lunes, octubre 29, 2012

william carlos williams. estas son las desoladas




Estas

son las desoladas y oscuras semanas
en las que la naturaleza iguala en su aridez
la estupidez del hombre.

El año se hunde en la noche
y el corazón se hunde
más bajo que la noche

en un lugar vacío y barrido por los vientos
sin sol, estrellas o luna
sino una luz extraña como la del pensamiento

que teje un fuego oscuro—
girando sobre sí hasta que
en el frío, se inflama

para que un hombre no se de cuenta de nada
de lo que conoce, ni de  la misma
soledad— Ni un fantasma

que fuera abrazado—el vacío de
la desesperación— (ellos
gimen y aúllan) entre

los fogonazos y  estruendos de la guerra;
casas en cuyas habitaciones
el frío es más grande de lo que podemos imaginar,

la gente que amamos se ha ido,
las camas están vacías, los sofás
húmedos, las sillas sin usar—

Escóndelo en algún
lugar de tu cabeza, deja que eche raíces
y crezca, sin relación con los celosos

oídos y ojos— por sí mismo.
A esta mina vienen a cavar — todos.
¿Es este el contrapunto de la música

más dulce? La fuente de la poesía que
viendo el reloj detenido, dice:
¿Se ha detenido el reloj que ayer

andaba tan bien?
y escucha el sonido del agua del lago
salpicando —que ahora es piedra. 

Carlos Williams, Rutherford, Nueva Jersey, 1883 –1963
de Collected Later Poems, 1950, en William Carlos Williams, Selected Poems, editado por Tom Tomlinson, A New Directions Book, New York, 1985
Versión © Silvia Camerotto
imagen de Aleksander Balos© – The Present, en Uno de los nuestros


These

are the desolate, dark weeks
when nature in its barrenness
equals the stupidity of man.

The year plunges into night
and the heart plunges
lower than night

to an empty, windswept place
without sun, stars or moon
but a peculiar light as of thought

that spins a dark fire—
whirling upon itself until,
in the cold, it kindles

to make a man aware of nothing
that he knows, not loneliness
itself — Not a ghost but

would be embraced — emptiness
despair — (They
whine and whistle) among

the flashes and booms of war;
houses of whose rooms
the cold is greater than can be thought,

the people gone that we loved,
the beds lying empty, the couches
damp, the chairs unused —

Hide it away somewhere
out of mind, let it get to roots
and grow, unrelated to jealous

ears and eyes — for itself.
In this mine they come to dig — all.
Is this the counterfoil to sweetest

music? The source of poetry that
seeing the clock stopped, says,
The clock has stopped

that ticked yesterday so well
and hears the sound of lakewater
splashing — that is now stone.

domingo, octubre 28, 2012

marianne moore. los monos




Los monos

Guiñaban demasiado los ojos y temían las serpientes. Las cebras, destacadas
en su anormalidad; los elefantes con su piel neblinosa
y sus apéndices rigurosamente prácticos
estaban allí, los pequeños gatos; y el periquito–
trivial y monótono al ser examinado, destruyendo
cortezas y porciones de la comida que no podía comer.

Recuerdo su magnificencia, ya no más magníficas
sino difusas. Es difícil recordar el ornamento,
el discurso, el modo preciso de eso que uno puede
llamar las relaciones menores de
hace veinte años; pero no lo olvidaré
—aquel Gilgamesh entre
los peludos carnívoros— aquel gato con manchas
en sus patas con forma de cuña, de color pizarra y su cola concluyente,
comentando caústico, “Ellos abusaron de nosotros con sus débiles
declaraciones encubiertas, temblando
en desarticulado frenesí, diciendo
que comprender el arte no es para nosotros; hallando
todo tan difícil, examinando la cosa
como si fuera incomprensiblemente arcana, —simétricamente frígida como si hubiera
sido esculpida en calcedonia
o mármol— rígida en su tensión, maligna
en su poder sobre nosotros y más profunda
que el mar cuando adula a cambio de cannabis,

centeno, lino, caballos, platino, madera y pieles."

