lunes, septiembre 07, 2009
se arqueó la cadera del mundo
Navegante solitario II
Después aparecieron los arrecifes: un ojo de vidrio,
una esmeralda en medio del océano. Y la luz
cayó de golpe sobre mí como aceite hirviendo, como un arpón.
Hasta entonces no habíamos conocido la luz.
Lo que llamábamos luz era sólo un reflejo.
Aquello que se posaba sobre el alféizar de la ventana era un simulacro.
La luz era esto: correas ciñiendo los músculos.
La luz era esto: grasa en los ojos, en la boca.
Hasta entonces no habíamos conocido la luz.
Esa noche, bajo las grandes hojas del verano,
pagamos el diezmo de nardo y vainilla.
Y se arqueó la cadera del mundo. Al amanecer,
salimos nuevamente al mar azul,
cantando al ritmo de los remos la antigua canción:
Hacia el horizonte que siempre se aleja,
hacia el horizonte que arroja su red,
hacia el horizonte que nos hace temblar,
hacia el horizonte que esconde al gran pez,
hacia el horizonte del poder desconocido,
hacia el horizonte, siempre hacia el primogénito,
para recibir el alma real, para servir a un amo mejor.
Horacio Castillo, Ensenada, |934.
de Alaska, Colección de Poesía Todos Bailan, Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1993
Imagen: Gustave Dore, Ancient Mariner
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4 comentarios:
¡Qué gran poema!
sí, gri. el libro entero es grande.
Poesía... inconmensurable, como las imágenes de Dore
saludos
llegar aquí es
habitar la poesía.
se agradece muchísimo, Silvia.
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