The infinite horses
I have seen them asleep on the grass,
mirroring themselves in the fields;
seen them furious, on their knees,
like haughty gods, all white,
dressed in ribbons, savage
with manes flying like the loose hair
of legended sirens on the shores.
Vile vipers have dreamt of them,
reeds and bedded mothers
keep them closed in the palms.
Trembling they foretell battles,
like the beat of their trotting hoofs,
like applause thundering in a vast theater.
They have seen wounds bleeding into the clay,
died among flowers, in the mire,
intimates of birds and vermin.
They draw near bearing armed men,
approach on their backs vile tyrants,
dressed in blood and purple.
I shall remember implacable horses:
Russian trappings; the Prezewalski;
the names of the hundred and twenty
Roman horses, chiseled in marble;
at the Olympus of Dionus of Argus,
with a hard penumbra aphrodisiac on
their bronze flanks, the horse
most flavored by the others
was that of Altis; he who was so loved
by Semiramis, the queen of Asia;
those who tasted with blessed transports-
long before the Chinese tasted them-
green tea from those inspired leaves;
that horse created by Virgil
whose benign and virtuous shadow was gifted
with the power to heal all horses.
I shall remember in an orange sky,
horses so left in shadow,
concernedly bringing lovers together
in peaceful grottoes from a distance.
Silvina Ocampo, Buenos Aires, 1906 - 1993
Traducción de William Carlos Williams publicada en
New world writing, N° 14, The New American Library, ed. New York, 1958
en Lysandro Z. D. Galtier,
La traducción literaria, Antología del poema traducido, Ediciones Culturales Argentinas, Tomo III, Buenos Aires, 1965
imagen:
Los troyanos engañados, en
Recuerdos de Pandora
Los caballos infinitos
Los he visto dormidos sobre el pasto,
repetirse acostados en los campos;
furiosos los he visto, arrodillados,
como dioses altivos, todos blancos,
vestidos y con cintas, y salvajes,
con crines como el pelo desatado
de sirenas antiguas en las playas.
Las víboras con ellos han soñado,
los juncos y las madres acostadas
los tenían debajo de las palmas.
Trémulos anunciaban las batallas,
anunciaban el miedo y la constancia,
como el redoble del tambor trotaban,
como un aplauso en un profundo teatro.
Vieron sangrar heridas en el barro,
murieron entre flores, en los charcos,
visitados por aves y gusanos.
Se acercaban trayendo hombres amados,
se acercaban con hórridos tiranos,
revestidos de púrpura y de sangre.
Recordaré caballos implacables:
los Tarpones de Rusia; los Prezewalski;
los ciento veinte nombres de caballos
que hay en Roma, grabados en un mármol;
en el Olimpo de Dionisio de Argos,
con un duro pentámetro en el flanco,
de bronce afrodisíaco, el caballo
cuyo amor cautivaba a los caballos
que acudian al Altis; el que amaba
tanto Semíramis, la reina de Asia;
los que probaron con fluición arcana
"mucho antes que los chinos las probaran"
del té las verdes hojas inspiradas;
construido por Virgilio ese caballo
cuya sombra virtuosa tan amable
conseguía sanar a los caballos.
Recordaré en un cielo anaranjado
caballos en la sombra iluminados,
uniendo ansiosamente a los amantes
en grutas apacibles de distancia.