Marianne Moore, Kirkwood, 1887 - Nueva York, 1972
Versión © Silvia Camerotto
imagen de Adam Caldwell© – Last Judgement, en Uno de los nuestros

The  Monkeys

Winked too  much  and  were  afraid  of  snakes.  The zebras, supreme in
their abnormality; the  elephants  with  their  fog-colored  skin
and strictly practical  appendages
were  there,  the  small  cats;  and  the  parakeet—
trivial and  humdrum  on  examination,  destroying
bark and  portions  of  the  food  it could  not  eat.

I recall their magnificence, now not more magnificent
than it is  dim.  It is difficult to recall the ornament,
speech,  and  precise  manner  of  what  one  might
call the minor acquaintances twenty
years  back;  but  I  shall  not  forget  him
—that  Gilgamesh  among
the  hairy carnivora— that  cat  with  the
wedge-shaped, slate-grey  marks  on  its  forelegs  and  the  resolute  tail,
astringently  remarking,  "They  have  imposed  on  us  with  their  pale
half-fledged  protestations,  trembling  about
in  inarticulate  frenzy,  saying
it is  not  for  us  to  understand  art;  finding  it
all so  difficult,  examining  the  thing
as  if  it were  inconceivably  arcanic,  —as  symmetrically  frigid  as  if  it had  been  carved  out  of  chrysoprase
or  marble— strict with  tension,  malignant
in  its  power  over  us  and  deeper
than  the  sea  when  it proffers  flattery  in  exchange  for  hemp,
rye, flax, horses, platinum, timber, and fur.

viernes, octubre 26, 2012

jorge aulicino. ed ecco il loco



"... ed ecco il loco"

...y cómo de repentino azar se hace el infierno.
Y también de azahares. El que encontraste al pie
del monte, la cabeza entre las piernas,
la que apenas giró para mirarte por sobre
su muslo y te dijo: ahora, prueba subir tú.
Y aquel otro, el que te dijo: hay mejores que yo
en el arte de la iluminación; y sobre todo
el que en el fuego
te señaló con el dedo
al que iba adelante:
ese fue el mejor herrero.

Como si en el infierno y el purgatorio
todos asumieran su cruel y pura verdad,
aun vos,
diciéndote "canta", te eligieron
no te ungieron ni te destinaron, no eras Eneas
ni Pablo,
sino el que ha escuchado el rumor de voces
en la vida de arriba, y ha hallado
su sentido de turbulenta sinfonía abajo
y en las duras laderas del monte
de los aun no salvados.
Los que lloraban por amor más que por los tormentos;
los que callaron la autoconmiseración,
los que dijeron: de corazón he pecado,
entre ellos, reinando,
el que imitaba la voz de Zeus
pidiendo ayuda a Vulcano;
el que se burlaba de los de Siena,
el que se acomodaba a hablar con nostalgia
de Cerdeña junto a su paisano.
¿Somos esa morcilla de voces que arde
sobre un asador atizado por diablos de sindicato?

La zarza arde en la boca del subte.
Gotea en las cloacas un Aqueronte.
Como recintos de frío carbón apagado oscurecen
los edificios.
Y el fuego precede las obras del ingenio.
Excepto la indiferencia, todo estaba
en el infierno y en el purgatorio.
Excepto la natural desnaturalización
de lo sobrenatural,
todo estuvo previsto, para el Decamerón,
para el noticiero.
Excepto la idea vacía de idea
con que alguien se sienta
en este momento a la mesa de al lado.
Excepto la estúpida vida,
la vida en soledad, la vida no colectiva,
la vida no actual.

Jorge Aulicino, Buenos Aires, 1949
de El camino imperial- Escolios, Editorial Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2012
imagen de Alberto Pancorbo© – Poblada Soledad, en Uno de los nuestros

martes, octubre 23, 2012

w.h. auden. ¿estás ahí?




¿Estás ahí?

Cada amante tiene su propia teoría
acerca de la diferencia entre el dolor
de estar con su amor y estar solo:

Porque cuando soñamos es amada presencia
que en verdad nos conmueve, y cuando despiertos,
parece un simulacro de sí misma.

Narciso no cree en lo desconocido;
ni puede unirse a su imagen en el lago
mientras piensa que está solo.

