Lluvia de invierno, lenta, larga,
y en el centro esta llama
ávida.
Ceden
los garfios.
Asumir
esta compasión ávida
que no es de mí mismo.
Se malquieren
el deseo y las cosas,
pero paran aquí,
en esta calma
desvelada.
‘Como estatua en sí misma
Santayana
la austeridad es hermosa.
Por eso la admiro en los otros.
Pero es contraria a la experiencia.’
¿No es forzar por mutilación
lo que se entrega por desilusión?
‘Arrancarse el ojo culpable
que nos enfrenta a la belleza’
no es extirpar la maleza.
Quitar la culpa
y aguzar el ojo.
Si con plena conciencia tuviera que volver
para otra experiencia,
buscaría una gruta.
triunfal o con la fruta
del Edén?
Encerrarse, descubro,
es un modo de abrirse.
Puerta estrecha,
puerta sin puerta.
Cada uno en el riesgo
de su rama
madura cada hora.
Cada fruto
se pudre, cada oscura
semilla es
la de otra.
Cada uno en el riesgo
de su peso
toca fondo.
Cada extrema caída es
la de otro.
O el giro
de la noria
o el silencio del pozo.
Hugo Padeletti
en Hugo Padeletti, Poemas, 1960-1980, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 1989
imagen: Kathryn Michelle
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