La casa del estudiante
Había apenas cerrado los ojos sobre el libro
-sentía aún su peso sobre el pecho-
en la leve brisa de la duermevela
se estremecían las hojitas del mirto
por el enjambre que subía de la tierra
pero él no le hacía caso. Demasiado
el pensamiento de la prueba inminente
lo embargaba y no temía otra cosa
su joven edad, que siente todo amigable.
Soñaba la patria artificial de la infancia.
Soñaba, con una piedra sobre el pecho,
la última palabra que había leído.
Con qué gentileza se asoma entre las vigas
la mano, blanca de polvo. Que alguno
me consuele. Con el brazo, con el agua,
con la luz, en su cuarto, por todas partes
buscando, hurgando, apartando las piedras.
Me verán finalmente en el vientre de la tierra.
Si miramos atentos, Haití está debajo de Haití,
cauto, para no quemar oxígeno.
De la luz del video, de su tedio,
nos deshilachamos hacia la laboriosa mañana,
en el escándalo del aire superfluo.
Un infierno nuclear sacude la estrella
que entibia nuestro pesebre.
La mitad del combustible se ha gastado.
Qué será de la Madonna de Pedro
ya próxima a parir, del dios
escondido en su vientre, a la izquierda
del que mira, más allá de las tiendas
alzadas con industriosa indiferencia, qué
será de los dos ángeles servidores.
Parecen todos tan jóvenes.
Custodios de una espera ya
sabiamente inatendible
cada uno testimonio de sí mismo.
Biancamaria Frabotta, Roma, 1946
De Por manos mortales, ‘II Los nuevos climas’ (Gog y Magog, aun inédito)
Traducción de Jorge Aulicino