Platos sucios
En cierto modo esto es
aquel hombre caminando por
la parte más sólida del
estero, arrastrando
una balsa de tablas de
embalaje...
En cierto modo una
trasmisión defectuosa.
Sin embargo, un error
acecha esta noche casi todo.
No te regocijes, me dice
el diavoletto que me acompaña, con tu
error,
atribuyéndole la
dimensión de un error cósmico:
algo hiciste mal para que
se cayera al piso esa pila
de hojas al mover un
objeto que en apariencia
no estaba en contacto con
ellas. Tú lo hiciste, en todo caso,
cualquiera sea la
distancia entre las hojas y el objeto.
-¿Dirás que sucedió
porque no lavé los platos, porque
la pepsina me falta o
sobra, y siento esta náusea?
El diavolo del deserto, el remolino de polvo y huesos,
responde que no, que es
una simple desviación en mi eje visual.
-Estoy aquí, como indica
mi nombre, para revolver arena y polvo de huesos.
Nada tengo que ver con el
error ni la hecatombe.
Morirá el hombre por su
incapacidad de construcción, que riñe
con sus magníficos palacios,
con el oro de sus noches de amor,
con las torres y los
preciosos artefactos. No por la casualidad
ni por el mal, al que no
oyó. Todo sería distinto si oyera a Satanás o a Dios.
Mi función, modesta, es
señalarte uno que otro error.
Y con esos hacés
estúpidas palabras…
Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
de No verás aun el fabuloso desierto, Inédito
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