Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerán del cenit al nadir,
porque ése es tu destino, tu miserable destino.
Vicente Huidobro
Pasión, pasión y muerte
Señor, hoy es el aniversario de tu muerte.
Hace mil novecientos veintiséis años tú estabas en una cruz
sobre una colina llena de gente.
Entre el cielo y la tierra tus ojos eran toda la luz.
Gota a gota sangraste sobre la historia.
Desde entonces un arroyo rojo atraviesa los siglos regando nuestra memoria.
Las horas se pararon ante el umbral extrahumano.
El tiempo quedó clavado con tus pies y tus manos.
Aquellos martillazos resuenan todavía,
como si alguien llamara a las puertas de la vida.
Señor, perdóname si te hablo en un lenguaje profano,
mas no podría hablarte de otro modo, pues soy esencialmente pagano.
Por si acaso eres Dios, vengo a pedirte una cosa
en olas rimadas con fatigas de prosa.
Hay en el mundo una mujer, acaso la más triste, sin duda la más bella,
protégela, Señor, sin vacilar; es ella.
Y si eres realmente Dios y puedes más que mi amor,
ayúdame a cuidarla de todos los peligros, Señor.
Señor, te estoy mirando con los brazos abiertos.
Quisieras estrechar todos los hombre y todo el universo.
Señor, cuando doblaste tu cabeza sobre la eternidad
las gentes no sabían si era de tus ojos que brotaba la oscuridad.
Las estrellas se fueron una a una en silencio
y la luna no hallaba cómo esconderse detrás de los cerros.
Se rasgaron las cortinas del cielo
cuando pasaba tu alma al vuelo,
y yo sé lo que se vio detrás; no fue una estrella,
Señor, fue la cara más bella.
La misma que verías al momento
si rompieras la carne de mi pecho.
Como tú, Señor, tengo los brazos abiertos aguardándola a ella.
Así lo he prometido y me fatigan tantos siglos de espera.
Se me caen los brazos como aspas rotas sobre la tierra.
¿No podrías, Señor, adelantar la fecha?
Señor, en la noche de tu cielo ha pasado un aerolito
llevándose un voto suyo y su mirada al fondo del infinito.
Hasta el fin de los siglos seguirá rodando nuestro anhelo allí escrito.
Señor, ahora de verdad estoy enfermo,
una angustia insufrible me está mascando el pecho.
Y ese aerolito me señala el camino.
Amarró nuestras vidas en un solo destino.
Nos ha enlazado el alma mejor que todo anillo.
Señor, ella es débil y tenue como un ramo de sollozos.
Mirarla es un vértigo de estrella en el fondo de un pozo.
Los ruiseñores del delirio cantaban en sus besos.
Se llenaba de fiebre el tubo de los huesos.
Alguien plantó en su alma viles hierbas de duda y ya no cree en mí.
Pruébame que eres Dios y en tres días de plazo llévame de aquí.
Quiero evadirme de mí mismo.
Mi espíritu está ciego y rueda entre planetas llenos de cataclismos.
Mi vida también sangra sobre la nieve,
como un lobo herido que hace temblar la noche cada vez que se mueve.
Estoy crucificado sobre todas las cimas.
Me clava el corazón una corona de espinas.
Las lanzas de sus ojos me hieren el costado
y un reguero de sangre sobre el silencio te dirá que he pasado.
Hace unos cuantos meses, Señor, abandoné mi viejo París,
un extraño destino me traía a sufrir en mi país.
Hace frío, hace frío. El viento empuja el frío sobre nuestros caminos
y los astros enrollan la noche girando como molinos.
Señor, piensa en los pobres inmigrantes que vienen hacia Américas de oro
y encuentran un sepulcro en vez de cajas de tesoros.
Ellos impregnan las olas del ritmo de sus cantares,
la tempestad de sus almas es más horrenda que la de todos los mares.
Míralos cómo lloran por los seres que no verán más;
les gritan en la noche todas las cosas que dejaron atrás.
Señor, piensa en las pobrecitas que sufren al humillar su carne,
las nuevas Magdalenas que hoy lloran el dolor de su madre.
Agazapadas al fondo de la angustia de su absurda Babel,
beben lentamente grandes vasos de hiel.
Señor, piensa en los espirales de los naufragios anónimos,
en los sueños truncados que estallan en pedazos de bólido.
Piensa en los ciegos que tienen los párpados llenos de música y lloran por los ojos de su violín.
Ellos frotan sus arcos sobre la vida en una amargura sin fin.
Señor, te he visto sangrando en los vitraux de Chartres,
como mil mariposas que hacia los sueños parten.
Señor, en Venecia he visto tu rostro bizantino
un día en que el aire se rompía de besos y de vino.
Las góndolas pasaban cantando como nidos,
entre las ramas de olas, siguiendo nuestras risas hacia el Lido.
Y tú quedabas solo en San Marcos, aspirando las selvas de oraciones
que crecen a tus plantas en todas las estaciones.
Señor, te he visto en un icono, obra de un monje servio que al pintar tus espinas
sentía toda el alma llena de golondrinas.
En la historia del mundo, ¿qué significas tú?
Hace año y medio discutí este tema en un café de Moscú.
Un sabio ruso no te daba mayor importancia.
Yo decía haber creído en ti en mi infancia.
Una bailarina célebre por su belleza
decía que tú eres solamente un cuento de tristeza.
Todos te negaron y ningún gallo cantó:
acaso Pedro oyéndonos lloró.
Y al fondo de una vieja Biblia tu sermón de la montaña
seguía resonando de una manera extraña.
Señor, yo también tengo mi vía dolorosa, mis caídas y mi pasión;
saltando meridianos como un tigre herido, sangra y aúlla mi corazón.
Reina el amor en todas sus espléndidas catástrofes internas,
mil rubíes al fondo del cerebro atruenan,
y las plantas del deseo bordan el aire de estas noches eternas.
Poeta, poeta esclavo de aventuras y de algún sortilegio,
soporto como tú la vida, el mayor sacrilegio.
Señor, lo único que vale en la vida es la pasión.
Vivimos para uno que otro momento de exaltación.
Un precipicio de suspiros se abre a mis pies; me detengo y vacilo.
Luego como un sonámbulo atravieso el mundo en equilibrio.
Señor, qué te importa lo que digan los hombres.
Al fondo de la historia
eres un crepúsculo clavado en un madero de dolor y de gloria.
Y el arroyo de sangre que brotó en tu costado
todavía, Señor, no se ha estancado.
Vicente Huidobro, Santiago 1893- Cartagena 1948
*este poema no pertenece a ningún libro; fue publicado en un diario de Santiago en Semana Santa de 1926. Años más tarde, la editorial chilena Zig-Zag, en la
Antología cuyo prólogo, selección, traducción y notas estuvo a cargo de Eduardo Anguita, lo incluyó en la edición de 1944
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Istvan Nyari© – He´s gone for Sure!! en Uno de los nuestros