo absorben todo y envilecen todo.
Turatti entrega las fábricas a un delirante hombrecillo,
traidor de su clase
y la desesperación burgues se llama ahora fascismo.
Atención a Einstein, a Freud, a Spengler, a Gide, a Joyce, a Lawrence.
Los blues traen del sur de la Unión la tristeza negra
-aunque ya los barcos a turbina no recorren el Mississipi,
ni la dorada luna de los circos se pasea en el cable.
Nos echan todo abajo,
nos hablan en otro idioma,
nos consideran muertos,
nos voltean los dioses,
nos destruyen los dogmas.
Hay que cambiar a cada rato de casa.
Es como si nos muriéramos por etapas.
¡Ay! los riñones, los sesos, el hígado, el corazón, los pulmones,
todo se está pudriendo,
lo más flamante se pudre y se viene al suelo con estrépito.
Las catedrales, la música, la pintura, todo huele a podrido.
Estamos en plena confesión.
Centenares de hombres se ahogan en los submarinos hundidos.
¿Qué importa una catástrofe después del Marne, Jutlandia y Verdún?
Ebert bebe champagne y Grosz lo desnuda.
Los libros de guerra alambran los escaparates.
Se forman los grandes comités internacionales.
Se viaja vertiginosamente
y toxicómanos, invertidos, locos y mutilados invaden las ciudades.
Los generales mueren en la cama, caen ministerios.
Basil Zaharoff anda en coche de inválido.
¿Quién no está despierto, quién no permanece atento
en la noche del caos?
Todavía hay gente que escribe versos de amor.
Todavía hay artepuristas en el mundo,
todavía hay maestros y teósofos,
todavía hay sacerdotes y militares.
Todavía Gandhi, el viejecito cretino, predica la desobediencia pasiva.
1926. 1927. 1928.1929. 1930. 1931. 1932. 1933.
Ruge China con sus millones de coolies.
El Kuo-Ming-Tag traiciona la sovietización.
Los mariscales jóvenes se venden por millones de dólares.
Los imperialismos yanki, inglés, japonés, avanzan sobre el mundo.
¡Nos han echado a perder Honolulu, Papeete, Samoa!
El dedo acciona el gatillo en Chicago.
Morgan tiene su equivalente en Capone.
Gobernadores, jueves, policías, se entregan impúdicamente:
Eso lo ha demostrado Fred Pasley.
La cadena sigue envileciendo a los hombres.
La prosperidad es una mala palabra.
Los primeros desocupados marchan su hambre sobre las ciudades
y Sacco y Vanzetti ya están secos, quemados,
con las uñas hundidas en las sienes.
Los fusilamientos en masa de obreros y soldados
son la única música que se conoce.
"Un grupo de morfinómanos, pederastas y locos se apodera de Alemania":
eso está escrito en el Libro Pardo.
Violan a las hijas de los judíos,
patean los vientres de las madres,
orinan sobre los padres en los fosos,
queman pilas de libros en las plazas públicas.
Goering incendia el Reich y encarcela a 200.000 comunistas.
El curandero Roosevelt se para frente a Roma y Moscú.
Habla por radio, inventa el Águila Azul,
renguea bastante y ordena las cargas sobre las muchedumbres agrarias.
No acaba con la cadena.
Defiende la propiedad
y alimenta la desocupación.
Qué embromar con el curandero de la Casa Blanca.
Dimitroff dice:
¿Tenéis miedo de los comunistas?
Dimitroff dice:
La sexta parte del mundo.
Oh, no me olvido de Rusia.
Allí está la libertad en preparación,
allí está la dignidad del hombre,
allí está el arte reflorecido,
allí está el cine purificado,
allí está el viento de los trigales y la oscura
sinfonía de los tractores.
Allí está el Plan Quinquenal y sus Brigadas de Choque.
Fíjate cuánta historia amontonada, empujada.
Fíjate cuánto acontecimiento junto.
Y el más grande
y el único
-el hombre de la bicicleta
-el hombre del pan bajo el brazo
-el dulce amigo de los niños
camino de Petrogrado.
Raúl González Tuñón, Buenos Aires, 1905-1974
de
Todos bailan, Libros de Tierra Firme,Buenos Aires, 1987
imagen: Raúl González Tuñón. s/d