Es que el niño, la cascada, el fuego, la piedra,
siempre están tramando diabluras  y dan
por sentado que el universo es de ellos.

Los ancianos, como Proust, siempre tienden
a pensar  en el amor como una mentira subjetiva;
cuanto más  aman, más solos se sienten.

Cualquiera sea nuestro punto de vista, debe demostrarse
por qué todo amante desea hacer
el otro a su imagen:
quizás, en realidad, nunca estamos solos.


W. H. Auden, York, 1907- Vienna, 1973
Version © Silvia Camerotto
imagen de Anka Zhuravleva© – Ruth and Chaos, en Uno de los nuestros

Are You There?

Each lover has some theory of his own
About the difference between the ache
Of being with his love, and being alone:

Why what, when dreaming, is dear flesh and bone
That really stirs the senses, when awake,
Appears a simulacrum of his own.

Narcissus disbelieves in the unknown;
He cannot join his image in the lake
So long as he assumes he is alone.

The child, the waterfall, the fire, the stone,
Are always up to mischief, though, and take
The universe for granted as their own.

The elderly, like Proust, are always prone
To think of love as a subjective fake;
The more they love, the more they feel alone.

Whatever view we hold, it must be shown
Why every lover has a wish to make
Some kind of otherness his own:
Perhaps, in fact, we never are alone.

sábado, octubre 20, 2012

verónica zondek. es destrucción sempiterna


*** 

Es destrucción sempiterna por destino 
porfiada como el mundo en perpetuo movimiento
irrepetible quién sabe 
nido 
con una hoja filosa clavada en el costado mismo de su razón 
amurallá 
arrasá 
des 
aparecía. 

Van y vienen. 
Arden 
flotan 
emergen las gentes boca abajo 
se trizan boca arriba aplastadas 
por humano exceso de obra soberbia 
por naturaleza a secas 
porque sangran la fuerza de las especies 
y mueren/gritan dolor 
porque heridos los sobrevivientes 
porque herida también tú 
la condenada al claroscuro 
tú 
la profanada santa 
sobrevives hundida por gracia de 
por tanto morir tu resistencia 
un poco más acá del saber que por cierto guardas 
de la preñez que hará reventar tu semilla 
misma la memoria en polvos suspendidos en el viento 
un poco más o un poco menos que cualquier cosa 
en el anónimo y nombrado desastre de las inversiones 
que arrasa y corroe y mata el corazón del humedal 
y erige poder tan anónimo frente al horizonte 
que envenena las arterias/ las venas/ los capilares 
y agota los cauces/ los pozos/ las norias 
el cuerpo 

 y muere el ganado. 

 Silencio. 

Silencio porque a ciencia cierta 
no hay hongo que valga un saber 
en el acontecer mismo del pasmo. 

Ni profeta ni pitonisa: 
flor por fuerzas del no olvido 
entre escombros y trinos encendidos porque sí 
y canelos y mañíos duros de roer 
y gentes 
que por doquier cosen sus males en sordina amarga 
y tabla con tabla más tesón con tesón 
construyen una casa 
oportunos la arman 
pues es menester huir de calofríos salvajes y sombras. 

¿Ciudad? 

Cuidad nuestra y araña 
de finísimo encaje y boca devastadora. 
Es tu cuerpo el que veo pender de una hebra. 
Es tu cuerpo el que viene de temblor en prodigio 
y va de prodigio en temblor 
porque hilandera 
tejes que tejes para tu niño el tul de un hogar 
entre mates mañaneros y cocidos 
y un pan caliente untado con miel. 


Verónica Zondek, Santiago 1953 
Selección de La ciudad que habito, CCM Conarte 2012, Ediciones Kultrún, Valdivia, 2012 
imagen de Adam Caldwell© – Fresh, en Uno de los nuestros

