jueves, noviembre 01, 2012

mirta rosenberg. la vida ha cambiado y otros poemas



***
La vida ha cambiado, se decía, untándose
los labios con la lengua, relamiendo, aaámm,
como si de un bocado se tratara, o de un perfume. 
Éste es mi gusto,  y sin embargo, el pelo
se me atiesa y cae como... ¿un sudario?
No, una señal de giro. A la hora pico
nadie se ha apoyado contra mí... o sí en mi contra:
rueda la edad, canta la alondra y el leve maquillaje
en las mejillas ha cobrado una espesura
de mitad de la vida que adelante. No fresca,
pero dura con el pelo así: en consonancia.
¿Será el recelo de la mala figura, o la blusa candorosa,
olanes y satines, de una vejez pasada? Vieja no,
gastada y brillosa en los codos y en los puños,
sobre las uñas manicuradas. Cuidar las manos
con amor, con garra, con impudor, coqueto:
lo que relumbra es brillo. ¿Aprieto el gatillo?
Laca descolorida para esa cómoda nueva que, envejecida,
empieza a tornarse incómoda. El cajón superior
de la derecha, por ejemplo, ha perdido
el tirador. ¿Y si gatillo? Allí guardo soutiens,
sostenes, corpiños, todo en desuso. Lo que hice,
ya lo excuso: tuve niños, reía y buscaba
los parecidos. Confuso: en parte, todo mentira,
en parte aliño, letal, del pecado original.
¿Cuál es mi parte?

***
No tengo arte. El arte de una amada
es ocultarlo tras el cuerpo. Este poder,
decía, es un espectro. Porque amo soy,
esclava y gozne de ilusión, insomne
que abrirá, tras el jardín, la cerca.
Atrás nardos, ciclámenes, violetas: se completa
la guirnalda, y aquella falda drapeada,
cuando era bella. ¿Aquel amado? ¿Recuerdas?
¿Tuvo otra casa, ella? ¿Otro jardín, y cerca?
Tantos abrazos. ¿Gemía acaso "no tengo arte"
cuando observaba, erguida en falso,
lo fatal del lazo? Su parte era ser bella,
misteriosa por demás, urdida sobre sí
como celdilla de un panal desalojado. Las abejas,
en otro lado y tiempo, finito, para espiar
por la mirilla. Esta mujer, decía,
admiraba la traición y le insuflaba en peso.
Ése, digo yo, sería su exceso. Cada movimiento
de su voluntad un átomo duraba, que volvía
con tiento a la materia irreal del tiempo.
Allí cabía verdad, olvido, igual, ausente.


Mirta Rosenberg, Rosario, 1951
de El tiempo, Bajo la luna, Buenos Aires, 1998

imagen de  Jamie Baldridge© -Annunciation, en Uno de los nuestros

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