miércoles, junio 29, 2011

ted hughes. error


Error

Te llevé a Devon. Te llevé a mi tierra soñada.
Te llevé sonámbula
a mi tierra de tótems. País de Nunca Jamás:
el huerto en el oeste.
Luché
con las sábanas,  la placenta y el cordón umbilical,
y te quedaste conmigo
valiente y desesperada y esperanzada,
tratando de escuchar a otros dioses, despojándote
de tu realeza americana, prenda por prenda—
hasta que asomaste con el alma desnuda y herida
a este pasillo empedrado y sin retratos
mirando al cementerio.
¿Qué le había ocurrido
al sol italiano?
¿Escapó de que lo atrapáramos
como una mariposa de la ortiga? La trayectoria breve,
el sueño expreso transcontinental
de nuestra adolescencia— ¿frenaron súbitamente
contra un callejón sin salida, chocando con una frenada fatal
en este túnel de tierra roja? ¿Fue por eso
que no pudimos despertar— nuestros dedos arrancando con torpeza
la mata de raíces de ortiga.
¿Elegimos la horqueta
equivocada? En un huerto sombrío
bajo el golpeteo de un techo, atendimos
a la putrefacción de nuestra parroquia, como un ataúd
hundiéndose bajo la propia maleza. ¿Qué es lo que lograste
cuando te sentabas sola a tu mesa de olmo
mirando la hoja en blanco,
en silencio frente a tu máquina de escribir, escuchando
el goteo del techo de paja, el murmullo de la lluvia,
mirando fijamente aquella iglesia hundida, y la negrura
de los techos de pizarra entre la bruma de la lluvia, marea baja,
brillando en la superficie?
Eso era Lyonnesse.
Nubes inaccesibles, árboles submarinos.
El laberinto
de caminos de madrigueras entre zarzas. Mujeres
con atados—
las llamabas: chuecas con verrugas—
husmeando tu extranjería en tiendas húmedas.
Sus ojos te seguían a todas partes, tejones de arcilla,
despertándote y arrebatando tus sueños,
murmurando juicios de medianera,
un dialecto oscurantista,
escrutándote desde la salida de cada madriguera.
El mundo
terminaba en los bueyes
amontonados detrás de las tranqueras, hundidos en el lodo,
debajo de las colinas apiñadas y lluviosas. Un bramido
sacudiendo los bosques de robles empapados puso a prueba los límites.
Y al lado de las botas, la sonora canaleta—
un débil pérdida de agua con sangre—
buscaba el río y el mar.
Y finalmente esto fue lo que habíamos elegido.
Al recordarlo, lo veo todo en una burbuja:
gente extraña, en un oscuro resplandor,
riendo y llorando en silencio,
mirando desde la claridad
a la desolación. Un retrato de boda lluvioso
en una tumba ajena, entre las lilas—
y justo debajo, ocultos, los huesos verdaderos
aún sufriéndolo todo.

Ted Hughes, Mytholmroyd, Yorkshire, 1930 -North Tawton, 1998
De Birthday Letters, Farrar Straus & Giroux, 1998
Version © Silvia Camerotto
Imagen: Sylvia Plath y Ted Huges, R. Mckenna, 1959. Obtenida de Diario El País, año 2000

Error

I brought you to Devon. I brought you into my dreamland.
I sleepwalked you
Into my land of totems. Never-never land:
The orchard in the West.
I wrestled
With the blankets, the caul and the cord,
And you stayed with me
Gallant and desperate and hopeful,
Listening for different gods, stripping off
Your American royalty, garment by garment—
Till you stepped out soul-naked and stricken
Into this cobbled, pictureless corridor
Aimed at a graveyard.
What had happened
To the Italian sun?
Had it escaped our snatch
Like a butterfly off a nettle? The flashing trajectory,
The trans-continental dream-express
Of our adolescence —had it
Slummed to a dead-end, crushing halt, fatal,
In this red-soil tunnel? Was this why
We could not wake —our fingers tearing numbly
At the mesh of nettle-roots.
What wrong fork
Had we taken? In a gloom orchard
Under drumming thatch, we lay listening
To our vicarage rotting like a coffin,
Foundering under its weeds. What did you make of it
When you sat at your elm table alone
Staring at the blank sheet of white paper,
Silent at your typewriter, listening
To the leaking thatch drip, the murmur of rain,
And staring at that sunken church, and the black
Slate roofs in the mist of rain, low tide,
Gleaming awash.
This was Lyonnesse.
Inaccessible clouds, submarine trees.
The labyrinth
Of brambly burrow lanes. Bundled
Women—
Stump-warts, you called them—
Sniffing at your strangeness in wet shops.
Their eyes followed you everywhere, loamy badgers,
Dug you out of your sleep and pawed at your dreams,
Jabbered hedge-bank judgements,
A dark-age dialect,
Peered from every burrow-mouth.
The world
Came to an end at bullocks.
Huddled behind gates, knee-deep in quag,
Under the huddled rainy hills. A bellow
Shaking the soaked oak-woods tested the limits.
And, beside the boots, the throbbing gutter–
A thin squandering of blood-water—
Searched for the river and the sea.
And this was what we had chosen finally.
Remembering it, I see it all in a bubble:
Strange people, in a closed brilliance,
Laughing and crying soundlessly,
Gazing out of the transparency
At a desolation. A rainy wedding picture
On a foreign grave, among lilies—
And just beneath it, unseen, the real bones
Still undergoing everything
.

4 comentarios:

El poeta ocasional dijo...

Pero qué poema. Es lo que quiero. Se necesita la narración para recordar un hecho y la poesía para colmarlo de encantamiento.

Pablo Seguí dijo...

Bellísimo poema.

Dylan Forrester dijo...

Precioso y degustable poema. Gracias por la certera traducción y por compartirlo por aquí.

Saludos :)

David Cotos dijo...

Me gusta el tema de luchar por lo que creemos correcto.