viernes, octubre 19, 2012

robert lowell. luego de las sorprendentes conversiones



Luego de las sorprendentes conversiones

Veintidós de septiembre, Señor: hoy
contesto. Hacia fin de mayo,
durante la Ascensión de Nuestro Señor, comenzó
a ser más sensible. Un caballero 
de inteligencia más que común, estricto
en la moral, piadoso en la conducta, resistióse
en contra de nuestro aguijón. Un hombre de cierta fama,
una persona de provecho, honrada en la ciudad,
provenía de padres melancólicos; propensos
a secretos arrobamientos, durante años vivieron apartados;
su tío, creo, murió de eso:
buena gente, pero de demasiada o de poca agudeza.
Un domingo prediqué sobre un texto de los Reyes;
y él demostró preocupación por su alma. Algunas cosas
de su experiencia daban esperanzas. Se sentaba
a observar el viento golpeando un árbol,
y alababa este campo que nuestro Señor ha hecho.
Una vez, cuando murió la ternera de un pobre hombre,
él dejó un chelín en el umbral; aunque la sed
de amar lo sacudía como una serpiente, no se atrevió
a abrigar demasiadas esperanzas sobre su lugar
en el cielo. Una vez lo vimos sentado hasta tarde
detrás de la ventana de su desván a la luz de una vela
que goteaba sobre su Biblia; durante esa noche
meditó el terror, y pareció estar
más allá de consejos o razones, porque soñaba
que había sido llamado para hacer sonar la trompeta del Día del Juicio
en Concord. Hacia fin de mayo
se degolló. Y aunque el juez
lo declaró loco, pronto una malsana excitación 
paralizó nuestra aldea. A la señal de Jehová
Satán pareció haberse desatado más entre nosotros: Dios 
nos abandonó a Satán, y él nos acosó duramente
hasta que pensamos que no podríamos tener tregua
si no terminábamos con la vida. La tranquilidad había desaparecido.
Todo el buen trabajo quedó anulado. Estábamos deshechos.
El hálito de Dios, con un planeado
y sensato designio, se había retirado de esta tierra;
la multitud, una vez indiferente a las dudas,
una vez ni insensible ni curiosa ni devota,
brincaba en pleno mediodía, como si cualquier buhonero
gimiese con su dejo familiar: "Amigo,
degüéllate. Degüéllate. ¡Ahora! ¡Ahora!".
Veintidos de septiembre, Señor, la rama
cruje por las manzanas no recogidas, y al amanecer
la perca de la boca pequeña salta en el agua, atiborrada de huevas.

Robert Lowell,  Boston, 1917- New York, 1977
en Poemas de Robert Lowell, versión prólogo y notas por Alberto Girri, Sudamericana, Buenos Aires, 1969
imagen de Tommy Ingberg© – Rage, en Uno de los nuestros



After the surprising conversions

September twenty-second, Sir: today 
I answer. In the latter part of May, 
Hard on our Lord’s Ascension, it began 
To be more sensible. A gentleman 
Of more than common understanding, strict 
In morals, pious in behavior, kicked 
Against our goad. A man of some renown, 
An useful, honored person in the town, 
He came of melancholy parents; prone 
To secret spells, for years they kept alone— 
His uncle, I believe, was killed of it: 
Good people, but of too much or little wit. 
I preached one Sabbath on a text from Kings; 
He showed concernment for his soul. Some things 
In his experience were hopeful. He 
Would sit and watch the wind knocking a tree 
And praise this countryside our Lord has made. 
Once when a poor man’s heifer died, he laid 
A shilling on the doorsill; though a thirst 
For loving shook him like a snake, he durst 
Not entertain much hope of his estate 
In heaven. Once we saw him sitting late 
Behind his attic window by a light 
That guttered on his Bible; through that night 
He meditated terror, and he seemed 
Beyond advice or reason, for he dreamed 
That he was called to trumpet Judgment Day 
To Concord. In the latter part of May 
He cut his throat. And though the coroner 
Judged him delirious, soon a noisome stir 
Palsied our village. At Jehovah’s nod 
Satan seemed more let loose amongst us: God 
Abandoned us to Satan, and he pressed 
Us hard, until we thought we could not rest 
Till we had done with life. Content was gone. 
All the good work was quashed. We were undone. 
The breath of God had carried out a planned 
And sensible withdrawal from this land; 
The multitude, once unconcerned with doubt, 
Once neither callous, curious nor devout, 
Jumped at broad noon, as though some peddler groaned 
At it in its familiar twang: “My friend, 
Cut your own throat. Cut your own throat. Now! Now!” 
September twenty-second, Sir, the bough 
Cracks with the unpicked apples, and at dawn 
The small-mouth bass breaks water, gorged with spawn. 

jueves, octubre 18, 2012

gustavo adolfo bécquer. rima III y otras


***
3

En la clave del arco ruinoso,
cuyas piedras el tiempo enrojeció,
obra de un cincel rudo, campeaba
el gótico blasón.

