martes, enero 24, 2017
darío rojo. elaboración del triunfo
Elaboración del triunfo
Con el fin de las edades empezó la selva
y en marcas de agua la conspiración quedó.
La conspiración que atacaba toda manifestación
evidente de actividades compulsivas
en pos de la compulsión misma y en procura de nada.
Soy un Naxi y con gloria construí el olvido,
reino en magníficas llanuras playas de azul arena
y en verdad os digo:
lo que necesito es un árcade; pero díganme:
¿ha llegado el cartero
con fama y fortuna? ¿has terminado de ubicar
los veladores en el resto del planeta?
Acaso no sabéis que el destino de los mestizos
es morir descalzos en algún lugar.
Para qué ser un playboy y vivir jugando
pachinko y majong
si cuando el oso polar sale de su madriguera
olfatea el aire buscando señales de peligro.
Acaso esperarías ochenta y ocho años por Saladino
al que no le gusta el llanto de las madres
así como a Marc Bolan no le gustan las mujeres que fuman.
Sean tales la inmensísimas arcadas
que de sendas rutas el bósforo rozan o multiplicadas
motonetas que en Roma no la hallas. Cisterna
de Constatinopla
fundiciones en el Paraguay y un calendario etíope:
cápsulas de un mundo flotante
que ni siquiera
forman un número en el disco del teléfono.
No hay victoria en climas o estaciones:
-Con sus guantes celestes la taxista de Hanzou
mueve el dial
en procura de un sonido de mayor calidad.
-La malvada dueña de Tankou pasa sus días
dentro de un barril y la bella de Tunxi se pasea
con una bolsa de agua caliente en las manos.
-En perfecto inglés el viejo de 6 dedos
fuma su habano en una pipa.
-Junto al estanque de los 4 sapos el monje
de traje color canela fuma un pucho
mientras las pequeñas damas juegan al bádminton.
Y detrás de todo esto
escucha las únicas palabras: oiga diga
oiga diga.
Y así por eso tal vez así quizás.
Si fuese un tiburón estaría congelado
en un bloque de hielo
y mis ojos espasmódicos simularían
un batiente corazón, de generoso
ventrículo e hiperactivos leucocitos,
pero cómo decir esto a quien solo anhela
la felicidad
como una experiencia del temor.
No hay nada más cruel que esto
ni mirada que no se compasiva:
mientras te cuidabas
de la amenaza solar esto era lo que pensaba:
si fuera un ciervo el que se posara
sobre esta playa, qué sombra formarían
sus afelpados cuernos,
qué sería de la inclinación turística
del cocotero, cómo recordaría
el impacto inicial de la totalidad
de la luz, con quién hablaría y de qué.
Armaduras que no pesan y palabras
sobre papel transparente: peces en movimiento,
otro tiburón.
Cuesta entenderlo: el triunfo
como el entorno del ombú: una estepa
descolorida y demasiado luminosa,
algunos arbustos espinosos arqueados drásticamente,
o un sedán pintado con patos y conejos.
Y así por eso así tal vez así quizás.
En el tiempo más preciso
atravesaron un arco completo
de peces.
Aislado él tropieza consigo mismo,
ella cierra uno de sus ojos
con fuerza absoluta y soberana.
Después de los peces, más peces:
uno de cada especie
en los distintos niveles del acuario.
No estés triste, debes ser
como el sol al mediodía: mudo.
Y así y. Basta
-No que no tronabas pistolita.
Darío Rojo, Castex, La Pampa, 1964
de Una civilización, 2001
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