Un país mundano
No la uniformidad, ni los locos relojes en la plaza,
el olor a estiércol en el parterre municipal,
ni los tejidos, la burla sombría del Cesna T 37,
ni las tropas frescas que necesitaban refrescarse. Si sucedía
en tiempo real, estaba OK, y si lo hacía en tiempo novelado
también estaba OK. Desde el palacio a la choza
el gran desfile inundaba la carretera y la calle secundaria
y los campos de nabos se convirtieron en una carretera más.
Los restos de bombones fueron tirados a las gallinas
y a los gansos, que graznaban como el mismo demonio.
No había paz en el baño, ni en el armario para la loza
ni en los bancos, donde nadie iba a depositar.
Resumiendo, todo el infierno se desató en esa larga tarde.
Hacia la noche todo estaba otra vez en calma. Una luna creciente
colgaba del cielo como un loro en su percha.
Los huéspedes yéndose, sonreían y decían: “¡Te veo en la iglesia!”
Porque la noche, como de costumbre, sabía lo que hacía,
proveyendo sueño para compensar el enorme desapego
que seguramente traería el mañana otra vez.
Mientras contemplaba los silenciosos escombros, algo
me desconcertó: Qué había ocurrido y ¿por qué?
En un momento teníamos la rebeldía hasta el cuello,
y al siguiente, la paz había dominado las filas infernales.
Sucede a menudo, que el momento en que nos damos vuelta
de pronto se convierte en el bajío en el que nuestro patético bote
encallará.
Y así como las olas están ancladas en el fondo del mar
debemos alcanzar las aguas menos profundas antes de que Dios nos libere.
John Ashbery, Rochester, 1927
A worldly country, New poems, Harper Collins Publishers, New York, 2007
versión © Silvia Camerotto
imagen de Elliott Erwitt, en Número F
A Worldly Country
Not the smoothness, not the insane clocks on the square,
the scent of manure in the municipal parterre,
not the fabrics, the sullen mockery of Tweety Bird,
not the fresh troops that needed freshening up. If it occurred
in real time, it was OK, and if it was time in a novel
that was OK too. From palace and hoverl
the great parade flooded avenue and byway
and turnip fieldas became just another highway.
Leftover bonbons were thrown to the chickens.
There wa no peace in the bathroom, none in the china closet
or the banks, where no one came to make a deposit.
In short all hell broke loose that wide afernoon.
By evening all was calm again. A crescent moon
hung in the sky like a parrot on its perch.
Departing guests smiled and called, "See you in church!"
For night, as usual, knew what it was doing,
providing sleep to offset the great ungluing
that tomorrow again would surely bring.
As I gazed at the quiet rubble, one thing
puzzled me:: What had happened, and why?
One minute we were up to our necks in rebelliousness,
and the next, peace had subdued the ranks of hellishness.
So often it happens that the time we turn around in
soon becomes the shoal our pathetic skiff will run aground in.
And just as waves are anchored to the botton of the sea
we must reach the shallows before God cuts us free.