Penacho de su yelmo de granito,
la hiedra que colgaba en derredor
daba sombra al escudo en que una mano
tenía un corazón.

A contemplarle en la desierta plaza
nos paramos los dos:
y "Ése -me dijo- es el cabal emblema 
de mi constante amor".

¡Ay! y es verdad lo que me dijo entonces:
verdad que el corazón
lo llevará en la mano..., en cualquier parte...
pero en el pecho, no.

***
48

Fingiendo realidades
con sombra vana,
delante del Deseo
va la Esperanza.
Y sus mentiras
como el Fénix renacen
de sus cenizas.


Gustavo Adolfo Bécquer, Sevilla, 1836- Madrid, 1870.
de Rimas, Editorial Kapeluz, Buenos Aires, 1971
imagen de MichaelO© – Carve Your Own Destiny,  en Uno de los nuestros

miércoles, octubre 17, 2012

josé maría pallaoro. el sano juicio




El sano juicio

Hemos crecido bajo el concepto de la devoración del héroe. Las enciclopedias en ese momento y lugar pasaron de moda y belleza. Comimos del carbón su quebradizo despojo, sembrados en pozos construidos por nuestros padres. No vimos, ni participamos del inicio del fuego. Las cenizas que quedaron, primigenias sustancias minerales, no se detuvieron jamás y permitieron reconstruir la historia a nuestra manera, a nuestro sano juicio.
08.08.11

Nueva Roma

Estruja el papel y lo arroja al río. A la deriva, flota.
Bosteza en el día y se estira y se hace barquito.
Cruza el camino trazado por la natural corriente esencial de cualquier vivir.
Llega al mar. Deja la ciudad de los eternos vagabundeos de viejos y pálidos estilos para ingresar de una buena vez en los ojos del otro, de los otros (que aún no se animan a viajar a Roma).
20.09.11

La herida de París

La verdad es que no sé qué estaba haciendo en París. Lo único que recuerdo es que caminaba herido, y caminaba, caminaba… Un tren y catorce horas ya me alejaban de Roma. Y ahora en París, ¿puede haber algo más desagradable que la torre de Montparnasse?; y allí estoy, sangrando, en un piso cualquiera y sin una cámara en la mano. Y sin tus ojos que siempre miran por mí.
22.09.11

69

El deseo también es la realidad
Llueve. El patio de la morocha golpea las chapas del galpón que guarda extraños papeles. Pocos saben de las palabras que acompañan las hojas de tamaños y colores di-versos, difíciles. Ahí está la clave, dice Gerry Mulligan, soplando un sonido ligero como galgo.
Llueve, mucho, torrencial de vos, y el sol sigue, distraído, como la morocha que mira el patio y las flores y un mar que brilla lejos.
07.10.11

José María Pallaoro, La Plata, 1959
En 33 papelitos y una mora horizontal, Libros de la Talita Dorada, City Bell, 2012
imagen de Tommy Ingberg© – Still Standning, en Uno de los nuestros

martes, octubre 16, 2012

jonio gonzález. virago



**
Virago

I
los niños caminan delante
de algún lugar llega
la voz del que iba a ser mi esposo

sus alas se cierran como la noche
y sólo permanece el brillo de la perla
en mi cuello

hay un animal extraviado
en cada hombre
en cada mujer
una roca tallada por el agua

