Encantamiento de las vihuelas
Si una mano viniera en la noche de pétalos
hasta tocar mi frente en este mar de humo,
estaría el puñal en el pecho de incienso,
en el sueño más hondo de cera y de vinagre.
Si alguien que yo imagino fatal, insustituible,
llegara en ese instante desde un lugar remoto
con todas esas cosas bellas e inexplicables
que se guardan un día y se pierden un día,
¡ah, si todo llegar como una agenda antigua,
consignado, sin sombra de olvido o desmemoria!
Si una mano de lianas y rocas decisivas
sostuviera mi frente junto a una playa sola,
en medio de un silencio con luna establecida,
y una voz sin premura me dijera su número…
Vendrían los profundos seres de los cristales,
los hondos habitantes del hierro y de la arcilla.
Y las comarcas, lejos. Los trineos de seda,
la desdichada en tules y el joven de la roca.
Brotaría al oeste del rumbo una diadema
para el infante muerto, y una rosa del aire.
Pero yo ya estaría muerto bajo la niebla
y crecerían tallos de amor en mis cabellos,
y escucharía el trueno de jinetes marchando
hacia un definitivo horizonte violeta,
con todas las banderas incendiadas y urgentes.
Y se podría entonces inaugurar la voz
de aquellos archipiélagos en que nacen las aguas
de verdes melodías, las jóvenes del lino
y el ámbar de la noche, bajo constelaciones
dulcemente marcadas en los cielos del pulso.
¡Ah, si viniera todo como dentro de un vaso
apenas musical, junto a un cirio fragante!
Bastaría una mano de amor en el silencio,
una mano sin nadie que llorara en las sombras,
con todas esas cosas que están desde hace tiempo
siempre en el mapa tenue de las sienes cansadas,
con leves golondrinas que emigran entre naves
ligeramente frías, pero siempre viajeras.
Pero estarían muertas las estancias calladas,
y el mapa de las cosas disperso, entre vihuelas,
en las raras ciudades de la piedra mortal.
Todo estaría muerto en un río de estaño,
entre desvinculadas brújulas de esmeraldas
tan desdichadas como su límite de arenas.
Y vendrían mis altos cruceros, en un mar
de asfalto inesperado, ¡oh pareceres últimos!,
hacia esta perfumada ribera de cedrón,
junto a los pulcros árboles apenas encendidos.
De Corazón del oeste
Barbieri Vicente, Alberti, 1903- Buenos Aires, 1956
imagen: Mujer enigmática, Tardío, libre de copyright