domingo, marzo 22, 2009

cada hombre mata lo que ama




balada de la cárcel de reading

En memoria de C. T. W., antiguo soldado de la Guardia Real de Caballería,
muerto en la cárcel de Reading, Berkshire, el 7 de julio de 1896
.

I

No vestía una chaqueta roja
porque rojos son la sangre y el vino,
y había sangre y vino en sus manos
cuando lo encontraron junto al cadáver
de la pobre muerta a quien amaba
y a quien mató en el lecho.

Caminaba entre los Jueces,
vestía un raído traje gris
y una gorra de cricket
y su andar era leve y alegre;
sin embargo, nunca vi a nadie mirar
con tanta tristeza el día.

Jamás vi a un hombre mirar
con ojos tan tristes
el pequeño toldo azul
que los presos llamamos cielo,
y a cada nube que pasa
como velas de plata.

Yo caminaba junto a las otras almas,
en otra dimensión,
y me preguntaba si el hombre
había cometido un gran
crimen o una insignificancia,
cuando una voz me susurró al oído
«ese hombre va a mecerse».

¡Cristo! Los muros de la prisión
de pronto parecieron tambalearse
y el cielo sobre mi cabeza se convirtió
en un casco de acero candente;
Y aunque era yo un alma en pena,
no podía sentirla.

Comprendí entonces cuál era el pensamiento
que me acosaba; y por qué
él miraba el día destemplado
con ojos melancólicos.
El hombre había matado aquello que amaba
y debía morir.

Sin embargo, cada hombre mata lo que ama.
Escuchen esto;
unos lo hacen con mirada amarga
otros con una palabra aduladora;
el cobarde lo hace con un beso,
y ¡el valiente con la espada!

Algunos matan al amor cuando son jóvenes
y otros cuando viejos;
estrangulan algunos con manos de Lujuria,
otros con manos de Oro:
el más compasivo usa un puñal porque
los muertos se enfrían rápidamente.

Algunos aman poco, otros mucho,
Agunos compran y otros venden.
Algunos cometen el hecho llorando muchas lágrimas
y otros sin un suspiro.
Porque cada hombre mata lo que ama
pero no todo hombre muere.

No muere una muerte vergonzosa
en un día de negro y desgraciado,
ni tampoco lleva una soga al cuello
ni un trapo sobre el rostro;
ni dejan caer primero los pies
hacia el vacío.

Tampoco se sienta con hombres silenciosos
que lo vigilan noche y día;
que lo vigilan cuando trata de llorar
y cuando intenta rezar;
que lo vigilan; no sea que él mismo robe
de la prisión la presa.

No se despierta al alba para ver
formas temibles ocupar su celda:
el aterido Capellán de túnica blanca,
el Alguacil triste y adusto,
el Director en brillante traje negro
y el amarillo rostro de la Muerte.

No se levanta en lastimoso apuro
para vestir el traje de convicto,
mientras un grosero Doctor se regodea
con cada nuevo tic y nueva pose ;
toqueteando un reloj cuyo sonido
se parece a horribles golpes de martillo.

No conoce la terrible sed
que raspa la garganta, antes de que el verdugo
se deslice con sus guantes de jardinero
por la puerta acolchada,
y lo ate a uno con tres correas
para terminar con la sed de la garganta.

No inclina la cabeza para oír
la lectura del oficio mortuorio,
ni aún cuando el terror de su alma
le dice que no está muerto;
ni cuando se cruza con su propio ataúd
al acercarse a la espantosa barraca.

Ni mira fijamente al aire
a través del techo de vidrio;
ni reza con labios de arcilla
para que termine su agonía;
ni siente en su mejilla estremecida
el beso de Caifás.

versión © silvia camerotto

The ballad of Reading Gaol

In Memoriam
C.T.W.
Sometime Trooper of the Royal Horse Guards.
Obiit H.M. Prison, Reading, Berkshire,
July 7th, 1896

I.

He did not wear his scarlet coat,
For blood and wine are red,
And blood and wine were on his hands
When they found him with the dead,
The poor dead woman whom he loved,
And murdered in her bed.

He walked amongst the Trial Men
In a suit of shabby grey;
A cricket cap was on his head,
And his step seemed light and gay;
But I never saw a man who looked
So wistfully at the day.

I never saw a man who looked
With such a wistful eye
Upon that little tent of blue
Which prisoners call the sky,
And at every drifting cloud that went
With sails of silver by.

I walked, with other souls in pain,
Within another ring,
And was wondering if the man had done
A great or little thing,
When a voice behind me whispered low,
"That fellows got to swing."

Dear Christ! the very prison walls
Suddenly seemed to reel,
And the sky above my head became
Like a casque of scorching steel;
And, though I was a soul in pain,
My pain I could not feel.

I only knew what hunted thought
Quickened his step, and why
He looked upon the garish day
With such a wistful eye;
The man had killed the thing he loved
And so he had to die.

Yet each man kills the thing he loves
By each let this be heard,
Some do it with a bitter look,
Some with a flattering word,
The coward does it with a kiss,
The brave man with a sword!

Some kill their love when they are young,
And some when they are old;
Some strangle with the hands of Lust,
Some with the hands of Gold:
The kindest use a knife, because
The dead so soon grow cold.

Some love too little, some too long,
Some sell, and others buy;
Some do the deed with many tears,
And some without a sigh:
For each man kills the thing he loves,
Yet each man does not die.

He does not die a death of shame
On a day of dark disgrace,
Nor have a noose about his neck,
Nor a cloth upon his face,
Nor drop feet foremost through the floor
Into an empty place

He does not sit with silent men
Who watch him night and day;
Who watch him when he tries to weep,
And when he tries to pray;
Who watch him lest himself should rob
The prison of its prey.

He does not wake at dawn to see
Dread figures throng his room,
The shivering Chaplain robed in white,
The Sheriff stern with gloom,
And the Governor all in shiny black,
With the yellow face of Doom.

He does not rise in piteous haste
To put on convict-clothes,
While some coarse-mouthed Doctor gloats, and notes
Each new and nerve-twitched pose,
Fingering a watch whose little ticks
Are like horrible hammer-blows.

He does not know that sickening thirst
That sands one's throat, before
The hangman with his gardener's gloves
Slips through the padded door,
And binds one with three leathern thongs,
That the throat may thirst no more.

He does not bend his head to hear
The Burial Office read,
Nor, while the terror of his soul
Tells him he is not dead,
Cross his own coffin, as he moves
Into the hideous shed.

He does not stare upon the air
Through a little roof of glass;
He does not pray with lips of clay
For his agony to pass;
Nor feel upon his shuddering cheek
The kiss of Caiaphas.


Oscar Wilde, (Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde), Dublin, octubre 1854- París, noviembre 1900.
El 27 de mayo de 1895 Oscar Wilde fue condenado a dos años de prisión y trabajos forzados. Fue enviado a Wandsworth y Reading, donde redactó la posteriormente aclamada Balada de la cárcel de Reading.

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