II
la próxima palabra
será incomprensible

ah corazón deja de hablar
no me aturdas una y otra vez

con tu mirada decente
con tu camisa limpia

se sienta a la mesa
bruñido por el sol de mis batallas

III
era su consuelo
su predilección
el aliento de su vida

una eternidad

mira al cielo
cada estrella zigzaguea
en busca de su lugar

y ahora cierra la casa
vete

Jonio González, Buenos Aires, 1954
en Últimos poemas de Eunice Cohen, Plaza Janés, Barcelona, 1999
imagen de Alberto Pancorbo© – Laberintos del alma III, en Uno de los nuestros

lunes, octubre 15, 2012

jonio gonzález. selección


**
Tigresa

una mirada
dos miradas
su respiración apenas si se agita

este mesías
yace mudo a mi lado

inválido en su inteligencia


***
Pentimento

junto a los poemas de Eliot
la foto de Annie
-imposible no recordar
el Retrato de una dama
especialmente ahora
que "el último polaco! suena en la radio
y he quitado las flores marchitas
del jarrón-

hay una evanescencia
diríase que voluntaria
en el aire
todo lo que ha desaparecido
se concentra en una idea
que desaparece
-también ella-
antes de que logre tomar forma

en la reluciente superficie
del espejo
me aliso el vestido
su rostro asoma por detrás de mi hombro

viene en busca de mí
como de la muerte


***
Fotos

la primera vez la última
de pie sentada
sangre y huesos
la piel flexible
¿de qué reíamos?
¿por qué esa mirada absorta?
¿en qué?
aquel vestido
la brisa despeinándonos
en una calle
un brazo alrededor de mi cintura
ven y mira
aquel verano
la vida era
esas risas
ese vestido
esa corrupción detenida



Jonio González, Buenos Aires, 1954
en Últimos poemas de Eunice Cohen, Plaza Janés, Barcelona, 1999
imagen de Jack Vettriano© – Original Sin, en Uno de los nuestros

domingo, octubre 14, 2012

julio cortázar. after such pleasures




After such pleasures

Esta noche, buscando tu boca en
otra boca,
casi creyéndolo, porque así de
ciego es este río
que me tira en mujer y me
sumerge entre sus párpados,
qué tristeza nadar al fin hacia la
orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese
esclavo innoble
que acepta las monedas falsas,
las circula sonriendo.
Olvidada pureza, cómo quisiera
rescatar
ese dolor de Buenos Aires, esa
espera sin pausas ni esperanza.
Solo en mi casa abierta sobre el
puerto
otra vez empezar a quererte,
otra vez encontrarme en el café de
la mañana
sin que tanta cosa irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que acordarme de este
olvido que sube
para nada, para borrar del
pizarrón tus muñequitos
y no dejarme más que una
ventana sin estrellas.

Julio Cortázar, Bruselas, 1914- París, 1984
de Salvo el crespúsculo, recopilación 1984-2009
imagen de Olga Noes© – Breakable Girl, en Uno de los nuestros

lunes, octubre 08, 2012

juan l. ortiz. este río, estas islas


Este río, estas islas

Para "comprender" este paisaje habría que estar muerto... 
un poeta español

Mirábamos el río, las islas, este río, estas islas.
Dos o tres notas, sólo, que jugaban apaciblemente
hasta el infinito, sin elevarse mucho,
en el brillo matinal como de rocío persistente.
Una gracia quieta, quieta, de melodía algo aérea,
que se veía morir, sin embargo. 

¿Fue eso, amigo, lo que te trajo el pensamiento de la muerte?
¿O esa paz que parecía, aunque suavemente ensimismada,
querer alzar quién sabe qué vuelo en el celeste húmedo
hacia sutiles "ídolos de sol"?

Venías del centro de la gran inquietud y de la lucha.
Venías del dolor y de la angustia por la suerte de los hermanos.
Venías de la vida noblemente quemada por la pureza de la mañana.
Caías también con cada ráfaga que abatía a los héroes como espigas.
¿Había pues, este río y estas islas;
había, pues, este amor lejano, azulado, del cielo y de las islas?
¿Había, pues, este olvido que temblaba en su fragilidad hialina?
¿Estaba, pues, este andante de Mozart
cuando el amor, el nuevo amor, nos llama desde por ahí con el pecho atravesado?

