martes, septiembre 13, 2011

olga orozco. detrás de aquella puerta


Detrás de aquella puerta

En algún lugar del gran muro inconcluso está la puerta,
aquella que no abriste
y que arroja su sombra de guardiana implacable en el revés de todo tu destino.
Es tan sólo una puerta clausurada en nombre del azar,
pero tiene el color de la inclemencia
y semeja una lápida donde se inscribe a cada paso lo imposible.
Acaso ahora cruja con una melodía incomparable contra el oído de tu ayer,
acaso resplandezca como un ídolo de oro bruñido por las cenizas del adiós,
acaso cada noche esté a punto de abrirse en la pared final del mismo sueño
y midas su poder contra tus ligaduras como un desdichado Ulises.
Es tan sólo un engaño,
una fabulación del viento entre los intersticios de una historia baldía,
refracciones falaces que surge del olvido cuando lo roza la nostalgia.
Esa puerta no se abre hacia ningún retorno;
no guarda ningún molde intacto bajo el pálido rayo de la ausencia.
No regreses entonces como quien al final de un viaje erróneo
-cada etapa un espejo equivocado que te sustrajo al mundo-
descubriera el lugar donde perdió la llave y trocó por un nombre confuso la consigna.
¿Acaso cada paso que diste no cambió, como en un ajedrez,
la relación secreta de las piezas que trazaron el mapa de toda la partida?
No te acerques entonces con tu ofrenda de tierras arrasadas,
con tu cofre de brasas convertidas en piedras de expiación;
no transformes tus otros precarios paraísos en páramos y exilios,
porque también, también serán un día el muro y la añoranza.
Esa puerta es sentencia de plomo; no es pregunta.
Si consigues pasar,
encontrarás detrás, una tras otra, las puertas que elegiste.

El presagio

Estaba escrito, en sombras.
Fue trazado con humo en medio de dos alas de colores,
casi una incrustación de riguroso luto cortando en dos el brillo de la fiesta.
Lo anunció muchas veces el quejido escarchado del cristal debajo de tus pies.
Lo dijeron oscuros personajes girando siempre a tientas,
porque nunca hay salida para nadie en los vertiginosos albergues de los sueños.
Lo propagó la hierba que fue un áspero, tenebroso plumaje una mañana.
Lo confirmaron día tras día las fisuras súbitas en los muros,
los trazo de carbón sobre la piedra, las arañas traslúcidas, los vientos.
Y de repente se desbordó la noche,
rebasó en la medida del peligro las vitrinas cerradas, los lazos ajustados,
las manos que a duras penas contenían la presión tormentosa.
Un gran pájaro negro cayó sobre tu plato.
Es como la envoltura de algún fuego sombrío, taciturno, sofocado,
que vino desde lejos horadando al pasar la intacta protección de cada día.
Ahora observa humear esa cosecha escalofriante.
Llega desde las más remotas plantaciones de tu presentimiento y de tu miedo,
llega incesantemente exhalando el misterio.
Está sobre tu plato y no hay distancia alguna que te aparte,
ni escondite posible.

Un relámpago, apenas

Frente al espejo, yo, la inevitable:
nada que agradecer en los últimos años,
nada, ni siquiera la paz con las señales de los renunciamientos,
con su color inmóvil.
Esta piel no registra tampoco el esplendor del paso de los ángeles,
sino sólo aridez, o apenas la escritura desolada del tiempo.
Esta boca no canta.
Ancha boca sellada por el último beso, por el último adiós,
es una larga estría en un mármol de invierno.
Pero ninguna marca delata los abismos
-ah intolerables vértigos, pesadillas como un túnel sin fin-
bajo el sedoso engaño de la frente que apenas si dibuja unas alas en vuelo.
¿Y qué pretenden ver estos ojos que indagan la distancia
hasta donde comienza la región de las brumas,
ciudades congeladas, catedrales de sal y el oro viejo del sol decapitado?
Estos ojos que vienen desde lejos saben ver más allá,
hasta donde se quiebran las últimas astillas del reflejo.
Entonces apareces, envuelto por el vaho de la más lejanísima frontera,
y te buscas en mí que casi ya no estoy, o apenas si soy yo,
entera todavía,
y los dos resurgimos como desde un Jordán guardado en la memoria.
Los mismos otra vez, otra vez en cualquier lugar del mundo,
a pesar de la noche acumulada en todos los rincones, los sollozos y el viento.
Pero no; ya no estamos. Fue un temblor, un relámpago, un suspiro,
el tiempo del milagro y la caída.
Se destempló el azogue, se agitaron las aguas y te arrastró el oleaje
más allá de la última frontera, hasta detrás del vidrio.
Imposible pasar.
Aquí, frente al espejo, yo, la inevitable:
una imagen en sombras y toda la soledad multiplicada.

Olga Orozco, Toay, La Pampa, 1920-1999
en El jardín posible, Selección y prólogo de Marisa Negri, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2009
imagen de Anne Arden McDonald, Self portrait 20, en Anne Arden McDonald, publicada con expresa autorización de la autora

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Quería destacar algo que me parece que no se ha mencionado nunca: saber entresacar del poema el verso que de título al poesteo también es un arte. La editora sabe siempre titular los posteos del mejor modo posible, es una delicia ver dónde han quedado fijos sus ojos durante la lectura.

Gracias.

V.

sibila dijo...

la editora quiere agradecer a v. y a todos ustedes, los que pasan y se quedan un rato leyendo, los que pasan e insisten en seguir pasando y también a quienes dejan sus comentarios.
las devoluciones, esperadas o no, dan un poco de aliento para este trabajo silencioso y solitario.
un abrazo,
silvia

gabrielaa. dijo...

uffff Orozco
*deep breath*

abrazo, editora!

Anónimo dijo...

Por favor, aunque se lo parezca a veces, no crea que es solitario su trabajo, estamos todos por aquí, un poco emboscados, pero leyendo siempre y esperando con ilusión un nuevo texto.

V. (Victoria)

andres alvarado dijo...

simplemente gracias.
saludos.

Anónimo dijo...

Sobre el comentario que le mandé antes, que creo que estaba un poco mal expresado:

"emboscados" en el buen sentido de "ocultos y esperando" con ilusión al nuevo texto... es que cada vez redacto peor.

Por si me he explicado mal... un saludo.

V.