El conde Vlad medita entre las ruinas de un bombardeo
Un joven inglés, Harker, lanzó sobre mí
la infamia de que caminaba sobre las paredes
como una lagartija y era el amo de las ratas.
No tuve que ver con ratas y sólo moví lobos y tormentas
pero no contra el decrépito Imperio que agoniza,
severamente erguido entre sus ruinas.
Antes de que Londres se llenara de afganos y de indios
taladré esa madriguera con hambre de otra cosa.
Terminé confundido con los zombis grotescos
que devoran cerebros.
Pues soy el que viví un solo amor
y construí en la eternidad la casa de mi verano.
He sido, lo saben, un exiliado
de sótanos Industriales
y de vuestros bastones con mango de hueso.
Me odiaron porque amé el rojo crepúsculo
que circulaba por la venas de un cuerpo irrepetible.
Ustedes, que hicieron correr sangre como agua servida
desde el Báltico al Mediterráneo
en la peor guerra que la humanidad haya visto.
Que jamás amaron el líquido rubí, sus palpitaciones,
el pulso de un cuello suave,
el horizonte inflamado de cruces y de lanzas.
¿Cómo habrían de amar la miel de Cristo?
El bramido debajo de la capa.
La tormenta que llegará y limará las rocas,
las casitas que delimitan
las playas grises de Whitby
y el alto cementerio sin héroes ni bandidos.
Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
Inédito (de Un poeta griego huye a Londres?)