¿Muerto para este amor había que estar
para sentir profundamente ahora el de este cielo y de estas islas?
¿No era la verdadera vida, la mejor vida, ésa
de caminar alegres, a pesar de todo, a través de la noche,
atender en la noche los gritos y los llantos
y las manos que se tienden entre los hierros pálidos,
y preparar el alba y las "mañanas que canten" para todos
sin que nadie deba estar muerto para nada
si de repente el canto, de tan puro, lo pusiera frente al ángel?

¿O es que de veras sólo desde no sabemos qué formas, siempre
más allá de las que llamamos ahora vivas,
podríamos dar en el secreto de estas horas,
que parecen venir de una desconocida gracia
con un sentido que se dijera no es de este mundo,
tal es su transparente inocencia, tal su sueño
espacial de allá lejos en que hay alas tenuísimas
que brillan y se apagan con una melancolía ya celeste?
-Ah, si esta melancolía fuera la de su soledad
y pudiera nuestro sentimiento
hacerles una íntima, una real compañía mientras aquí se posan...
Pero esta lucecita destacada ya no existiría,
y no es ella la que, con todo, única,
más allá de sí misma, es cierto, muy humilde y perdida
en la sombra o en la luz de estas alas que pasan,
puede tocar a veces el temblor de su vuelo o de su efímero reposo?
¿O acaso por estar justamente separada
sólo ella sentiría la unidad de estos momentos como un halo?
Sin embargo, oh mi amigo, cuando dijiste eso,
también imaginé lo que podría ser
ya apagada la débil luz nostálgica.
¿Del aire o de los árboles, de esos árboles de las islas seríamos?
¿O del pasto recorrido de repente por un misterioso escalofrío de flores?
¿Del aire, qué cosa del aire, al fin, seríamos?
¿Un estremecimiento amanecido, como con un oro interior,
entre las ramas todavía dormidas?
¿O una diáfana presencia ubicua de estas islas
palpitando igual que una dicha apenas visible sobre los bañados
y entre los pajonales y los juncos que algún espíritu roza
o mirando celestemente a través de los follajes
la humilde danza que empieza en los caminitos y en las hierbas?
¿Y en la tarde allí, seríamos esa limpidez absorta, algo triste, ¿por qué?
que se afina con un inexplicable desasosiego íntimo
o se ahonda con la queja grave de la paloma?
¿Y por qué fuego, luego, de vagos abanicos, radiados, pasaríamos
a la brisa que muere, ya estelar, sobre los tallos y los cálices
y la fuga imposible, triste, de los senderos?
¿Y en la alta noche ese hálito en que la sombra suspira de improviso
con un anhelo frágil que sólo el cachilito y las hojas entienden?
¿O esa ligera paz de una oscura unidad recuperada?...

Del aire y de los árboles, sí pero una mínima cosa seríamos, quizás.
Una mínima cosa ciega, como en el éxtasis del amor,
si a ese aire y a esos árboles en la llama o el polvo hubiéramos pasado,
o si llegase allí, ¿de dónde? una nada en no sabemos qué vibración.
¿Volverán algunos átomos a los lugares que fueron queridos?
¿Temblarán un minuto, un brevísimo minuto siquiera, sobre ellos o en ellos?
Ah, pero quizás como en el éxtasis del amor o de la música,
perdidos en la eterna corriente, una, que hace y deshace espumas,
estas espumas, ay, tan perfectas en su infinita gracia anónima
que desde aquí nos turba con un sentido que quisiera aparecer sobre su extraño sueño,
mientras por otro lado o de nuestra misma sangre dolorida, manos, manos nos llaman...


Juan L. Ortiz, Puerto Ruíz, 1896 - Paraná, 1978
de El aire conmovido, 1949
en Juan L. Ortiz, Obra completa, segunda edición, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 2005

imagen de Jerry Uelsmann©, Untitled, 1996, en Uno de los nuestros



sábado, octubre 06, 2012

gustavo adolfo bécquer. rima XXXIII



XXXIII

Es cuestión de palabras, y no obstante
ni tú ni yo jamás,
después de lo pasado, convendremos
en quién la culpa está.

¡Lástima que el Amor un diccionario
no tenga donde hallar
cuándo el orgullo es simplemente orgullo
y cuándo es dignidad!


Adolfo Bécquer, Sevilla, 1836 – Madrid, 1870
en Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas, Editorial Castalia, 1993

imagen de Jack Vettriano© – Motel Love II, en Uno de los nuestros

jueves, octubre 04, 2012

sylvia plath. ella mason y sus once gatos






Ella Mason y sus once gatos

La vieja Ella Mason tiene al menos once gatos,
en su destartalada casa de Somerset Terrace;
al observar la guarida de nuestra vecina,
la gente se pregunta,
y dice: “Algo raro debe haber en una mujer 
que cobija tantos gatos”.

Borracha y de cara roja como una sandía, su voz
ahora jadeante y en declive, 
sin razón aparente 
Ella Mason es anfitriona de Tabby… Tom y el resto
con nata y menudos de pollo complace los paladares
de gatos melindrosos.

Los chismes del pueblo cuentan que en los viejos tiempos
ella se pavoneaba, arrogante y descarada,
una belleza muy chic,
que mataba a los dandis con sus ojos esmeralda;
hoy, es una solterona entrada en carnes, cuya puerta está cerrada
para todos, con excepción de los gatos.

Cuando niños, una vez espiamos a Miss Mason
cabeceando en su cocina cubierta de platos.
En tapetes
sobre la mesa, en alacenas, gatos insolentes apoltronados,
un único ronco  ronroneo surgiendo de sus gargantas peludas:
¡escandalosos gatos!

A codazos y entre risas, listos para salir corriendo,
escudriñamos curiosos a través de las telarañas de la puerta
directo a las miradas amarillas
de los gatos guardianes agazapados alrededor de su ídolo,
mientras Ella dormitaba bigotuda, con cara reluciente, y astuta mente:
la esfinge, reina de los gatos.

‘¡Mira! allá va ella, ¡la señora-gato Mason!’
Riendo con disimulo mientras arrastraba sus pies por Somerset Terrace
hacia el mercado, a buscar la leche,
más gigantesca y desaliñada cada vez;
‘Miss Ella se ha vuelto loca por andar mezclándose
con once gatos’.


Pero ahora que el tiempo nos volvió indulgentes, vemos a Miss Mason
guiñando sus ojos verdes y solitaria
ante las chicas que se casan—
recatadas, dóciles, sin que hagan falta lecciones
que las vanidosas zorras encaprichadas evidencien en noches de boda,
malditas como gatas salvajes.

1956

Sylvia Plath, Boston, Massachusetts, 1932, Londres, 1963
Version © Silvia Camerotto
Imagen de Scott G Brooks©, Natural Beauty, en Uno de los nuestros 

Ella Mason and her eleven cats

Old Ella Mason keeps cats, eleven at last count,
In her ramshackle house off Somerset Terrace;
People make queries
On seeing our neighbor's cat-haunt,
Saying: ‘Something's addled in a woman who accommodates
That many cats.’

Rum and red-faced as a water-melon, her voice
Long gone to wheeze and seed, Ella Mason
For no good reason
Plays hostess to Tabby, Tom and increase,
With cream and chicken-gut feasting the palates
Of  finical cats.

Village stories go that in olden days
Ella flounced about, minx-thin and haughty,
A fashionable beauty,
Slaying the dandies with her emerald eyes;
Now, run to fat, she's a spinster whose door shuts
On all but cats.

Once we children sneaked over to spy Miss Mason
Napping in her kitchen paved with saucers.
On antimacassars
Table-top, cupboard shelf, cats lounged brazen,
One gruff-timbred purr rolling from furred throats:
Such stentorian cats!

With poke and giggle, ready to skedaddle,
We peered agog through the cobwebbed door
Straight into yellow glare
Of guardian cats crouched round their idol,
While Ella drowsed whiskered with sleek face, sly wits:
Sphinx-queen of cats.

‘Look! there she goes, Cat-Lady Mason!’
We snickered as she shambled down Somerset Terrace
To market for her dearies,
More mammoth and blowsy with every season;
‘Miss Ella's got loony from keeping in cahoots
With eleven cats.’

But now turned kinder with time, we mark Miss Mason
Blinking green-eyed and solitary
At girls who marry—
Demure ones, lithe ones, needing no lesson
That vain jades sulk single down bridal nights,
Accurst as wild-cats.